Los últimos días de enero de 1945 fue liberado el mayor campo de concentración nazi. Sin embargo, las víctimas de la persecución no solo murieron en los espacios de exterminio, sino en las desbocadas diásporas, en las fugas hacia ninguna parte o en los exilios funerales. En 1940, huyendo de la ocupación alemana en Francia, Walter Benjamin (1892-1940) pretendía cruzar la frontera con España y, desde ahí, salir hacia Estados Unidos. Ese talento oceánico y disperso que aventuraba audaces inferencias en los campos de la estética, la mística y la política había vivido en la oscuridad y la indigencia los últimos años y ahora se aferraba a la tabla de salvación que le ofrecían sus amigos en América.
En Mi travesía de los Pirineos. Evocaciones 1940-1941 (Mario Muchnik, 1988), Lisa Fittko, la heroica mujer que ayudó a escapar a numerosos perseguidos del nazismo, recuerda que Benjamin, junto con otros fugitivos, tocó en su vivienda del norte de Francia una medianoche y, con impecable cortesía, se disculpó por la hora. El escritor cargaba la famosa y enigmática maleta en la que decía transportar un manuscrito “más importante que él mismo”. Fittko narra la breve convivencia con Benjamin: su desesperada formalidad, su gratitud de hombre bueno y su extrema debilidad física. Fittko alojó a sus protegidos, luego los condujo por un camino de contrabandistas y los dejó cuando se avistaba el pueblito español de Portbou. En el pueblo, los perseguidos se encontraron con requisitos inesperados para cruzar la aduana y, abatidos, se dirigieron a un hotel a pasar la noche. Ahí, Benjamin ingirió una cantidad mortal de morfina, fue atendido sin éxito y sepultado en el camposanto, bajo el nombre de Benjamin Walter. La maleta nunca apareció.
En su libro, Un final para Benjamin Walter (Barcelona, Candaya, 2017), Alex Chico toma como pretexto las últimas horas de vida de Benjamin en Portbou para hacer una reflexión sobre los distintos ángulos de la barbarie. Entre la microhistoria, el diario de viaje y la biografía intelectual, Chico reconstruye la historia de este poblado avejentado, con sus aduanas clausuradas y sus vías férreas desahuciadas y vincula la historia local con los dramas globales del exilio y las persecuciones producto del fanatismo político. Más allá del martirio de Benjamin, Chico hace un homenaje a todas las víctimas anónimas que sufrieron en Portbou, y otras celadas fronterizas, sus últimas violencias. Por lo demás, los testimonios de la muerte de Benjamin no son definitivos (¿suicidio o asesinato?, ¿dónde quedó la famosa maleta?) y navegan en esa borrosa incertidumbre, producto del olvido o el ocultamiento deliberado. Con ello, Chico observa un misterioso y premonitorio paralelo en la manera en que Benjamin transcurrió su vida y su carrera intelectual (a la intemperie, sin familia, sin adscripción profesional, limítrofe, casi fantasmal) y su muerte solo recuperable con los vagos dichos de otros muertos.