Quizá sea porque tengo nostalgia de las aulas. O porque al salir de ellas me encontré con un “mercado laboral” de pacotilla y regreso a su espacio para refugiarme. O porque sigo admirando a varias “vacas sagradas” que ahí enseñan. O, simplemente, para intentar actualizarme. El caso es que suelo estar pendiente de lo que se cuece en la universidad. El otro día, por ejemplo, me apunté a las jornadas de una disciplina tan desconocida como fascinante y aprendí que todos tenemos “marcas lingüísticas” que nos delatan y que existe un grupo de profesionales encargado de descubrirlas y analizarlas para resolver crímenes y delitos.
Durante tres días, en la Facultad de Filología de la Universidad Autónoma de Madrid, expertos del mundo anglosajón e hispano explicaron cómo utilizan la información lingüística oral y escrita (fonológica, morfológica, sintáctica, discursiva, terminológica) para identificar hablantes y escritores de una determinada variedad lingüística, estilo o registro que van a parar a los juzgados, donde sus peritajes pueden resultar definitivos en la sentencia judicial. Mediante el análisis de la voz, los lingüistas forenses deducen si una persona ha emitido o no un determinado mensaje. También detectan plagios literarios, académicos, musicales o de traducción. Señalan al autor de anónimos amenazantes o de supuestas notas de suicidio, de correos electrónicos, de mensajes de celular o de redes sociales.
Si bien es cierto que el término “forense” evoca cuestiones mortuorias, Sheila Queralt, directora del único Laboratorio de Lingüística Forense que hay en España, dijo que la labor de los especialistas en la materia no consiste en hablar con los muertos: “ni nos comunicamos con ellos, ni abrimos cadáveres para descubrir qué ha dicho la persona. Sería interesante, pero no. Somos trabajadores periciales que aportamos pruebas”.
El término y la metodología de esta disciplina comenzaron a utilizarse en la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos, pero fue hasta los años noventa cuando empezó a notarse la profesionalización de los peritos lingüísticos. En esa década, James Fitzgerald, entonces agente del FBI, demostró los alcances que puede tener la lingüística forense al resolver el caso de Unabomber. Durante 18 años, Ted Kaczynski emprendió una cruzada contra el progreso tecnológico enviando cartas-bomba a diferentes puntos del país que hoy preside Donald Trump. Un día, Kaczynski (ya entonces conocido como Unabomber) escribió un manuscrito de más de 100 páginas amenazando con volar un avión si su texto no se publicaba en la prensa. La policía cedió con la esperanza de dar con él. Y así ocurrió en 1996, cuando después de leer el manuscrito en The Washington Post, el hermano de Ted Kaczynski llamó a una comisaría. Entonces el FBI pudo registrar su casa en busca de todo tipo de textos y cartas y la comparación de estos documentos con el dossier amenazador confirmó que eran obra de la misma persona, una prueba tan sólida que permitió condenarlo.
La clave fue un refrán con los verbos traspuestos: “no puedes comerte el pastel y seguir teniéndolo”, escribió una vez el terrorista. Pero la mayoría de los estadunidenses lo decían y escribían al revés: “no puedes tener el pastel y también cometértelo”. “De hecho, la forma tradicional de usar el refrán es la de él y los demás lo usábamos de forma equivocada. Fue una de las grandes pistas que nos permitieron hacer el resto de la comparación y pasar un informe al juez para que firmara una orden de registro, llevar a cabo un análisis exhaustivo con el material obtenido, definir su particular estilo y, finalmente, encarcelarlo”, contó Fitzgerald, ahora un reputado especialista en perfiles lingüísticos.
En España los esfuerzos de los detectives de la lengua se concentran, principalmente, en la determinación de autoría de un texto, correos electrónicos, mensajes en redes sociales, plagio en obras literarias (en los que se han visto implicados escritores como Camilo José Cela y Arturo Pérez-Reverte), el análisis del lenguaje utilizado en actos delictivos como la amenaza, la difamación, el chantaje, el soborno o el acoso, la posible coacción en declaraciones policiales o ante el juez, las manipulaciones de una grabación o si la actuación del intérprete ha influido en la situación final de un testigo o sospechoso. Llámenlo sugestión o como quieran, pero al salir de estas jornadas comencé a ver y a leer y a escuchar las palabras de otra manera.