Me niego, ante las escenografías que forman parte del recuerdo de una representación. Me niego cuando las emociones brotan como cascada porque dos actores se encuentran en el climaterio de la escena. El teatro es inasible y por tanto imposible de guardar en un pedazo de historia y recuento.
Sin embargo, en el difícil oficio de crítico uno se tiene que detener en una apuesta donde importen las palabras y lo escrito. Aparece entonces la dramaturgia de David Olguín con una pieza desquiciada como Los insensatos, esos locos en el patio de La Castañeda, o Los asesinos, personajes del México sangriento de hoy. Dos piezas que representan al ser político y al ser perdido en la sociedad.
Luis Mario Moncada, siempre en la memoria selectiva. Sea con 9 días de guerra en Facebook ––donde las redes sociales hacen lo peor y lo mejor del ser humano–– o con la adaptación de James Joyce y su Carta al artista adolescente, que bien podría seguir representándose porque los jóvenes nunca dejarán de existir. Piezas de una generación donde la locura de las redes y los sueños como posibilidad de ser se enfrentan invariablemente.
David Olguín y Luis Mario Moncada tienen décadas demostrando que escriben teatro tan bueno como lo hecho por aquella triada de otros tiempos: Emilio Carballido, Sergio Magaña y Hugo Argüelles. Ellos y Sabina Berman bien pueden ser la última triada del teatro nacional vivo. Hay más ––imposible olvidar el trabajo lúdico de Martín Zapata––, pero estos tres son con los que me quedaría. Usted escoja los suyos.
Últimamente aparece poco Sabina Berman en el panorama teatral. Atrás quedó Entre Pancho Villa y una mujer desnuda. Pero nació Testosterona, ejemplo donde la palabra ilumina el tema de los medios de comunicación y sus intríngulis en y con el poder, y la lucha de las mujeres por ser admitidas en el patriarcado. Sabina es la dramaturga mayor por su constancia en décadas de hacer teatro para la escena.
Ya lo dije. Lo repito: son mi triada del teatro nacional. Cada quien su elección.