Glutamato o la charlatanería de la nueva cocina y el arte

Toscanadas

"Que abunden los charlatanes en la literatura y las artes se comprende, pues el grueso de la gente entiende poco de una o de otra"; escribe David Toscana.

Jamie Oliver, el chef inglés durante una emisión televisiva
David Toscana
Madrid /

Volví a parar en un hotel como la mayoría: cuartos en penumbra y un aparatón televisivo en la pared como un altar. Pedí una lámpara; pero como se trataba de un encuentro de escritores, el encargado me informó que ya se les habían agotado. Víctima del complot hotelero, recorrí cientos de canales. Me asustó notar que los programas supuestamente cómicos no se trataban de otra cosa que de gente con pocas luces actuando como imbéciles. Al final me detuve en un programa de cocina, pues un británico llamado Jamie Oliver anunció que enseñaría a preparar Mexican mole en quince minutos. Me puse a mirar con harta desconfianza. 

El tal chef con cara de estudiante reprobado echó en la licuadora una barra de chocolate, varias cucharadas de mantequilla de cacahuate, rodajas de plátano, cebolla, zanahoria, un chile ancho y ¡presto! El peor mole de la historia, pero él decía “delicious”. Pensé que había parado en otro programa cómico, pero Google me informó que Oliver es uno de los cocineros más influyentes.

Aún sobrecogido por el infausto mole, me quedé a ver el siguiente programa. Un chef israelí llamado Yotam Ottolenghi había viajado a Valencia, pero al diablo con la tradición española: él sabía preparar una versión más sabrosa de la paella. Entre otras atrocidades, los ingredientes incluían: tomates cherry, cáscara de naranja, jerez, pimientos del padrón, calabacines, limón, aceite de perejil y no sé qué más. Todo malcocido y sin sofreír lo que debe ser sofrito.

Yotam Ottolenghi

Ese par de embaucadores demostró lo que se sabe: que la cocina es un arte. Y si en el arte contemporáneo domina la charlatanería, sobre todo en las artes plásticas o en la misma literatura, ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo en la cocina?

Para confirmar esto, no hace falta ver a los chefs televisivos. Se puede visitar algún restaurante que proponga cualquier vertiente de la nouvelle cuisine. Es muy probable que la presentación de la comida sea kitsch, que la propia comida sea decepcionante, y que la cuenta sea muy elevada.

Que abunden los charlatanes en la literatura y las artes se comprende, pues el grueso de la gente entiende poco de una o de otra. Pero se supone que el paladar lo vamos adiestrando desde que succionamos el calostro hasta la última cena. ¿Será que todo sabe a poca cosa cuando lo comemos con Coca Cola? ¿Será que, como dice Sancho Panza, la mejor salsa es el hambre? ¿Será que matamos el gusto con tanta miscua que le meten a los alimentos industriales?

Eso mero: grandes empresas, producción en serie, alimentos sosos, edulcorados, pastosos, pestíferos. Tragamos pero perdemos el gusto. Pensaba en esto cuando me paré en cierta esquina de Polanco y pude ver a diestra y siniestra las oficinas de Nestlé, las de Penguin Random House y el Museo Soumaya.

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