En varios textos y conversaciones Antonio Deltoro ha expresado su admiración por Antonio Machado. Una admiración por todo aquello que hace del autor de El cancionero apócrifo un poeta meditabundo y cautivo en la luz de un palacio de Sevilla, donde nació el andalucí de acuerdo con el hermoso soneto que recuerda “el rumor de fuente” y “mi padre en su despacho”. Así, Deltoro, en la pasión silenciosa y agitada del pensamiento, nunca deja de estar en diálogo con el poeta y la poesía de la conciencia y la autoconciencia, de las cosas en la chispa del desocultamiento y del yo reflexivo encorvado sobre sí mismo.
Puedo ver a Deltoro, de manera muy clara, en esa cátedra de retórica y poética de la escuela de Juan de Mairena. En ella, las cosas más ásperas y romas cobran dulzura y tienen una nueva naturalidad gracias a la creación de un lenguaje inesperado y absolutamente inteligible en su sobriedad ebria. En el aula de ese magisterio, Deltoro no solo ha sido un aventajado discípulo sino que lo puedo observar levantándose de su asiento… camina hacia el escritorio, coge un gis, escribe sobre la pizarra y ofrece, con la aprobación de Mairena, las interrogaciones y las sorpresas inevitables de un contraste o de una dualidad escondidas en la maleza de las percepciones. De este modo ilustra —entre el manantial y el charco, entre la cerveza y el agua— la limpidez cilíndrica de un vaso y nos hace vislumbrar la felicidad de la inocencia que de manera inevitable —y con desgracia— irrumpe en la felicidad del pecado. Deltoro mira tierno y suspicaz a Mairena, pero éste, en el juego de la comunicación a larga distancia a través de los libros, le ha cedido completamente la palabra a Deltoro y disfruta muchas de las cosas que nos hablan de la diferencia entre Rumiantes y fieras (Era, México, 2017). El poeta mexicano exclama apropiándose de la invención del maestro: hay una poesía que se nutre de nuestro cuerpo y hay una poesía donde podemos pensar “La duración de los dientes: su desgaste/ traza la frontera/ entre comer/ y ser comido:// el carnívoro ofrece/ sobre la hierba/ el cuello;// al igual que el herbívoro”. Y en una visión trágica de la voluntad de existir, agrega: “Durmiendo cola adentro,/ después de haber comido,/ una serpiente alcanza,/ casi roza/ el sopor de la piedra.// Nadie duerme tan hondo,/ nadie sueña tan negro:/ es que para matar/ también se enrosca”.
En la lectura de Rumiantes y fieras como en la de ¿Hacia dónde es aquí? (Penélope, 1985), apreciamos cómo Deltoro ha sabido introducirse en las palabras porque ha sido capaz de ver y oír a los seres y las cosas en su interior. Estoy seguro de que por esta razón él escribió hace mucho tiempo: “Van mis ojos al agua a nadar con los peces”. Saltar a lo otro, escribir desde un cerca que quita las cercas, acortar la distancia del lejos o, como Mairena señaló, “vivir por dentro” el mundo.