Umberto Boccioni, pieza esencial del modernismo italiano

Poesía en segundos

'La gran visión italiana. Colección Farnesina', exposición del Museo de Arte Moderno, es una muestra amplia y significativa de esta corriente artística.

Autorretrato de Umberto Boccioni, 1905. (Metropolitan Museum of Art)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Así como los poemas Un golpe de dados de Stéphane Mallarmé, Zona de Guillaume Apollinaire y La tierra baldía de T. S. Eliot son piezas fundamentales del comienzo de la gran poesía moderna, del mismo modo Formas únicas de la continuidad en el espacio de Umberto Boccioni, Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso y Manzano en flor de Piet Mondrian son referencias ineludibles en las artes plásticas. Cabe hablar de este paralelismo porque hoy podemos ver la arquetípica y sorprendente escultura de Boccioni, que intenta mostrar la interrelación del movimiento absoluto y del movimiento relativo, en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. La pieza forma parte de una muestra amplia y significativa del modernismo italiano, donde destacan, entre otros escultores, Marino Marini y Arturo Martini y, entre los pintores, Alberto Savinio y Mimo Rotella.

La obra de Boccioni abre, con sobrada razón, el recorrido de la exposición y establece un punto de referencia inevitable. Formas únicas de la continuidad en el espacio nos lleva directamente a la comprensión del papel primordial de la velocidad en la sociedad moderna y en el arte contemporáneo. Los futuristas son, si no los primeros, sí los principales intelectuales y artistas que reflexionaron profundamente sobre los efectos de las máquinas en la sensibilidad y, de manera radical, propusieron un cambio de valores no sólo estéticos sino vitales. Entendieron la velocidad, no como una sucesión de líneas o planos —al modo de los cubistas—, sino como la comunicación entre el espacio y los cuerpos. Son muy conocidos los excesos a los que llegaron: propusieron la destrucción a martillazos de los museos y exaltaron los nubarrones de la guerra como una oportunidad de autenticidad humana y creación de verdadera fuerza dinámica en contra —en su opinión delirante— de la debilidad femenina. Exageraban lastimosa y lamentablemente. Apollinaire, que no era machista, vivió en carne propia el error. Pero haciendo a un lado la exageración, no cabe duda de que ellos vieron con claridad cómo el hombre moderno y su arte contaban, por un lado, con un nuevo recurso bajo las formas del tren, el automóvil, el teléfono y el avión y, por el otro, con la idea de la correspondencia o no correspondencia entre distintas velocidades. En este punto, Boccioni es esencial porque él, en textos rápidos, meditó sobre esta cuestión y en su trabajo plástico creó varias obras singulares, en particular Formas únicas...

Esta escultura es, si fuera posible hablar en términos realistas, un hombre caminando. Distinguimos las partes del cuerpo. Apreciamos cómo anda decididamente hacia adelante. Casi vemos la voluntad. Pero no es así. El hombre no es un hombre. ¿Qué es entonces? Boccioni responde: “Es la potencialidad plástica que el objeto lleva en sí íntimamente asociada a su propia sustancia orgánica”. Bien mirada, la escultura es, entonces, un ritmo donde el espacio se contorsiona sobre la materia en medias lunas, en elipsis inesperadas, en una espiral en constante expansión. La escultura cambia el centro de gravedad de arriba hacia abajo, de la cabeza a los pies. Todo por la magia del círculo que mueve la luz en un estado de inconformidad absoluta.

AQ

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