Quien conozca el trabajo de Vicente Alfonso sabe que el coahuilense no es un narrador de historias lineales, fáciles de comprender a la primera; al contrario, es uno de esos escritores que acostumbran involucrar al lector en la construcción y resolución de la trama de sus novelas. En La sangre desconocida (Alfaguara, 2022), su última entrega, enlaza un trío de historias que transcurren en tiempos y sitios diferentes para cumplir a carta cabal con su estilo literario.
Un novelista frustrado que llega a Chilpancingo junto con su mujer quien desea embarazarse a toda costa, el secuestro de una heredera millonaria de la industria tabacalera norteamericana en la ciudad de Camel y un maestro de la facultad de derecho que se enamora de una alumna enigmática constituyen los argumentos principales que sustentan el andamiaje de esta “novela-tejido” (como su mismo autor la definió) que nos lleva del movimiento antirracista de los años setenta en Norteamérica hasta las luchas revolucionarias de la Liga 23 de Septiembre en México, pasando por la guerrilla de Lucio Cabañas en Guerrero.
“Tú llegas in medias res al asunto, no entiendes mucho, tienes tres historias aparentemente inconexas y empiezas a elaborar juicios. Todavía no sabes ni quiénes son y ya te caen bien o mal, pero conforme avanzas descubres cosas y relaciones que no se te habían ocurrido”, dice Vicente Alfonso en una entrevista a propósito de La sangre desconocida.
Y es verdad: se trata de un texto donde la intriga se despliega de manera natural, capítulo tras capítulo y en el cual pocas cosas son lo que parecen, provocando en el lector ansiedad por descubrir la verdad de lo que se cuenta. La prosa de Vicente Alfonso, además, contribuye a hacer más disfrutable la lectura; es amena, elegante, precisa, marcada por el oficio del periodista acostumbrado a describir con detalle los ambientes. Mención aparte merece su habilidad para el manejo efectivo de múltiples voces narrativas. No es casual que con este libro el lagunero haya obtenido el Premio Nacional de novela Élmer Mendoza 2021, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Por otra parte, hay que reconocer que la novela, sin ser panfletaria, funciona también como denuncia política de los crímenes cometidos contra campesinos y guerrilleros por el Estado, el ejército y grupos paramilitares durante los años sesenta y setenta en nuestro país, tema que Vicente Alfonso ya había abordado a manera de crónica en su volumen titulado A la orilla de la carretera (crónicas desde Chilpancingo) publicado por la UANL en el 2021 y por el que recibiera el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor.
“Nada es tan difícil de limpiar como la sangre”, leemos en el primer párrafo de esta novela y es, precisamente a través de hechos manchados del líquido vital —un vestido pringado de rojo y un cartel sucio donde aparecen las fotografías de algunos miembros de la Liga 23 de Septiembre— que se enlazan las tres historias de este libro que gravita entre la realidad y la ficción.
En lo personal, la historia que más me intrigó fue la del secuestro de la heredera del emporio tabacalero de la ciudad de Camel. La creí basada en un hecho real y lo primero que hice al terminar de leer el último capítulo del libro, fue revisar en la red si aquello tenía algo de cierto. Al descubrir la verdad, recordé lo que dijo Javier Marías en su discurso de aceptación de Premio Rómulo Gallegos sobre el acto de leer novelas: “nos hemos acostumbrado tanto que consideramos enteramente normal el acto de abrir un libro y empezar a leer lo que no se nos oculta que es ficción, esto es, algo no sucedido, que no ha tenido lugar en la realidad”.
La sangre desconocida no es solo una novela policial, es también un retrato de una época, un fresco de esos años difíciles de la segunda mitad del siglo pasado cuando nacieron Las Panteras Negras, la Liga 23 de Septiembre y otras organizaciones clandestinas que luchaban desde la oscuridad a favor de los derechos humanos. Quien se acerque a sus páginas, estoy seguro, se encontrará con una novela que es un rompecabezas literario, adictivo y angustioso por momentos, seductor y desafiante a ratos, pero, sobre todo, un ejemplo de lo que Mario Vargas Llosa ha dado en llamar buena literatura, aquella que “crea incomodidad e inconformidad porque el mundo que nos inventamos siempre es más rico, más profundo y más diverso que el que existe en realidad”.
AQ