El día de ayer se estrenó en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del Centro Cultural Universitario de la UNAM la obra Cremación. Y ello me da pie para escribir como editor que soy de su teatro reunido (bajo el título de La Guerra Fría y otras batallas), colega y, lo que más me importa, amigo de Juan Villoro de quien admiro profundamente su decisión de construirse dramaturgo cuando ya era un narrador consumado.
Esto no viene de la nada, contaba con antecedentes penales en el territorio de la teatralidad antes aún de convertirse en el novelista y cuentista estupendo que es. Desde sus tiernos años, por herencia materna, ya había vivido el teatro y su trasescena. Quizá lo sorprendente es que no llegase antes a él. Superó sin dificultades, ayudado por ser voraz lector, espectador y traductor de teatro, lo que en otros narradores es misión imposible porque no logran entender cuál es la poesía del teatro y que ésta no está depositada en la palabra sino en lo que ésta oculta.
De esto resulta el trato fóbico que los literatos de alcurnia dan al teatro, ese bastardo de la literatura. Bastardía que solo existe en nuestros países latinoamericanos, en todo caso, porque en Francia, Inglaterra, Alemania, por poner ejemplos, es alta literatura en la que pocos valientes osan internarse. Debe causar mucho estrés entre los narradores comprender que sus letras, para convertirse en escena, deben pasar por muchas manos y no son dueños de la última palabra.
Así, del diálogo de sordos y monólogos entrecruzados de Cremación (y su capacidad de sembrarnos una pregunta que se vuelve taladro que es ¿quién mató al padre gringo?), a la dosificación y escamoteo de la verdad en El filósofo declara, o el manejo de teatro dentro del teatro, juego brillante pirandelliano, que nos lleva a la instalación del mito tan mexicano y universal de que todos somos hijos de Pedro Páramo en La desobediencia de Marte, Juan nos demuestra por qué puede navegar entrambas aguas, narrativa y teatro, de una manera completamente natural.
TRASPUNTE
INSTINTO DRAMÁTICO
Villoro inició en la escritura para la escena siendo ya dramaturgo de pelo en pecho, con la comprensión del oficio. El instinto dramático de Juan lo trae debajo de la piel, en el torrente sanguíneo.