Luis Cernuda se equivocó: quiso hacer español el origen del modernismo. Quién sabe qué lo enojaba con que fuera hechura de poetas americanos, y Rubén Darío, sobre todo. José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid han mostrado con toda claridad su origen en Manuel Gutiérrez Nájera y cómo se trata de una aportación americana. Se entiende la renuencia en los mayores, aquella generación del 98 tan herida en su hispanidad, pero no en un escritor más joven, avecindado en México, y con la alta capacidad de Cernuda.
Los británicos recibieron a Emerson, Whitman o Twain, como nuevo brío, vitalidad robusta que enriquecía toda la lengua. Y por eso, de entre los españoles del 98, Ramón María del Valle Inclán buscó primero en inglés y francés, antes de dar con lo mejor de su obra. Para nosotros, la modernidad de Valle Inclán dejó de ser moderna, pero nunca se avejentó. Simplemente, lo mejor de su obra se ha vuelto contemporaneidad, o simultaneidad de todas las formas del español. Así de grande.
A pesar de que su anecdotario y todo el jaleo y las intempestivas que acostumbraba, amenaza con tener más páginas que su literatura, resulta más notable lo que deja escrito que lo que hizo en vida. No es fácil desbroce. Escribió también obras que se marchitaron pronto.
Como mero lector hedonista, hice caso a Darío Villanueva y a su rescate de una obrita pequeña y olvidada: La media noche. Visión estelar de un momento de guerra (que se halla en la página de Cervantes virtual). Es el recuerdo, o testimonio, o algo, de su experiencia, en 1916, sobre el campo de batalla. Llegó a Francia como periodista, trabó amistad con los pilotos aviadores y, de pronto: pasajero en vuelo, con la vista completa del campo, de todo el campo: “el narrador que antes fue testigo, da a los sucesos un enlace cronológico puramente accidental, nacido de la humana y geométrica limitación que nos veda ser a la vez en varias partes... Todos los relatos están limitados por la posición geométrica del narrador. Pero aquel que pudiese ser a la vez en diversos lugares, de cierto tendría de la guerra una visión, una emoción y una concepción en todo distinta de la que puede tener el mísero testigo, sujeto a las leyes geométricas de la materia corporal y mortal”. ¿No es eso el Guernica de Picasso?
Uno recuerda que, desde abajo, en las trincheras, mientras Valle Inclán descubre una visión de vuelo que le requiere una escritura capaz de producir esa idea de simultaneidad, Apollinaire, en el lodo de la trinchera, canta a los aviones y sus bombardeos. En ambos es mucho más fuerte el entusiasmo que la tragedia. Apollinaire celebra el “Obús color de luna”; Valle Inclán también: “los cohetes abren sus rosas, tiembla la luz de los reflectores, y en la tiniebla del cielo bordonean los aviones que llevan su carga de explosivos para destruir, para incendiar, para matar”.
Muy probablemente ahí, en aquella búsqueda de simultaneidad, entre la belleza magnífica y la tragedia sin restañamiento, haya nacido el Esperpento como voluntad expresiva. Como género literario, el Esperpento y sus formas monstruosas y admirables, sospecho, tiene su deuda con la poesía hispanoamericana. Valle Inclán conoció a Darío; ignoro si leyó los poemas de G. Nájera, aunque estuvo dos temporadas largas en México, pero algo en las técnicas poéticas me hace creer que sí, porque el mexicano es el gran renovador de la rima insólita (“Kossuth” con “pschutt”; “Paul de Kock” con “five o’clock”) y Valle Inclán es capaz de rimar “versolaris” con “pelotaris”. Ambos recurren a métricas novedosas y obtienen jugos raros y modernistas. Por ejemplo, tres eneasílabos y un tetrasílabo: “Quiero labrar mi eremitorio/ en medio de un huerto latino,/ latín horaciano y grimorio/ bizantino”. No son ni Darío ni López Velarde, pero ignorarlos es pobreza innecesaria.
Un incauto supondría que se trata de juegos y nada más. No: les iba la vida en escribirla de modo nuevo, fresco, sorprendente. Las palabras no funcionan como apósitos sobre el mismo mundo ya visto: de la novedad léxica, rítmica, expresiva depende la veracidad del mundo. Un lenguaje envejecido es como colocarse telarañas sobre los ojos.
El resultado es Tirano Banderas. Una Hispanoamérica que es todos sus países y ninguno; todas las variantes de la lengua, todo el vocabulario, todas las clases sociales. No es una yuxtaposición, ni una síntesis y ni siquiera un cálculo. Es un esperpento: el terror y la risa; la compasión y el odio. Simultáneos.
AQ