¿Tiene sentido seguir hablando de la “verdad” en la época de las redes sociales y la IA? El filósofo mexicano Guillermo Hurtado acaba de publicar un libro que se titula Biografía de la verdad (Siglo XXI Editores). Su respuesta es un contundente “sí”. La verdad es necesaria. Se trata de una necesidad tanto epistémica como vital. “No saber en qué creer y en quién creer provoca desesperación, desolación y amargura.” Guillermo Hurtado va aún más lejos y equipara a la crisis de la verdad con la guerra nuclear y con el cambio climático. Esta es la gravedad de la amenaza y la gravedad de nuestro negacionismo. Al desinterés por la verdad se añade el rechazo a la verdad. De aquí que el autor a veces se refiera a la “crisis de la verdad” como un “desencuentro”. Le hemos dado la espalda a la verdad. Es alarmante y descorazonador que a la verdad ya no se la encuentre por ningún lado. Pero resulta más alarmante aún que hayamos perdido el deseo de buscarla.
El título del libro nos sugiere que la verdad no es tan solo un concepto teórico. “Nadie aprende el significado de la palabra ‘verdad’ al leer un diccionario. La palabra se aprende antes de saber leer.” La verdad es una entidad viva, posee un árbol genealógico. Debemos retomar la vieja pregunta de “¿qué es la verdad?, ¿qué hace que lo verdadero sea verdadero?”, pero también debemos preguntarnos “¿cómo vivir con la verdad?”, o incluso “¿cómo vivir a pesar de la verdad?”. Guillermo Hurtado, en su libro, no nos ofrece ni una historia ni una teoría —otra historia, otra teoría— de la verdad. Para enfrentar la crisis “no necesitamos definiciones más exactas”. Lo que nos ofrece en cambio es una genealogía y una pedagogía moral. “Una teoría es un sistema de conocimiento. Una pedagogía, en el sentido del término que rescato aquí, no se reduce a una ciencia rigurosa o a una disciplina académica, sino que pretende ser, por encima de todo, un sistema de enseñanza.”
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Desde hace siglos (desde Aristóteles) nos hemos acostumbrado a pensar la verdad como una adecuación, una conformidad, una correspondencia entre lo que decimos del mundo y los hechos del mundo, entre la realidad y nuestros juicios sobre esta realidad. “La verdad es decir de lo que es que es y de lo que no es que no es.” Así reza la famosa definición de Aristóteles en la Metafísica. Es una definición que suena aceptable y hasta obvia. Decimos que está lloviendo. Nos asomamos por la ventana y constatamos que, en efecto, llueve. Hemos enunciado una verdad en apariencia incontrovertible.
Lo cierto es que en la actualidad muy pocos filósofos sostienen la teoría de la correspondencia pues parece implicar una teoría del lenguaje como representación. ¿La estructura de los enunciados debe coincidir con la estructura de los hechos? “No podemos descartar la sospecha filosófica —concluye Hurtado— de que somos nosotros, los hablantes de cada lenguaje, quienes cortamos el mundo a la medida para que nuestras oraciones verdaderas encuentren sus correlatos.”
Hay otra manera de entender la verdad que nos resulta igualmente intuitiva, a saber, que lo verdadero coincide con lo bueno. En otras palabras, que la senda de la verdad es una y la misma con la senda del bien. La verdad (por regla general) es preferible a la mentira y al error. A esta intuición Guillermo Hurtado la denomina la “intuición platónica”. Existen, por supuesto, las mentiras piadosas. No siempre mentimos para engañar. A veces la mentira se nos presenta como la única manera de hacer el bien. Toda regla general, al fin y al cabo, tiene sus excepciones. Queda muy lejos de los propósitos de Guillermo Hurtado darnos una lista de consejos para la acción o de imperativos categóricos, a la manera kantiana. Él está convencido de que ambas intuiciones (la platónica y la aristotélica) deben recogerse en una pedagogía moral.
Históricamente el bien ha sido identificado con Dios (San Agustín), convirtiéndose de este modo la verdad en un vehículo de comunión divina y de salvación; y la falsedad, en una suerte de caída y de pecado. Otras veces se ha identificado el bien con la rectitud. “Según San Anselmo, algo es recto en el sentido de verdadero cuando cumple con su tarea, diseño, misión, finalidad, deber o destino. Por ejemplo, decimos de una espada que es de verdad cuando no solo tiene apariencia de espada, como las de utilería y juguete, sino cuando cumple con la función que se tiene planeada para ella de manera eficiente, porque tiene filo, corta y puede usarse en la batalla.”
Otras posturas que revisa Guillermo Hurtado son el coherentismo y el pragmatismo. Al “desafío de Nietzsche”, como no podía ser de otro modo, le dedica varias páginas. Para Nietzsche, detrás de la voluntad de verdad se agazapa la voluntad de poder. Nuestros conceptos más caros (“bien”, “verdad”, “Dios”) no son más que ilusiones, o mejor dicho, metáforas contingentes que nos han servido para dominar la realidad y a nuestros semejantes. Guillermo Hurtado no sucumbe a la tentación nihilista, aunque sí recupera de Nietzsche (y de su continuador en el siglo XX: Michel Foucault) la idea de que para pronunciarnos sobre la verdad (para vivir con la verdad) no hace falta echar mano de principios absolutos o esencias metafísicas. (De lo que sí echa mano el autor es de la literatura en lengua española. No se limita a discutir con filósofos. Su pedagogía moral de la verdad también abreva de Cervantes, Calderón de la Barca, Gracián.)
El camino a la verdad no tiene que ser por fuerza un camino ascendente, luminoso y ofuscador (como el camino que recorre el prisionero liberado de la caverna platónica). El camino es acaso más modesto. Tal vez no se trata de “llegar a”, sino de “salir de” (la falsedad, el engaño, la ilusión, la maldad, el egoísmo, etcétera). “Todos los días nos damos cuenta de que estamos equivocados acerca de algo, de que nos han mentido sobre cierto asunto, de que ignoramos un dato indispensable, de que no sabemos cómo cumplir una tarea específica.”
Los antiguos griegos y romanos se representaban a la diosa Verdad, hija de Virtus y Saturno (la virtud y el tiempo), como una doncella hermosa y desnuda (o semidesnuda) que lleva un espejo en la mano y que rara vez se deja avistar pues habita en las profundidades de un pozo. La verdad es de suyo misteriosa. Juega un doble papel de mujer cautivadora y mujer cautiva.
Biografía de la verdad aparece en las librerías en el momento preciso. Puede leerse como una advertencia de la catástrofe moral por venir (o en curso), como una brújula para orientarnos en medio de la proliferación de teorías y definiciones de la verdad, como una invitación a retomar la secular e inacabable búsqueda de lo bueno y lo verdadero, una invitación a buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad. Puede leerse de múltiples maneras. De lo que no cabe duda es que debe leerse.
Las biografías suelen consistir en la narración de un nacimiento, de una trayectoria y de una defunción. Este no es el caso. Guillermo Hurtado se rehúsa a secundar a aquellos que proclaman la muerte de la verdad. La verdad sigue viva por la sencilla razón de que su biografía también es la nuestra. Quizá no nos aventuramos al interior del pozo por temor a la imagen que nos devolverá el espejo de la inclemente diosa Verdad. “Da la impresión de que cada vez hay más seres humanos que viven dentro de modernas cavernas acondicionadas con instrumentos de alta tecnología. Las pantallas nos tienen atados a nuestros prejuicios más burdos, nuestras opiniones más endebles y nuestras pasiones más bajas. Que tantos seres humanos ya no distingan entre el interior y el exterior de la caverna y, peor aún, elijan la cicatería, la fantasía y la servidumbre, es una medida de nuestro fracaso civilizatorio”.
José Manuel Cuéllar Moreno. Doctor en Filosofía. Autor, entre otros libros, de 'La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI' (Ariel, 2018). Editor y compilador del libro 'La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde' (Bonilla Artigas, 2021) y de 'Herir en lo sensible. Ensayos de crítica literaria de Emilio Uranga' (Bonilla Artigas, 2024).
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