Emocionado, Alonso Íñiguez cuenta en entrevista con MILENIO, en vísperas del estreno este jueves 21 de julio en el foro Lucerna, que es la primera vez que se involucra en un proyecto en que se reflexiona sobre las consecuencias del cambio climático y en el que se medirá el impacto de la obra teatral en el ambiente.
Protagonizado por Regina Blandón y Adriana Montes de Oca, quienes se alternarán las funciones, y Xavier García, la puesta en escena de Pulmones revela de manera pública cuánto carbono emite a la atmósfera una producción teatral, en un “experimento” inédito con esta historia de una pareja actual.
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Los personajes del drama dialogan, entre otras cosas, sobre la pertinencia de tener un hijo y cuánto cuesta eso al ambiente en términos de contaminación. De hecho, la mujer calcula que podría volar a Nueva York ida y vuelta, cada día, por siete años, sin dejar una huella de carbono tan grande como si tuviera un hijo, que representa 10 mil toneladas de CO2, equivalente al peso de la torre Eiffel de París.
Con producción ahora de García y Rodrigo Caravantes, la obra ya se había presentado en 2016 en el Lucerna, con puesta en escena de Alberto Lomnitz, y en el Cenart, a cargo de Mauricio García Lozano.
—¿Pulmones es una obra de teatro o un experimento?
Es una obra de teatro, escrita por un autor inglés, Duncan Macmillan, que se ha puesto en muchos lados del mundo. Es interesante porque no está escrita como teatro tradicional; no tiene puntuación, eso hace que las escenas cambien de manera abrupta. No es como el teatro tradicional, en el que se apagan las luces, cambia la escenografía. Aquí todo va continuo, una cosa tras la otra. Seguimos a esta pareja a lo largo de los años, y eso se vuelve muy interesante porque el autor no va advirtiendo al espectador los cambios, no, vamos de corrido. Es un texto tan bien escrito, que se vuelve muy dinámico este cambio de tiempo al interior de la obra.
—¿Qué gana y qué pierde una obra cuando se introduce el activismo, la militancia, en este caso ambiental?
Lo principal es que es una obra de amor, es una historia de amor en el contexto del calentamiento global que estamos viviendo. Podemos decir que es una obra de teatro, nada más que está acentuado el contexto. Y, claro, uno de los personajes es ambientalista, entonces la reflexión sobre traer un hijo al mundo no es solo querer, sino, cuáles son las consecuencias para el mundo y para nosotros. Y esa es la lucha durante toda la obra: la de la cabeza contra el corazón, del deseo profundo de tener un hijo cuando la lógica, los estudios y los datos dicen que no hay que hacer eso, pero somos humanos, tenemos pulsiones y deseos que necesitamos abrazar. De eso hablamos.
—¿El amor no contamina?
Sí, supongo que todo contamina, depende del lado del que se le mire. El amor contamina, pero también construye y limpia la contaminación. Un poco la obra habla de eso, de que el amor prevalece más allá de que el mundo se vaya a acabar. Y eso es muy bonito, porque somos humanos y nos conectamos con el otro, eso es un motor, una energía que no deja huella de carbono y sirve para volver a la gente.
—¿Cómo trabaja con los dos protagonistas con un guion escrito de esa manera?
Tengo tres actores muy inteligentes, para empezar. Y eso es muy positivo porque es una obra que necesita de mucha lectura, de entendimiento, de excavar en el texto para entenderlo. Nos sentamos buen rato para decir qué está pasando en esta escena, qué está pasando en esta otra, las exploramos. Nos sentamos a traer nuestras propias experiencias personales. Y, después de eso, a jugar, porque al final del día el teatro es un juego: va a venir el público a pretender que el teatro es real, y nosotros vamos a pretender que lo que hacemos es real, y es un juego a final de cuentas.
Entonces es muy bonito eso, la facilidad de decir: “Vamos a jugar; ya analizamos, ya tenemos los números del calentamiento”. Al final es “vamos a jugar”. Si alguien se queda con algo de eso, está bien plantado el asunto.
—¿Ya tienen las cifras de cuánto estará contaminando la producción de Pulmones?
Todavía no dan los datos, hasta que no estrenemos nos dirán cuánto contaminamos en los ensayos y luego en las funciones. El teatro es muy contaminante. Para mí sí es muy importante la reflexión para, a partir de ahora, saber dónde puedo ahorrar. Tal vez no todas las obras que haga van a tener huella de carbono neutra pero si ya tengo una escenografía que me funciona ¿por qué construir otra? ¿por qué no adaptar esa? Pequeñas huellas de carbono, que se puedan ahorrar.
—¿También se medirá la huella de carbono en función del público asistente?
No. Más bien plantamos la pregunta, decir cuánto contaminamos nosotros y ahí van los datos, para que el público reflexione. No queremos aleccionar a nadie, ni decirle al público: “Tú contaminas y tienes que cambiar de vida”. Para nada. Queremos hacer la reflexión desde donde estamos. Si alguien sale y se le olvida la obra, se va a echar unos tacos y no vuelve a pensar en esto, está bien. Pero, si alguien sale y dice: “Está fuerte, ¿cuánto contaminaré?” y empieza a hacer pequeños cambios en su día a día, algo de nuestra propuesta está sucediendo.
—Y, entonces, ¿el teatro también contamina?
Digo, todo tiene sus aristas, porque el teatro también sana, cura, mueve, es amor, es familia. Como todo en esta vida, como toda profesión, el teatro tiene su lado contaminante y su lado reparador. Yo pienso que el teatro contamina y hace un bien a la humanidad.
PCL