Estábamos tomando intensos cafés exprés en una cafetería cercana al Instituto Francés de la América Latina, el glorioso IFAL, en espera de la hora del cineclub, cuando Salvador Elizondo echó la mano al libro que yo había comprado recientemente en la Librería Francesa no muy lejos de allí: Las lágrimas de Eros, de Georges Bataille, obra de estudio surrealista de la relación entre el placer y el dolor; y de pronto, como si un rayo lo hubiera sorprendido aquietándolo y maravillándolo, Salvador se quedó pasmado ante la foto, hoy ya muy famosa, del suplicio chino en el que un hombre con mirada mística sufre o goza el tormento de ser cortado en pedazos por otros hombres. De pronto, Salvador se había pasmado ante esa imagen, como si respondiera ella a una búsqueda de muchos años por el escritor apenas floreciente. No cuento esto pretendiendo tener alguna injerencia en la autoría de Farabeuf, lo cuento porque es el momento en que vi entrar en éxtasis a Salvador y pedirme que le prestara el libro por unos días (cosa que desde luego hice). Momentos después, en la redacción de la revista Nuevo Cine, nos preguntábamos dónde estaba Salvador, qué se habría hecho, por qué no aparecía en nuestras reuniones para formar la revista Nuevo Cine que sosteníamos nosotros mismos y de la que se hizo una reedición con prólogo muy halagüeño. Todos imaginábamos que Salvador estaba enfrascado en otra lectura de las suyas muy frecuentes el que llamaba lingua-Joyce, pues el Ulises de James Joyce precisamente era su libro de sueños y de insomnios. Poco después veíamos con él en el cineclub del IFAL Hiroshima mi amor, obra fílmica de Alain Resnais, que es, aunque muchos lo olviden, una de las fuentes del Farabeuf con su texto semi-inconexo como narrativo, en la que muchas voces parecen concentrarse con sus recuerdos y sus olvidos en una sola voz impersonal que imita una por una y ninguna de las voces del otro mundo de la memoria y el delirio, y lo mezcla con datos precisos y claros de la vida real. ¿Quién es Farabeuf? Diríamos que es Salvador Elizondo mismo que despliega sus otros personajes, los muchos personajes que lo habitaban y que parecían no concretarse nunca en un trabajo literario conciso y firme. Tuve el privilegio de conocer algunas de las hojas en que iba desarrollando sus temas Salvador, y siempre me maravilló su capacidad de unir en una sola fantasía, aunque a veces macabra y muy rigurosa, sus múltiples obsesiones. Farabeuf es ya una obra maestra indudable de la literatura mexicana y de la literatura en general, pero yo recuerdo que me parecía una búsqueda disparatada la de Salvador, quien parecía complacerse en perderse en extraños misterios muy explicitados y en honduras que no correspondían a su sentido del humor, y estoy de acuerdo con la apoteosis constante que significa Farabeuf, pero el relato de Salvador que más me toca y que me pone en éxtasis literario no es ése, sino Elsinore, título derivado del hamleteano Ulises que Salvador convirtió en un relato de su propia vida y que lo muestra desde pequeño, estudiante en una universidad foránea buscando, como él acostumbraba decir, los pechos heréticos del misterio.
Salvador y sus Elizonduras
Personerío
De pronto, Salvador se había pasmado ante esa imagen, como si respondiera ella a una búsqueda de muchos años por el escritor apenas floreciente
Ciudad de México /
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