El Liverpool cumplió con el guión y certificó su clasificación para los dieciseisavos de final de la Copa de Inglaterra, tras imponerse por 1-4 a un Aston Villa, que mermado por el brote de coronavirus que ha obligado a confinarse a la primera plantilla, se vio obligado a alinear un equipo plagado de juveniles.
Un contundente resultado que no pudo ocultar los numerosos problemas que tuvo el conjunto red para plasmar en el marcador su aplastante superioridad sobre el terreno de juego.
El Liverpool volvió a mostrar en la primera mitad la misma preocupante falta de efectividad que ya le llevó a empatar 0-0 con el Newcastle y caer por 1-0 ante el Southampton en sus dos últimos compromisos ligueros.
Y eso que el senegalés Sadio Mané no desaprovechó la primera llegada de los reds al área rival para establecer a los cuatro minutos de juego el 0-1.
Un mero espejismo, ya que tanto el propio Mané, como el brasileño Fabinho o Curtis Jones se empeñaron en estrellarse una y otra vez con el joven guardameta magiar Akos Onodi.
Falta de acierto que no tardó en pagar el Liverpool, que vio como el jovencísimo delantero Louie Barry, de tan sólo 17 años, devolvió a los 41 minutos la igualada (1-1) al marcador, tras una espectacular galopada.
Un gol que pareció escocer, y de que manera, a los reds, que convirtieron la segunda mitad en un asedio continuo sobre el área del Aston Villa.
Un ataque por avasallamiento que acabó por doblegar a los jovencísimos villanos, que se desplomaron definitivamente con el segundo tanto del Liverpool, obra del neerlandés Georginio Wijnaldum a los sesenta minutos.
Gol al que el Liverpool sumó dos más en un abrir y cerrar de ojos por medio de Mané, que firmó el 1-3 en el minuto 63, y el egipcio Mohamed Salah, que estableció dos minutos más tarde el definitivo 1-4.