Carlos Fuentes, un escritor preciso hasta en el reloj

El carácter universal de los libros de Fuentes le dan una vigencia asombrosa.

Carlos Fuentes nació el 11 de noviembre de 1928 (Especial).
Mauricio Mejía
Ciudad de México /

José Luis Martínez cuenta que un día llegó a una cita con Carlos Fuentes seis minutos antes. La mujer que le recibió le dijo que avisaría al escritor. Martínez escuchó a lo lejos: "Quedamos a las tres de la tarde y faltan seis minutos para las tres de la tarde". Llegar antes también es ser impuntual. Fuentes era preciso hasta en el reloj.

En el panteón de Montparnasse, no muy lejos de la tumba de Julio Cortázar y no tan cerca de la de César Vallejo, dos nombres daban a conocer los detalles básicos de dos descansos de vida: Carlos y Natasha. Mediaba mayo de 2012. El cementerio parisino es un punto obligado para los turistas de todo el mundo. Tanto como Notre Dame, el Barrio Latino y, desde luego, la Torre Eiffel.

Los administradores del panteón lo tienen tan claro que han diseñado un mapa para que los visitantes puedan visitar la mayor cantidad de tumbas de famosos sin perder tanto tiempo. Al otro lado, por ejemplo, se encuentra el último recinto de Porfirio Díaz, un personaje que tuvo mucho que ver con la reflexión de Fuentes.

En aquel mayo, París era calurosa. Una mala noticia llegó a la capital: uno de los premiados con el Legión de Honor, la máxima distinción francesa (2003), Carlos Fuentes, moría de un mal cardiovascular en la Ciudad de México. En un breve pero gran gesto apareció en el nombre del ganador del Cervantes debajo de sus dos hijos. Los homenajes para uno de los más grandes escritores del español retrasarían la llegada del cuerpo. Fuentes tuvo una relación muy cercana con Francia, en la que fue diplomático mexicano. Las portadas de los diarios dedicaron un buen espacio al deceso del mexicano; también ganador del Rómulo Gallegos.

Fuentes nació el 11 de noviembre de 1928, año en de la muerte del homicidio de Álvaro Obregón. Octavio Paz tenía 14 años. Y el Partido Nacional Revolucionario se gestaba entre la turbulencia política y militar. El mundo se convertiría en andamio de sus primeros pasos. Luego comenzaría una larga carrera como escritor, pensador y como uno de los intelectuales más influyentes de la segunda mitad del siglo.

Julio Cortázar le llamaba Águila Azteca en aquellos años en los que la amistad y la fraternidad involucraba a Mario Vargas Llosa. Hay que recordar de su primer libro de relatos fue prologado por Octavio Paz, con quien tendría una separación años más tarde. En aquella primavera de 2012, la obra de Fuentes comenzó a sufrir la prueba del tiempo.

Las nuevas generaciones de lectores haría bien en presentarse ante Aura, un clásico de las letras mexicanas. A la lista hay que agregar La muerte de Artemio Cruz, Gringo Viejo y Las buenas conciencias. Llevaría mucho tiempo enristra en este espacio todo lo escrito por el ganador del Principe de Asturias en 1994.

El carácter universal —y con ello se refuerza su interés por la historia de México— de los libros de Fuentes le dan una vigencia asombrosa. La frontera de cristal, por ejemplo, es de una frescura para los tiempos corrientes. Y fue escrita ¡en 1995!

Los Fuentes, a los que sobrevive Silvia Lemus, eligieron Montparnasse para descansar reunidos como lo hizo de manera forzada Porfirio Díaz, muerto en julio de 1915. La edad del tiempo, ese concepto literario utilizado por Carlos en homenaje a Balzac, se esconde entre el olor de los crisantemos de ese recinto de memorias.

Hay una película que necesita filmarse, Fuentes fue guionista y gran amante del cine: cuántos fantasmas mexicanos, cuántos personajes, cuántas ánimas separan la vida de Díaz y Fuentes en ese cementerio tan lejos del México de Batallla de Puebla en la fue vencido el invencible ejército francés; el más poderoso en aquel 1862. Un silencio recorre los pasillos mortuorios. Entre los nuevo lectores de Fuentes habrá alguno que ofrezca las respuestas.

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