La oscura y tierna Lucia Berlin

Ensayo

Y es por la ternura juguetona que hay en la prosa de Berlin que no podemos soltar sus cuentos hasta encontrar las frases finales siempre lógicas y cálidas, siempre brillantes

“Lucia, bendita sea, era una rebelde, y en su día su vida era un baile”, escribe su hijo en el prologo de Una noche en el paraíso (Foto.Literary Estat
Alejandro Acevedo
Ciudad de México /

“Las historias de Lucia Berlin son eléctricas, vibran y chisporrotean como unos cables pelados al tocarse”, escribió atinadamente Lydia Davis, estudiosa de la obra de una Berlin que así inicia su cuento “Inmanejable”: “En la profunda oscura noche del alma las licorerías y los bares están cerrados”.
Pero no se vaya a pensar que todos los cuentos de esta escritora errante (Lucia Berlin se mudó de casa ¡200! veces) y ruidosa (“éramos el escándalo del pueblo”) irradian un tufo agrio y desmañanado porque incluso en “Inmanejable” hay una suerte de épica distancia al tratar descarnada, pero resueltamente, el alcoholismo que la misma Berlin padeció.
En los cuentos de Lucia Berlin tampoco hay lugar para la auto compasión al tratar el cáncer o los amores fallidos. “No me importa contar cosas terribles si consigo hacerlas entretenidas”, comentó Lucia Berlin, quien también decía: “Escribir es como contar un chiste. Si lo cuentas es porque quieres que alguien se ría”.

Y es por la ternura juguetona que hay en la prosa de Berlin que no podemos soltar sus cuentos hasta encontrar las frases finales siempre lógicas y cálidas, siempre brillantes: “Se aquietó en mis brazos, resoplaba y roncaba suavemente. Acaricié su espalda tersa, se estremeció, lustrosa como el lomo de un potro soberbio. Fue maravilloso” (“Mi jockey”).
Los cuentos que nos han servido para ilustrar los anteriores comentarios pertenecen al volumen que (traducido a más de 20 idiomas) le otorgó a Berlin fama póstuma. Y a la publicación de aquel célebre Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016) le ha seguido Una noche en el paraíso (Alfaguara, 2018), colección de 22 cuentos que si bien es cierto no significan “un descubrimiento” son también de impecable e inspirada factura.
El prólogo de Una noche en el paraíso se titula “La historia es lo que cuenta” y es de Mark Berlin, el hijo mayor de Lucia. Así lo inicia: “Lucia, bendita sea, era una rebelde, y en su día su vida era un baile”. Y bailando por 68 años imaginamos a la escritora nacida en Alaska (1936) y fallecida en California (2004), aunque a los diez años se le diagnosticara escoliosis y los médicos le hayan anunciado la muerte antes de cumplir los treinta.
“Lucia sobrevivió por lo menos a tres maridos y sabe Dios a cuántos amantes”, revela Mark Berlin. Ningún marido estuvo a su altura. Al poco tiempo de casada, se dio cuenta de que el jazzista Buddy Berlin era drogadicto y, sin embargo, se pudo liberar heroicamente de esa y otras canalladas que el mundo le había reservado. Pero no solo eso, Lucia Berlin trabajó como sirvienta, enfermera y profesora para sacar adelante a sus cuatro hijos.
Sí, por lo menos en sus cuentos, Lucia Berlin excluye el azote y continúa apostándole al humor (a veces negro). En “Las (ex) mujeres” (Una noche en el paraíso), dos alcohólicas divorciadas dialogan sobre Max, el compañero que compartieron: “Es curioso que sus dos mujeres acabáramos beodas”. “Más curioso aún es que no acabáramos yonquis”. “Yo sí. Durante seis meses me di a la bebida para salir de la heroína”. “¿La droga hizo que te sintieras más cerca de él?” “No. Pero hizo que no me importara”.
“Una noche en el paraíso” es además el título de un cuento que describe un momento de esparcimiento durante la filmación de La noche de la iguana. El narrador es el dueño del bar de Puerto Vallarta donde Ava Gardner, Richard Burton y otros actores se ahogan en alcohol. Pero el dueño del lugar no juzga el desenfreno sexual, solo describe. Lucia Berlin no era una moralista a pesar de que estaba consciente de la maldad que hay en el mundo. Sin embargo, rara vez se refirió a ella en primera persona: “Mamá, tú veías la fealdad y el mal en todas partes […]. ¿Estabas loca o eras una visionaria?” (“Panteón de Dolores”).
Y ya que andamos por aquel México (años setenta), lleno de policías corruptos y narco menudistas, destacamos que Lucia Berlin prefirió entender con ternura y cariño a nuestro país antes que denostarlo. “La soledad es un concepto anglosajón. En la Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien se sube, no solo se sentará a tu lado, sino que se recostará en ti” (“Triste idiota”).

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Aun sin traducir al español, 

Welcome Home

 reúne 20 apuntes autobiográficos y algunas cartas que arrojan luz sobre los cuentos y la persona de Lucia Berlin, quien desde los 11 años se sabía escritora. Entre lo más interesante de 

Welcome Home

 están las misivas que una Lucia veinteañera le envió a su mentor literario Edward Merton Dorn del Black Mountain College. En una de ellas, Berlin le comunica a Dorn la angustia de una escritora en ciernes: “Me siento arruinada… Abatida. Nunca había sido tan infeliz… Creo… Soy una escritora… Creo que soy una buena escritora”.


Como si se tratara de sus maridos y amantes, los cuentos de Berlin se liberan de sus influencias literarias (Chéjov, Proust, Hemingway…) para “arreglárselas sola” y entregarnos “historias verdaderas, no necesariamente autobiográficas, pero casi”, escribe Mark Berlin.


Las cartas y los apuntes autobiográficos de 

Welcome Home

 se acompañan de las fotografías de Jeff, otro de los hijos de Lucia.


En el prólogo de 

Una noche en el paraíso

, Mark Berlin escribe: “Mucho se han cargado las tintas en su alcoholismo y ella tuvo que luchar contra la vergüenza de ese estigma, pero al final vivió casi dos décadas sobria en las que produjo lo mejor de su obra”. Una obra con la que esta pionera de la autoficción se propuso llenar un espacio literario que vio vacío, propósito que consumó genialmente en al menos 65 cuentos repartidos en 

Una noche en el paraíso

 y 

Manual para mujeres de la limpieza

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