Mientras Francia era sacudida por las revueltas juveniles y la España franquista mantenía el orden a base de espionaje, censura y represión, el escritor Miguel Delibes (1920–2010) llegó a Checoslovaquia para dar unas conferencias sobre narrativa española a estudiantes universitarios. Era mayo de 1968 y en las calles de Praga los esfuerzos se centraban en configurar el “socialismo de rostro humano” con los derechos y libertades que no permitían el totalitarismo y la burocracia impuestos por el régimen soviético al país que había formado parte del Imperio austrohúngaro. Así que entre charla y charla, el autor de Cinco horas con Mario se convirtió en testigo de un clima de apertura y optimismo que no tardaría en conocerse como “La primavera de Praga”.
Al principio, Checoslovaquia le pareció a Delibes un “paraíso terrenal” para practicar la caza, una de sus grandes aficiones, y también un poco infernal al batallar demasiado para encontrar un dentista “de mentalidad poco colectivista” que accediera a sacarle una muela que le dolía y le estaba arruinando su estancia. Pero, ante el devenir de acontecimientos, pronto se dio cuenta de que su viaje se había tornado sociológico y político. Por eso agudizó sus observaciones y se apresuró a escribirlas, mezclando crónica y reflexión, en un texto que se publicó por entregas en la madrileña revista Triunfo y que, casi enseguida, fueron reunidas en un libro editado por Alianza. “Salí de una sociedad que no me gustaba para entrar en otra que me desagradaba no menos, aunque a ésta, justo es reconocerlo, la sorprendiera en un trance de interesante transformación. Quiero decir que, durante estos días en Checoslovaquia, fui testigo del esfuerzo tesonero e inteligente por zafarse del régimen de dictadura al que han estado sujetos”, contó en su primera entrega.
En general, el tono de todos esos artículos, escritos en forma de diálogo sostenido con “un español medio”, es de ilusión y esperanza pero con reservas: “Praga —si no se pliega o no la pliegan— puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo”, concluyó después de ver las acciones realizadas por artistas, estudiantes y algunos políticos, como el aumento de la libertad de prensa, la libertad de expresión y la libertad de circulación, el énfasis económico en la variedad de bienes de consumo y la posibilidad de un sistema de partidos al estilo de las democracias de Europa occidental. No obstante, para consolidar esas características, el hombre que recibiría el Premio Cervantes en 1993 veía necesario el alumbramiento de un ser humano nuevo “que ni practique el caciquismo ni se someta a él”.
Medio siglo después de esa etapa de trascendencia internacional, el periodista Joaquín Estefanía, autor del recientemente publicado Revoluciones. 50 años de rebeldía (1968–2018) (Galaxia Gutenberg), califica lo desarrollado en Praga como “el experimento social más importante de 1968”. Porque, dice, “se trataba de modificar desde dentro al sistema, aunque sin contemplar la destrucción completa del viejo régimen heredero del estalinismo. Era una reforma estructural que contemplaba la legalización de los partidos políticos, acabando con el monopolio del Partido Comunista, y de los sindicatos, con la promoción de derechos civiles tan centrales como la libertad de expresión, de manifestación, de huelga, etcétera”.
El filósofo Fernando Savater, por su parte, valora más los cambios introducidos por los movimientos sociales de ese año en el día a día de cualquier ciudadano. “A mí me parece que las agitaciones del 68 no transformaron el mundo sino que fueron el síntoma indudable de que el mundo ya había cambiado. Más que revolucionarlo todo, sirvieron para desatascar lo rígido y autoritario que frenaba una mutación social, tecnológica y económica de escala casi planetaria. Sin duda tuvieron mucho de ideología convencional pero también un toque nuevo, característico, que iba más allá de la consabida problemática de la izquierda contra la derecha. Porque para quienes adquirimos nuestra conciencia política individualista, hedonista y lúdica (también ingenua) en aquellos días, la mejor noticia fue que se podía ser progresista sin carnet del Partido Comunista o similares”.
El 20 de agosto de 1968, cuando ya Miguel Delibes estaba de vuelta en España, miles de soldados y 2 mil 300 tanques de cinco países del Pacto de Varsovia (URSS, Polonia, República Democrática de Alemania, Hungría y Bulgaria) invadieron Checoslovaquia dispuestos a truncar las ansias de cambio. Para entonces el libro de Miguel Delibes (La primavera de Praga) estaba a punto de entrar a la imprenta. No obstante, al escritor vallisoletano le dio tiempo de redactar un epílogo en donde manifestaba que había preferido no introducir modificaciones en sus textos publicados en Triunfo, pues consideraba que de esa manera homenajeaba a los “nuevos hombres de Praga” que salieron a la calle con la creencia de que es posible compatibilizar libertad y justicia. También vaticinaba que esa invasión terminaría volviéndose contra la URSS en su afán por imposibilitar cualquier camino de socialismo democrático.