Una chelista mexicana en Moscú y Kiev

Doble filo

Maricarmen Graue recuerda sus experiencias en la ex Unión Soviética, donde era posible conseguir un chelo en un supermercado, pero había escasez de jabón.

Maricarmen Graue, chelista y autora mexicana. (17 Instituto de Estudios Críticos)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

La violonchelista Maricarmen Graue estudió en el Conservatorio Nacional de México y luego viajó becada a la ex Unión Soviética para tomar cursos durante tres años en los conservatorios de Moscú y Kiev, ambas instituciones con el mismo nombre: Piotr Ilich Tchaikovsky.

En entrevista con Laberinto, Graue afirma que “la guerra, por la razón que sea, es la forma más estúpida de resolver un problema. En este caso es un conflicto entre potencias, en el que la carne de cañón es el pueblo de Ucrania”.

Dice que “Ucrania casi pasó del feudalismo al socialismo” y que sus habitantes “son como los catalanes, muy orgullosos de su origen, idioma y costumbres, muy celosos de su cultura. Ucrania se liberó en 1991, justo el año en que me regresé a México”.

“En el Conservatorio de Moscú me tocó ser testigo de un pequeño conflicto que puede servir como ejemplo de algo más complejo: hablando en su propio idioma, un alumno ucraniano se empeñaba en pedir un libro y el encargado le decía que no entendía nada. La discusión fue creciendo y terminó a golpes”.

Graue recuerda a la capital rusa como “una ciudad muy cosmopolita, con gente instruida, además de ser el sitio a donde llegan de todas partes a abastecerse de mercancías, igual que en la Ciudad de México. El centro de Moscú es muy atractivo, muy turístico, pero te mueves tantito y es una ciudad llena de unidades habitacionales, hasta diría que medio feíta. Si sales a los alrededores, hay casas de campo muy bonitas. A mí me gustó más Kiev, con un clima más benigno y su calle central llena de castaños, una belleza cuando están florecidos”.

“Si logras entrar al círculo social de los ucranianos, son muy cálidos, te procuran. Me hice amiga de una maestra y ella era muy protectora conmigo, hasta parecía mi mamá”.

En la antigua Unión Soviética, Graue percibió “un sistema con derecho a una buena educación gratuita para todos, pero con la obligación de buenas calificaciones”. También le tocó ver larguísimas filas para comprar libros que hasta ese momento habían estado prohibidos, como las obras completas de Freud. “No se conseguía lo que no entraba en el perfil del sistema político, como La Biblia. Esa era una costumbre represiva”.

A pesar de lo anterior, recuerda en ambas ciudades “un ambiente cultural muy rico, con muchos conciertos, obras de teatro, museos de gran calidad. Podías comprar bellísimos libros de arte a precios muy bajos. Alguna vez compré un chelo para niño en un supermercado, algo increíble. Imagínate que eso fuera posible en un Walmart o en la Comercial Mexicana”.

A Maricarmen le gusta oír audiolibros de Chéjov en ruso porque le parece un lenguaje sencillo, no así el de Dostoyevsky, a quien prefiere escuchar en español.

En Kiev le tocó vivir una temporada con gran escasez de productos básicos como jabón, azúcar, toallas sanitarias y hasta cerillos. Era tan dramática la falta de fósforos que preferían dejar encendida la estufa durante toda la noche, a pesar del peligro que eso conlleva.

También en Kiev, debido a una sinusitis, estuvo dos semanas internada en un hospital donde las regaderas estaban descompuestas y los alimentos eran incomibles. En su libro autobiográfico Mirar mirándome (La Tinta del Silencio, 2021), Maricarmen Graue escribe: “De pronto, la enfermera tomó la más delgada de las agujas, remojó la punta en una de las botellitas y la metió al fondo de mi nariz. Me dio un pequeño piquete y mi cara se adormeció. Me aterré en cuanto vi que la misma mujer tomaba otra aguja más gruesa conectada a una jeringa, la metía por el mismo lugar y ponía su mano sobre mi cabeza. Tras un empujón hacia abajo, escuché un crujido; la aguja se enterró por dentro en un hueso casi a la altura de mi frente. Comencé a gritar mientras los presentes se carcajeaban. Un líquido corría dentro de mi cara a gran velocidad, circulando por todos sus laberínticos recovecos. Sentí un fuerte mareo y muchas náuseas. De inmediato recurrieron a las técnicas de la Ucrania prehistórica para evitar el desmayo: me dieron de cachetadas”.

El día que la chelista regresó definitivamente a México, abordó un taxi de Moscú al aeropuerto que le cobraría 20 rublos, según lo acordado. “A medio camino, en pleno bosque, el chofer me dijo que serían 50 rublos, y que si no me parecía bien, que me bajara”. Maricarmen tuvo que ceder a la extorsión y de ese modo finalizó su aventura soviética.

Tanto en Moscú como en Kiev, los maestros de chelo responsables de Graue eran un par de viejitos que años atrás habían sido brillantes, pero ya estaban cansados y con ganas de retirarse. Sin embargo, ella se las ingenió para entrar a otras clases y conseguir altos niveles de calidad como ejecutante.

La destreza y sensibilidad de Maricarmen con su instrumento la pude constatar recientemente en El Péndulo de la colonia Roma, donde disfruté del espectáculo Mais que saudade. Ella tocó ahí acompañada del estupendo guitarrista Raúl Mandujano; ofrecieron un variado programa con música de Bach, Vivaldi, Satie, Leonard Cohen, Luiz Bonfá y Astor Piazzolla, entre otros compositores, con atractivas ejecuciones dancísticas de Cassandra Salinas y lectura de poemas. Ojalá que se repita en algún recinto oficial.

AQ

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