Francisco, la hermana Genevieve y comunidad del arcoíris

Crónica

Recuerdo y elegía del papa argentino, quien solía visitar a una monja francesa que lleva 30 años viviendo en una furgoneta y se ha distinguido por apoyar el movimiento LGBTQ+

El papa Francisco y la hermana Genevieve Jeanningros.
Valentina Rizzi
Ostia Lido, Roma /

“Debemos desarmar al mundo para desarmar las mentes y la Tierra”, le escribió el papa Francisco, el 14 de marzo de 2025, al director del periódico Il Corriere della Sera en una carta abierta en la que nos invitaba a quienes escribimos en los diarios a “valorar la importancia de las palabras, porque nunca son solo palabras: son hechos que construyen los ambientes humanos. Pueden unir o dividir, servir a la verdad o servirse de ella”.

El papa Francisco murió el pasado 21 de abril, un día después de la Pascua, luego de abrazar a la multitud en la Plaza de San Pedro.

Conmovida ante las imágenes del féretro de madera del jesuita que llegó desde casi el fin del mundo, como él mismo se presentó al inicio de su pontificado; frente al recinto de San Pedro enmarcado por la columna de Bernini con doce estatuas “centinelas”, seguí la transmisión televisiva en directo del funeral con profunda tristeza.

Retrocedo la película muchas veces para aferrarme al recuerdo de Francisco, para exorcizar el miedo a perderle la huella, para no olvidar el surco trazado por su pontificado revolucionario, cercano al pueblo.

Francisco desarmó a todos con su sencillez; con la fuerza de sus abrazos abrió las puertas a los desheredados, a los presos, a los divorciados.

Aquí ya se asentó un nuevo pontífice, pero no estoy lista para despedirme de Francisco. El nuevo papa eligió el nombre de León XIV y regresó a los fastos de la gran morada del palacio apostólico. Él también habla de paz, pero desde el nombre y la procedencia no parece ser uno de nosotros, los nacidos y crecidos en las periferias del mundo.

Prefiero permanecer escondida en mi librería independiente en la periferia de las periferias romanas para recordar a Francisco. Regresan a mi mente las imágenes del recinto sagrado vacío en aquel marzo de 2020, en plena pandemia, cuando él se dirigió a la virgen representada con el niño Jesús en brazos en la pintura Salus Populi Romani, atribuida a Lucas Evangelista, en oración, en súplica para que la pandemia nos diera tregua. Su imagen icónica atravesando la plaza desierta con la lluvia en su apogeo, sin protección, sin sombrilla, sin guaruras, solo, caminando en un silencio ensordecedor, en oración para y con el mundo.

Ahora la plaza ya no está vacía, se llenó de cientos de miles de personas que aclaman a León XIV, que llega de los Estados Unidos con un pasado pastoral en Perú.

Nací bajo el pontificado de Pablo VI, muchos años de mi vida transcurrieron bajo el de Juan Pablo II y fui testigo de la dimisión de Benedicto XVI; conocí la época inédita de la existencia de dos papas al mismo tiempo. León XIV es el quinto papa en mi vida.

Los romanos crecimos bajo la sombra de la gran cúpula, como se conoce a la de San Pedro, acostumbrados a medir el tiempo entretejiendo las propias vicisitudes con las papalinas.

Me he cansado de ver fumarolas negras y blancas, de creer en lo divino y en la autoridad papal, en ese poder temporal que se vuelve cada vez más transitorio. Francisco, el primero en convivir con otro papa, intentó dar un sentido diferente a este engranaje admitiendo que no se sentía más que como un obispo de Roma.

“Construyan puentes, no muros”, parece que todavía lo vemos gritar desde el altavoz asomado a su balcón, vivo en su poderoso testimonio de paz que nunca dejó de proclamar.

Resuena en mi cabeza el eco del “Magnificat” pronunciado por el coro durante la homilía de despedida a Francisco, un canto antiguo contundente en sus palabras tan actuales.

Muchos poderosos se dieron cita en el Vaticano para despedir a Francisco, los vimos todos en la televisión, pero es otra la imagen que se me ha quedado grabada: la de la hermana Geneviève Jeanningros, de 82 años, francesa, la monja de los gays y transexuales, la que por 30 años vivió dentro de un remolque en los juegos mecánicos que están junto a mi casa, la misma a la que Francisco iba frecuentemente, de sorpresa; le gustaba saludar a la hermana Geneviève entre los carritos de los juegos donde vivía, en la periferia de las periferias, a pocos pasos desde donde escribo, donde nací y donde todavía vivo ahora. A pocos pasos de mi furgoneta destartalada con la que cuento historias a los pequeñitos desde hace más de 10 años en un suburbio de Roma.

Y la hermana Geneviève lo retribuía presentándose cada miércoles en audiencia, algunas veces junto a exponentes de la comunidad LGBTQ+ a la que Francisco había abierto una brecha entre las puertas de su iglesia.

Genevieve Jeanningros en el funeral del Papa Francisco.

Una fotografía muestra a la hermana Geneviève mortificada, inconsolable frente al cuerpo de Francisco, descompuesta en un llanto abundante que rompe cualquier ceremonia en contraste con la compostura de cardenales y obispos. Ella, una sencilla y gigantesca figura que ha acompañado a los humildes y a los diferentes viviendo en un remolque de feria durante 30 años, admitida a la contemplación privada del funeral del cuerpo de Francisco, antes de que le fuera puesto el velo de seda blanco sobre el rostro y se cerrara el ataúd, en el último y desgarrador saludo a su insustituible “amigo fraterno”.

“¡Queridos poetas, gracias por su trabajo! Sigan soñando, preocupándose, imaginando palabras y visiones que nos ayuden a leer el misterio de la vida humana y que orienten a nuestras sociedades hacia la belleza y la fraternidad universal”.

Esta fue la invitación del papa Francisco en el “Discurso a los Poetas y a los Artistas” leído en la sala Clementina del Palacio Apostólico hace dos años, esta invitación que resuena y me salva para levantar la cabeza y convencerme de poner las manos sobre este teclado para escribir de prisa, seguramente al final de una época, mientras el Papa León XIV cierra las puertas a las parejas gays, marcando el recinto de una iglesia no inclusiva; un primer paso hacia atrás.

Francisco, seguiremos tu ejemplo, luchando por los pobres, los desheredados, por la comunidad del arcoíris, por una iglesia abierta a la diversidad y no a los privilegios. Seguiremos adelante con la cabeza en alto desde nuestras periferias, con nuestros colores, sin uniformarnos con un clero monocromático y repelente, con la dignidad y la voz que solo tú supiste darnos. Tú, querido Francisco, sigue abriendo puertas para todos nosotros antes de que el mundo nos obligue a cerrarlas.


Traducción a cargo de Verónica Nájera

AQ

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