¿Y la cruz, papa?

Toscanadas

El papa Francisco alteró el catecismo católico para censurar la pena de muerte

Si Jesús viviera en estos ajetreados tiempos hubiese dicho: “¡Crucifícame, pinche Poncio!” y así estaría escrito en Mateo 27:22 (Obra de Antonio Ciser
David Toscana
Madrid, España /

En la versión anterior se dejaba un hueco que la justificaba, y cómo no, pues ni modo de negar las muchas veces que la Iglesia autorizó la ejecución de “criminales” cuyo único delito fue contradecir de pensamiento, palabra, obra u omisión las enseñanzas canónicas. Además no había que violentar las relaciones con ciertos países poderosos que sostenían y sostienen la pena de muerte.

Los católicos habrán de agradecer que Bergoglio sea un papa del siglo XXI y no un emperador romano de la época de Cristo. Si el papa Francisco, por alguno de esos milagros tan verosímiles como detener el sol o caminar sobre las aguas o hacer llover maná durante cuarenta años, hubiese tenido el puesto del emperador Tiberio, le habría endosado la piadosa ley a Poncio Pilato, y entonces adiós cristianismo.

¿Qué sería de aquella escena del evangelio de Mateo en que la gente grita “¡Sea crucificado!”? El buen Poncio les aclararía que eso va contra las leyes. “¿Crucificar? ¿De dónde sacaron semejante salvajada?” Y luego de decir “Quién soy yo para juzgar” ordenaría que soltaran al reo.

Angustiado por ver que todo su plan se iba al carajo, sería el propio Jesús quien le diría: “¡Crucifícame, cabrón!”. Alzaría la mirada al cielo para decirle a su padre que, allá en el Monte de los Olivos, cuando pidió que pasara el cáliz, no lo decía en serio. Además, la historia habría de considerarlo un vil nepotismo, pues los judíos tenían siglos pidiendo que pasara su cáliz sin que dios los escuchara, y resulta que al hijito le conceden su voluntad en fast track.

“¡Crucifícame, pinche Poncio!”, estaría escrito en Mateo 27:22, en una de esas chafas traducciones contemporáneas. “Ni maiz, güey”, Mateo 27:23, “si quieres te azoto, pero más no puedo hacer”.

Jesús tendría que repasar el guión. Ya no le serviría aquello de “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” ni el famoso “Consummatum est”.

¡Y la mentada resurrección! En fin, quizá el final del evangelio pintaría a un Jesús tomado de la mano de Magdalena, explicando a sus discípulos que habría de morir de muerte natural, que su segunda venida sería en alrededor de dos mil años, y que esta vez se aseguraría de predicar en Texas, pues allá usarían camastros como cruz horizontal para ejecutar y les tendría sin cuidado lo que hubiese dictado el emperador Bergoglio.

El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.

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