Voces de Nochixtlán*

Crónica

Esta crónica recoge testimonios de niños y adultos que describen su experiencia durante el violento desalojo de padres de familia y ciudadanos que protestaban contra la reforma educativa del gobierno de Peña Nieto el 19 de junio de 2016.

Elementos policíacos atacan a la población civil en Asunción Nochixtlán, Oaxaca, el 19 de junio de 2016. (Archivo)
Raúl Fierro
Ciudad de México /

El 19 de junio de 2016, día de plaza en Nochixtlán, Oaxaca, a las 8 horas, empezaron a activarse los policías federales contra un movimiento social que empezó exigiendo la abrogación de la reforma educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto y que escaló a la demanda “de reformas sociales para generar alternativas a la empobrecida región de la mixteca oaxaqueña y para su agraviada población”.

Ese día, “alrededor de 30 Policías Federales entraron a la colonia 20 de Noviembre, arremetiendo contra las casas, disparando y aventando gases lacrimógenos sin importarles que hubiera niños, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad, quienes tuvieron que salir corriendo de sus casas pues el gas los estaba sofocando”. Las siguientes son voces que se recogieron poco tiempo después de los sucesos.


I

“¡Chin, ahora sí nos atacaron!”, contaba Luis, un niño de siete años de Nochixtlán, recordando los sucesos de aquel 19 de junio. Él y otros diez niños, se distribuyeron en varias mesas, esbozaban en papel lo que habían visto ese domingo. Mientras dibujaban la vulcanizadora Reyes, los federales y llantas quemadas, describían sus trabajos. “Éste es un carro endiablado”, dijo Lorena, una niña de cinco años. “Aquí están disparando a la colonia, desde el puente y el helicóptero”, comentó Leobardo, de diez, mostrando su dibujo. “Aquí están los policías, ellos tenían armas en la mano”, señaló Pepe, de siete. “Los policías quemaron un autobús, un carro de pollos y un carro de Coca. Iban a entrar a las casas a revisar, la gente los atajó. La policía mató a la gente, echó gas y todo”, contó Mateo. En otra mesa, Francisco, quien estuvo cerca del centro de Nochixtlán con otros niños, recordó que se preguntaba: “¿Por dónde me voy, por dónde me voy?”. Decidió meterse en el panteón, “no ves que hay una puertita que se abre sola, que está a la vuelta, que se abre solita y que me meto. Me quedé ahí recargado y le dije al altar ‘cuídame que no me pase nada’”.


El enterrador

Alrededor de las 8 de la mañana nos fuimos hacia el panteón. Todo estaba tranquilo, no había nada, los maestros estaban en la barricada de la carretera. Entramos, se metió la camioneta y poco después comenzamos a escarbar. Ya teníamos como una media hora trabajando cuando se escuchó un tronido de cuete y comenzaron a oírse más explosiones, entonces empezaron los gritos y se oyeron disparos. Eran sonidos extraños, así como: ¡Pas, pas, pas, pas!... ¡Pas, pas, pas!, en grupos de tres o de cuatro. Vino corriendo un compañero y dijo: “¡los de la gendarmería están disparando a los maestros!”, no hicimos caso porque estábamos dentro del panteón, pensábamos que ahí estábamos seguros. Pero entonces echaron gas, que comenzó a meterse por todas partes. Por el picor, intenté salirme. Mientras huía del panteón, vi que la policía entró gritando “¡manos arriba!” Mis compañeros presentaron sus papeles, tenían su justificación para estar ahí, pero la policía los empezó a golpear. Mis compañeros explicaron que no estaban haciendo nada, que estaban escarbando la sepultura para un difunto. “¡Dije que manos arriba!”, gritó un policía, les quitaron sus papeles y a ellos los empezaron a tirar, aventar y patear. En ese momento, corrí, me brinqué la barda del panteón y los policías se quedaron pegándoles a los demás. Ya no volteé, seguían los disparos y lo que hice fue correr y correr.

A mí me contó uno de mis compañeros que ya después los tiraron arriba de una camioneta. Uno tras otro, encima de uno iba el otro, y así todo el día en el sol. De momento les rociaban algo, no sabían qué era, pero los rociaban y les decían “cómo quieren morir: ¿torturados, con una bala o los quemamos? ¡A ver, tráiganme la gasolina, vamos a prender la lumbre!”, a puras amenazas les dijeron que si decían algo los iban a matar porque ya los tenía bien ubicados.

Cuando salí del panteón fui a ver a mis hijos, tenía miedo de que me fueran a buscar porque sabían que estuve ahí. En el camino escuché que repicó la campana y la bocina de la parroquia comenzó a llamar pidiendo que el presidente municipal se presentara para que detuvieran esa masacre. También solicitaban vendas, agua oxigenada, materiales de curación y que se abriera al hospital, porque estaba cerrado, como el centro de salud, por lo que empezaron a atender a los heridos en la iglesia. La herida debe atenderse inmediatamente. ¿De qué se trata?, no somos plantas. El ser humano requiere de una atención inmediata. Fue totalmente una masacre. La gente comenzó a juntarse y trató de apoyar cargando a los heridos, llevándolos a la iglesia para que fueran atendidos. Nunca había visto que los lugares sagrados fueran profanados de esa manera. La iglesia estaba llena de sangre. ¿Por qué vinieron a matar gente inocente? Quienes dejaron sus carros ahí afuera en el panteón, la policía se los quemó. Nadie quiere decir nada porque los amenazaron.

Tengo un par de discapacidades, no camino y no veo bien. Tengo mucho miedo a que me quiten mis lentes porque nada más con que los pierda ya no sirvo para nada, por eso no apoyé. Lo que sufrí y viví ese domingo es algo que no se puede reparar, todos tenemos miedo. Mi vida y mi dignidad no tienen precio, no hay indemnización que cure lo que a mí me destrozaron.

Toda la semana posterior al domingo estuve en cama. El Ayuntamiento, en la noche, fue a hacer la limpieza. Los peritos se presentaron hasta el martes o miércoles y los representantes de la Cámara de diputados llegaron hasta el jueves. Preguntaron si había heridos. Mandan a matar y luego envían a la misma gente a que reúna las evidencias. Ahora resulta que venían desarmados, que no hay pruebas de lo que hicieron. Ni a los niños los podemos cuentear.

Quién habrá dado la orden. Cómo podríamos llamar a eso de que la policía llegué y comience a matar personas. El gobierno, en vez de estar comprando armas, debería ayudarnos con nuestros problemas. Para mí no tiene justificación, ese gobierno (el de Peña Nieto) no debería tener ningún perdón.

De acuerdo con la CNDH, los actos cometidos por las policía en Nochixtlán constituyen violaciones a los derechos humanos. (Archivo)


II

Al recorrer las mesas, vi que uno de los niños no dibujó nada sobre los acontecimientos, sólo garabateó un pez y rostros felices, supuse que no quería recordar—comenta Efrén Amaya—. En otra mesa me encontré con el bosquejo de una camioneta, en la esquina inferior izquierda del papel había dos federales, uno con un rifle con mira telescópica y otro que lanzaba algo parecido a una granada. Gabriela, la autora del dibujo, me narró su experiencia: “Me levanté a las siete de la mañana, desayunamos y después hicimos el aseo. Cuando terminamos comencé a jugar con mi hermano. Mi mamá salió de compras. Mi hermanito y yo estábamos en la huerta cuando oí que gritaban ‘¡corran, los gases, los gases!’. Empezó a salir humo. Había gritos y todos corrían. Olía mucho y muy feo. Entonces llegó mi mamá, me agarró bruscamente y me empujó, me dijo que me echara a correr. Mi hermanito chiquito estaba jugando, tiene dos años con seis meses, mi mamá lo cargó y yo agarré sus juguetes y me los llevé. Nos fuimos al monte, empezó a tronar feo. Iba corriendo, volteé y vi a mi abuelita atrás de nosotros, entonces la esperé. Después vi la camioneta de mi abuelo, con la llanta trasera del lado izquierdo tocó algo que explotó con fuerza, salió puro humo blanco con un poco de negro. Entonces volteé y mi abuela ya se había regresado a la colonia”.


La abuela

Me levanté a las seis de la mañana para ir al centro. Fui a comprar algunas cosas que iba a necesitar en casa: una bolsita de habas, un gel y cloro. Llegué a la tienda, tomé lo que necesitaba, pagué y regresé a casa… o bueno, eso quería. Ya no pude entrar a la colonia. Los federales bloqueaban el camino. Entonces vi correr hacia mí cuatro jóvenes, uno de ellos me gritó: “¡Corra abuelita, váyase, ya nos mataron!” Entonces cayó uno, del cuerpo emanaba sangre. Apenas empezaba a reaccionar, cuando vi a los otros tres jóvenes tirados sobre un charco rojo. Empecé a correr. Los federales fueron tras de mí, de todo el pueblo.

Corrí hasta el hotel Juquilita. Las balas me pasaban rozando. Cerca del hotel, vi a otro joven caer. El mismo charco rojo, el mismo cuerpo atlético, pero con un rostro entre adulto y niño: un adolescente. Dejé de correr, se me había ido el miedo, algo salía de mí, valor tal vez o coraje quizás: “¡A luchar compañeros, ándele, caminen!”, grité. Corrí, pero hacia los federales y me uní a un grupo de personas que aventaban lo que podían: piedras, botellas, clavos y cualquier otra cosa que estuviera a su alcance. Estando en el frente, observé que los federales quemaron dos tráileres de pollos, un autobús de pasajeros y automóviles.

Las balas seguían pasando cerca, pero seguía corriendo, gritando, aventando cosas. Así pasó todo como un sueño. De repente estaba en mi casa, no recordaba cómo había regresado, tal vez seguía soñando… ¡No!, eso quería que hubiera sido. En mi casa, sin luz ni agua, me senté a la orilla de la cama, donde descansaba después de acarrear cubetas de agua sobre la espalda para mis flores y milpa; me puse a llorar y a gritar: “¡quiero que el gobierno ya renuncie, que ya no esté, ya que nos deje, ya no queremos saber nada de él!”, nadie me oía, no estaba mi gente, estaba desierto por el miedo. Sola, sentada a la orilla de la cama, me había dado cuenta que ya no tenía miedo.


III

Pedro recuerda: “Nosotros éramos como veintiocho niños. Había otros que no conocíamos, entonces pitaron y nos fuimos escondidos allá, a un carrizal, para no pasar peligro. Mi abuelita y unas personas con coche ya nos estaban esperando. Nos llevarían a la clínica de un pueblo que se llama San Juan Sayultepec. Unos no podían caminar, estaban retorciéndose en el pasto. Un compañero empezó a marearse como si estuviera un poco borracho. Desde ese momento tuvieron que cargarlo. Una señora, que se llama Alejandra, y su nene se fueron con nosotros, las demás mamás regresaron a la pelea”.


La mamá

En la mañana empecé a escuchar los balazos. Mi hijo de tres años todavía dormía. Vi a mucha gente llorar, gritar y correr. Decían: “¡corre compañero, aguanta compañero!” Era un caos, estaba muy feo. Cuando el gas ya nos estaba haciendo mucho daño, desperté a mi hijo y le dije: “¡vámonos de aquí porque hay mucho peligro!” En ese momento, soló pensé en la vida de mi hijo.

Salí caminando del llano y les grité a las demás personas “¡sálganse porque hay peligro!” Entonces nos fuimos con otros señores entre las nopaleras y los espinos, arrastrando a nuestros niños, corriendo. Había una señora con su hija discapacitada, de alrededor de trece años, que no podía avanzar muy rápido porque la niña estaba enferma y llevaba otros tres niños chicos. Corrimos entre la vereda, las nopaleras y los espinos, no nos importó, lo que queríamos era salvarnos sin embargo los federales ya habían aventado gases ahí.

En la colonia muchos niños lloraban. Había mucho grito y llanto de niños. Ese día los federales nos insultaban bien feo, nos decían: “¡oaxacos apestosos, come chapulines, huarachudas, viejas fodongas, chancludas!” Pienso que deberían hacer un poco de reflexión porque son hijos del pueblo.

El gobierno no escucha al pueblo y estamos muy molestos por todo lo que ha pasado. Son muchos nuestros muertos y al gobierno no se le puede ni tocar. Los niños de mi comunidad no tienen donde ir al baño, falta agua y al gobierno eso no le interesa. Mientras las autoridades no se sienten a hablar con la gente sobre esas reformas que no quieren modificar, veo muy difícil que haya una salida. Si en mis manos estuviera, para los niños tendría lo mejor para que hubiera paz. Maestros que aman su profesión, escuelas con espacios grandes donde pudieran jugar con una fuente de agua, a los niños les encanta el agua, que hubiera lugares en donde pudieran sembrar sus plantas, a los niños les encanta sembrar, cuidar, pintar. Que tuvieran oportunidades como muchos.

Mucha gente sigue espantada, no quiere hablar: “es que, si hablamos, nos van a tomar fotografías y luego nos van a estar cazando, nos van a mandar a matar. Mejor nos quedamos callados”, así dice el pueblo, pero cómo se enterarán las otras personas sobre cuáles son mis pensamientos: qué es lo que me entristece, qué hace que me enojé. Si no hablo es igual a que no existiera.


La tortillera

Tenía unos meses que había llegado a la colonia. Hago tortillas para vender. Ese domingo, salí a vender tortillas cuando alguien, que encontré en el camino, me dijo que no fuera a trabajar porque había policías y no sabía que era lo que podía pasar pues traían gases. Nunca había visto un desalojo. Cuando llegué al puente observé que la gente corría, gritaba y después escuché detonaciones. Sentí mucho miedo.

Desde el puente distinguí a un señor que venía entre otros dos que lo apoyaban con sus brazos, tenía una herida de bala en el pie. Después presté atención a un grupo que venía cargando a otro que estaba balaceado. Reconocí a todos, eran mis vecinos. En ese momento, el miedo se convirtió en coraje. Pero el olor a gas era muy fuerte y decidí regresar por mis hijos.

Mientras Peña Nieto viaja feliz a otros países, aquí nos dicen que no pasa nada y están matando gente. Él en la televisión dice que todo está tranquilo que no pasa nada. A lo mejor nos anda vendiendo en otros países y nosotros ni en cuenta.

Autobús calcinado tras los sucesos violentos en Asunción Nochixtlán, Oaxaca. (Foto: Juan Carlos Bautista | MILENIO)


IV

Marcos, de once años: “Tuvimos que correr porque si no corríamos, nos mataban. Yo saqué (vomité) todo por correr, y me picaba y me picaba (el gas), cuando vi tenía sangre en la nariz. ‘Vamos’ dijo doña Juana, ‘los voy a refugiar en mi casa’. Nos llevaron en dos camionetas, una adelante que estaba bien cubierta donde íbamos los niños; atrás, en una camioneta de carga, iban los adultos. Así nos refugiamos allá en Sinaxtla”.


Otra mamá

El día 19 de junio, entre 7 y 9 de la mañana, nos levantó la alarma de los cuetes y la campana. Alguien gritó que los federales ya estaban aquí. Yo, más o menos, llegué a la mitad de la colonia cuando vi a una vecina embarazada. Decía que se sentía muy mal por su embarazo. Decidí acompañarla, al llegar a la esquina vi que lanzaron una bomba a la casa donde estaban mis hijos, pensé que iba a explotar.

Corrí hacia la casa para rescatar a mis hijos que tuvieron que respirar ese gas. Mi niña quedó como en coma. Los llevé a una camioneta donde ya estaba la embarazada, muchos otros niños venían entre espinos y matorrales, sin zapatos, se lastimaron sus pies; vomitaron, estaban intoxicados. Me tomé unos minutos para tomar una decisión y volví a la colonia donde estaba mi esposo, me dijo que habían matado al perro y a las gallinas. Otros compañeros intentaban detener el avance de los federales. Los policías gritaban un montón de insultos: “¡chancludas, chapulineras, tortilleras, váyanse a su metate!” Un compañero se enredó con la cadena y los federales lo jalaron.

Somos una colonia de escasos recursos: no tenemos luz, no tenemos agua, nuestra colonia está en extrema pobreza. Que el gobierno venga con sus armas… nosotros que no tenemos ni trabajo de dónde vamos a sacar recursos para enfrentar esas reformas.


V

Pablo, de ocho años: “Entre el humo vi con claridad que había tres federales frente a la escuela lanzándonos botecitos en forma de cilindro, yo sí me asusté y me eché a correr porque no sabía si era cohete o balazo y cayó cerca, solo logré ver hombres con casco, armas en la cintura y radios. Cuando vimos, otros truenos de cohetes que volaban: ¡zuiiim!”


Solidaridad

Cuando huimos de los gases, llegamos a la orilla del llano, ahí una compañera, que tiene un vehículo, nos dijo que estaba pensando en sacar a los niños y refugiarlos en su casa. Así se fueron a San Juan Sayultepec. La compañera dijo: “Llamemos una enfermera para que vea a los niños —que lloraban— o bien vamos a la clínica de Sinaxtla”. Nos fuimos en un par de camionetas, llegamos a la clínica y recibimos ayuda de las enfermeras. Nos atendieron, nos dieron alimento, nos lavamos con Coca. Más tarde nos dieron leche y un poquito de caldito de pollo para los niños, también estaba llegando heridos y los niños veían a los ensangrentados. Dijeron que es mejor que los trasladáramos a otro lugar. Hablaron con sus autoridades y nos llevaron a un auditorio, ahí nos bañamos todos, desde el más grande hasta el más chiquito; a mí me tocó bañar a muchos niños. Bañamos a todos los niños, nos quitamos toda la ropa y ahí fue donde estuvo llegando el apoyo para alimento. La gente fue muy solidaria. Empezaron a llegar reporteros, pero nos habían pedido que no habláramos mucho porque al rato pues nos mandan a matar, a vigilar o a secuestrar. Me da miedo porque sí creo capaz al gobierno de todo eso. Estuvimos siete días en el auditorio de gimnasia.

Nos prestaron colchonetas, cobijas y anafres. Hubo mucho apoyo porque los niños los jóvenes de los CBTis nos llevaban alimentos: frijoles, sopa y gelatina. Recibimos mucho apoyo. Abrían la puerta porque, interpreto, era incómodo porque era un espacio muy pequeño para la cantidad de personas que estábamos ahí. Llegaron alrededor de treinta y un niños Muchos de ellos fueron trasladados a sus pueblos. ¿A los adultos?, no recuerdo a todos, pero eran muchas mamás, más de veinte. Estaba una señora embarazada con su esposo, a ella le tocó una bomba de gas en sus pies, le pusieron suero y le buscaron un espacio para que descansara, tuvo amenazas de aborto, tenía como siete meses de embarazo. Por las noches mi bebé habla, decía “¡corre mamá, viene el policía, te va a matar!”, lo vieron todo mientras estaban refugiados en los matorrales.

*Trabajo basado en una investigación de campo de Efrén Amaya.


Texto escrito en el Taller de Crónica: teoría y práctica, organizado por Hacedores de Palabras 2021.

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