Un historiador como El Greco

Bichos y parientes

Algo de humanidad se pierde cuando “normalizamos” la corrupción, la abyección, la violencia extrema. El foco vuelve extraordinario el objeto que enfoca, el hecho que singulariza. La normalidad lo borra.

Retrato de un caballero anciano, considerado autorretrato del Greco, 1595-1600. (Wikimedia Commons)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Amiano Marcelino (325-400) es un autor extraño y, por desgracia, cercano a nuestra deformada relación con una realidad violenta, abrumada de mentiras y conducida por las abyecciones de la clase política. De sus Historias sólo conozco la edición de Akal (2002, traducida por Luisa Harto Trujillo). Es una obra rescatada de sus pedazos. De los 31 libros que la componían, quedó más o menos bien la segunda parte; de la primera, sólo fragmentos. Obra asimétrica, porque Amiano emplea 13 libros para narrar la historia romana desde el año 96 hasta el 352, pero larga los 18 siguientes para un periodo de apenas 25 años. Veloz para el periodo largo que lo antecede y moroso, lento, obsesivo, para la época que atestigua.

“Solitario historiador”, lo llama Arnaldo Momigliano (Ensayos de historiografía antigua y moderna, FCE, 1993), mientras busca rehabilitar la valía de una obra de difícil digestión para gente civilizada y sensible. Amiano, dice, “tiene una percepción agudísima, casi diabólica, de las realidades de su tiempo [y] lo que tenemos es un cuadro de hombres y acontecimientos que en su poder de caracterización por medio de la deformación inevitablemente nos recuerda a El Greco” . Con todo y “deformaciones”, Momigliano reconoce que “hasta ahora, pocos errores importantes se han descubierto en su obra. Por supuesto que se puede confiar en él sin vacilar”.

Eric Auerbach lo halla “aficionado a lo horrendo y lo grotesco […] De la obra de Amiano se puede entresacar una colección completa de retratos grotescos y plásticos en alto grado”. El ensayo de Auerbach, de veras bueno, es el capítulo III de su libro Mimesis (FCE, 1982) y quiere indagar en las razones que mueven a un autor a recurrir a lo grotesco y espantoso como forma, digamos, plástica para historiar.

Recuerdo una entrevista a Spike Lee: tras el estreno de Jungle Fever, le reprocha el periodista su representación de la violencia en las calles, y Lee responde (cito de memoria) con otra pregunta: “¿dónde está la violencia, en mi película o en la realidad?”.

Frente a una realidad detestable, los recursos del historiador no pueden ser meramente descriptivos. Para los senadores y gobernantes, Amiano tiene formas de varia sorna; por ejemplo (30.4.3): “El sabio Platón describió esta profesión de los oradores del foro como «politikés moríou eidolon», es decir, como la sombra de una minúscula parte de la administración, o como el cuarto tipo de adulación. Por su parte, Epicuro, denominándola «kakotéchnia», la incluye entre las malas artes”. De modo que las desvergüenzas de los legisladores dejan de ser parte del arte de la oratoria y se quedan en esa perfecta “kakotéchnia”.

Mientras este tipo de vergüenzas suceden entre senadores y políticos, el libro siguiente (31.4.11) describe los acontecimientos fuera de Roma, en las fronteras: “Y es que, cuando los bárbaros que habían sido conducidos a esas regiones lo estaban pasando mal por la falta de alimento, estos abominables generales [del ejército romano] planearon comerciar del siguiente modo: reunieron todos los perros que su ambición pudo hallar por cualquier parte y se los entregaron a cambio de obtener un esclavo por cada perro, dándose incluso el caso de que, entre éstos, figuraban hijos de los nobles”.

Auerbach y Momigliano perciben el horror en las descripciones de Amiano como una peculiaridad de su estilo. Pero si “se puede confiar en él sin vacilar”, entonces cabe leer en sus morosas monstruosidades la voluntad de no ceder los hechos a un olvido irresponsable, o insensible. Negarse a eso que hoy llamamos “normalización”. Algo de humanidad se pierde cuando “normalizamos” la corrupción, la abyección, la violencia extrema. La percepción de “lo normal” es indistinta, sin relieves y, al poco, sin importancia. Normal es algo que vemos sin enfocarlo. El foco vuelve extraordinario el objeto que enfoca, el hecho que singulariza. La normalidad lo borra. La primera reacción es recurrir al ruido y al escándalo. Lo han hecho muchos. Pero hasta el ruido termina volviéndose normal. ¿Cómo evitar que se entuma la percepción de unos hechos que no debieran ser tolerados? Por ejemplo, y mucho mejor que las películas de Spike Lee, pintándolos como El Greco. Tal vez las sornas a los políticos, la medrosa descripción de su servilismo, y la brutalidad del estilo con que Amiano Marcelino relata los hechos sea un recurso para hoy, para nosotros.

AQ

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