Vicente Rojo: la pintura como palabra

Poesía en segundos

En la obra de este pintor perteneciente a la generación de la ruptura hay atisbos de alfabetos, letras y caligrafías que apuntalan la originalidad de su arte.

Vicente Rojo, 1932-2021. (Foto: Héctor Téllez | MILENIO)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Quizá no para muchos, pero sí para algunos seguidores de la pintura mexicana, fue un redescubrimiento la exposición panorámica de la obra plástica de Vicente Rojo, Destrucción del orden, realizada a finales de 2022 y principios de 2023, en el Museo de Arte Moderno (MAM). Y todavía más: significó una auténtica revelación.

Todos saben que el pintor de origen catalán forma parte de la llamada “generación de la ruptura”; todos comprenden que su lenguaje es casi absolutamente geométrico; y, asimismo, nadie ignora que su obra desarrolló, de una manera plena, un lenguaje plástico con una visión crítica del realismo social de la pintura enorme —quién lo duda—, pero oficialista e ideológica, de una buena parte del muralismo. Pero lo que no resultaba tan claro y evidente es que, bajo la asombrosa continuidad y el intenso talante imperturbable y monotemático (en varios aspectos de la composición), Rojo creó una obra no sólo de excelencia —opinión general aceptada— sino de una originalidad excepcional —juicio menos común. Alrededor de ciertas formas retóricas en las que predomina la figura de la repetición, bajo patrones precisos, inesperados y hermosos, Rojo inventó un universo infinito y perfecto y, además, produjo una insólita reflexión sobre el vínculo problemático y necesario que hay entre realidad y lenguaje; y, si bien esto es mucho más difícil de atisbar, entre las imágenes visibles y matéricas de la pintura y el espectáculo invisible de la poesía.

En una síntesis poderosa, todavía de juventud, el pintor geométrico, en contra del aplanamiento realista del mundo y en contra de la negación de la libertad, planteó de golpe el tema fundamental de su creación: destrucción del orden y, a la vez, construcción de múltiples diferencias progresivas, casi como las variaciones de los códigos de la vida. De este modo, Destrucción del orden, no es el título de un cuadro. No es el lema de una exposición. Y si lo es, entonces es mucho más que todo eso: ese slogan —una divisa auténtica— representa el enunciado interior de un cuadro o de una serie de cuadros, donde esta frase aparece y muestra cómo Rojo ha puesto, en su lienzo, unas palabras como forma integrante de las correspondencias esenciales de dibujo y color. Así, el pintor nos señala que el cuadro se muestra o exhibe, pero también habla y que, por todo ello, es lenguaje.

La reciente exposición, que de alguna manera rindió homenaje póstumo a la grandeza del artista, plantea, de manera certera, la entrada a la comprensión de esta idea y al recorrido de su despliegue museográfico. A partir de ahí comprendemos que, aunque en la obra de Rojo hay un distanciamiento frente al uso ideológico de la pintura, hay, por otro lado, la afirmación de que pintura es, de modo inevitable, señal, comunicación, entendimiento y, por ello mismo, significación recóndita. En esta perspectiva, quien mira las regulares, obsesivas y grafológicas abstracciones de esta obra encuentra sentido en la presencia de la letra “A” o de la letra “T” o en las diagonales de la lluvia o, de manera más radical, en el diseño de alfabetos monstruosos o en el esbozo de caligrafías celestes. Es como si Vicente Rojo hubiese imaginado, para nosotros, el sueño de todas las escrituras.

AQ

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