¿Qué con los muertos del movimiento?

Memoria

Una historia que se sigue repitiendo en nuestro país; el gobierno se niega a cerrar los capítulos por completo, de los horrores en los que ha participado, al no esclarecer las cifras de muertos

"También hubo muertos en el Casco de Santo Tomás y otros lugares", reclamó el joven periodista. Foto: Fototeca Milenio
Ciudad de México /

Con mi compañero de páginas Joel Ortega Juárez, quien hace 50 años era un activo cuadro de las juventudes del entonces proscrito Partido Comunista Mexicano, comparto el gusto de recordar con alegría, no con resentimiento, lo que vivimos hace 50 años en el movimiento estudiantil (en eso coincidían también, por cierto, nuestros queridísimos Luis González de Alba y Marcelino Perelló, centelleantes entre el puñado de líderes históricos del Consejo Nacional de Huelga).
En su libro Adiós al 68 (recién salido del horno), Joel propone terminar de digerir el significado y cerrar el capítulo que marcó nuestras vidas y las de millones de mexicanos.
Los dos somos repelentes a los martirologios y a la victimitis y nos desencantan las rolleras conmemoraciones anuales en las que se cuelan demandas facciosas y se enarbolan banderas que tergiversan el sentido festivo y libertario de aquel tumultuario despertar.
José Luis Martínez S. me pide un texto sobre el 68, y retomo algo que conversé en estos días con Joel para El asalto a la razón de Milenio TV (emisiones de lunes 1 a jueves 4 de octubre) y que comenté con Braulio Peralta y Gerardo Estrada en una charla propiciada, el pasado lunes 24, por la Universidad Autónoma Metropolitana: ¿qué con los muertos del movimiento?
En 1993 me invitaron a una reunión de ex líderes del CNH, al que junto con Óscar Hinojosa (murió siendo director de El Universal años después) fui delegado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. ¿Propósito? Acordar una manera de conmemorar los primeros 25 años de aquellas jornadas estudiantiles.
La reunión fue en una casa por el rumbo de la Glorieta de los Lobos (Universidad y Miguel Ángel de Quevedo); acudimos una veintena, lo mismo célebres que padecieron Lecumberri y el exilio, que otros anónimos y afortunados como yo.
Me preguntaron lo que se me ocurría y sugerí se hiciera una convocatoria nacional en prensa y radio a los deudos del 68 para que nuestra aportación fuera una cifra de muertos más precisa y actualizada que las que hasta la fecha circulan.
Hagamos también, propuse, una recuperación hemerográfica, desde los 500 que inventó Oriana Falacci, pero también las cifras manejadas por los diarios y la prensa extranjera; las procuradurías General de la República y capitalina; las de las cruces Verde y Roja; las del Ejército y Gobernación; las estimadas por los líderes de entonces o lo dicho por el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz (“pasaron de 30 y no llegaron a 40…”).
No, se me atajó. “Hay mucho miedo”.
¿25 años después? No lo creía.
Insistí sin éxito y se aventuró: hagamos un monumento.
Los monumentos petrifican los movimientos, dije, pero nadie me hizo caso.
Se impuso la idea de dedicar “una estela” en Tlatelolco a los muertos el 2 de octubre.
No, dije ahora yo: también hubo muertos en el Casco de Santo Tomás y otros lugares.
Perdí la discusión.
Se impuso la idea del monumento y tres años después vencí mi resistencia y fui a la Plaza para conocer lo que se había hecho.
Y allí estaba la estela con tristes 21 nombres.
“¡Pendejos!”, pensé. “Ni siquiera salieron los que afirmó Díaz Ordaz”.

  • Carlos Marín
  • cmarin@milenio.com
  • Periodista con 55 años de trayectoria, autor del libro Manual de periodismo, escribe de lunes a viernes su columna "El asalto a la razón" y conduce el programa del mismo nombre en Milenio Televisión

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