“A las once menos cuarto del 12 de agosto de 2022, un soleado viernes por la mañana en el norte del estado de Nueva York, fui agredido y casi asesinado por un joven armado con un cuchillo poco después de subir yo al escenario del anfiteatro de Chautauqua para hablar de la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo”.
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Así, con esta paradoja, comienza Cuchillo (Random House, 2024), el libro más reciente de Salman Rushdie, una crónica sobre lo sucedido aquel día —33 años después de la fatua declarada en su contra por el ayatola Jomeini por haber publicado Los versos satánicos, su cuarta novela—, pero también una profunda reflexión sobre la familia, la felicidad, el amor, el milagro de seguir vivo pese a la furia irracional de su atacante en la Chautauqua Institution, con 150 años de historia en la promoción del arte, la literatura, la educación, la civilidad.
Desde su lugar en el presídium, Salman vio venir a su agresor corriendo directamente hacia él; al verlo ya muy cerca, se levanta y alza la mano izquierda, en la que recibe la primera puñalada. “Después de eso me asesta varias cuchilladas más —dice—, en el cuello, en el pecho, en un ojo, en todas partes”. Cae al suelo y su mundo parece desmoronarse. “¿Por qué no luché? ¿Por qué no hui? (…) ¿Por qué no hice nada?”, se pregunta. El ataque duró 27 segundos. Rushdie perdió un ojo y su agresor, del que no menciona el nombre y solo lo llama el A., volvió “a ser un don nadie”, un fanático que pretendió hacer realidad una condena pronunciada tres décadas antes, cuando el escritor, ahora de 75, tenía 42 años.
Tendido en el suelo, Salman pensaba en su esposa, la poeta afroamericana Eliza Griffiths, en sus hijos, en su hermana, en sus sobrinas. “Que alguien les avise”, pidió, pero no sabe si alguien lo oyó o entendió lo que quería decir.
Lo llevaron a un hospital en Pensilvania; Eliza lo cuidó día y noche al principio para después alternarse con los hijos del escritor, que llegaron desde Londres. La había conocido en mayo de 2017, en una reunión del PEN América, se enamoraron y construyeron una relación de amor y respeto, algo que Rushdie repite con frecuencia en el libro. Después de 18 días, lo trasladaron a otro hospital en Nueva York, la ciudad que había elegido para vivir, donde iniciaría el lento proceso de rehabilitación en la mano herida (seis meses) y de acostumbrarse a ver con un solo ojo. Por fin, el lunes 26 de septiembre pudo volver a su casa.
En Cuchillo, Salman Rushdie se refiere a la violencia y el fanatismo, imagina un diálogo con su agresor, con quien ajusta cuentas a través de la palabra escrita. Recuerda a sus amigos Martin Amis y Paul Auster, y reconoce que la vida le dio una segunda oportunidad. Habla también del momento en que, “después de medio año en la nada”, pudo volver a la escritura, diciéndole a su hipotético lector: “Redacté el proyecto para el libro que ahora tienes en tus manos, y a mis editores les gustó. Volvía a ser un autor con un libro que escribir”.
Cuchillo impacta por la manera tan directa de Rushdie de contar la agresión que sufrió, es también un viaje por la memoria y un testimonio de que el amor y la felicidad son posibles aún en medio de tanta violencia como la que existe en nuestro tiempo.
AQ