De árboles, tinnitus y la vida: el adiós a un "guacarróquer"

A la edad de 64 años, el célebre artista fue hallado sin vida cerca de su domicilio; aquí una mirada al músico, al padre, al hombre y al amigo.

“Hay quien dice que es porque estoy lleno de mierda; otros, de miel. Tienen razón”, escribió. D. villa
Verónica Maza Bustamante
Ciudad de México /

Al final de su libro La música de las esferas. Historias de rock con salsa y bicicletas, Armando Vega-Gil escribió un texto, a manera de guion cinematográfico, tras un concierto en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil 2013, sobre la salida de Sergio Arau de Botellita de Jerez, la banda que crearon en 1983 ellos dos y Paco Barrios El Mastuerzo con la intención de darle vida a un engendro musical divertido e irreverente que uniera el rock clásico con ritmos como la cumbia, el son y el blues, aunados a letras que hablaban de la vida en el Chilango, de la política nacional y de la cultura popular. Decía: “No puedo, no alcanzo a creerlo, ¡está fuera de cualquier puta medida, más allá de cualquier umbral del dolor y la migraña! Recapacita. Aguanta... ¡Aquí estamos, justo aquí, tocando para 5 mil almas!”.

Hoy, Armando se ha convertido en las canciones que compuso, en los libros que escribió, en las fotografías que tomó, en el cariño que generó durante tantos años de camino en esas carreras que eligió porque le servían, de una u otra manera, para combatir su desilusión en un mundo adverso.

Al Armambo le encantaba tocar el ukelele, compartir con los niños sus historias de miedo y asquerosidades, leer de todo un poco, conocer asuntos nuevos de la Historia (era antropólogo), pintar, escalar, echar pestes sobre los políticos, escuchar música, escribir guiones, hacer cine. Era un padre bueno, que solía procurar a su amado Andrés. Sí, fue un maestro del albur cuando se creía que era un lenguaje social con jiribilla. Sí, era depresivo y refunfuñón. Sí, tenía tinnitus desde hacía años, por lo que su cabeza estaba llena de un zumbido constante que lo enloquecía: “Moscas y avispas me habitan la cabeza. Hay quien dice que es porque estoy lleno de mierda; otros, de miel. Tienen razón”, escribió en La ciudad de los ojos invisibles.

Junto con las escritoras y periodistas Beatriz Rivas y Eileen Truax escribió a seis manos Fecha de caducidad, creando una propuesta interesante y colaborativa. Le entró al poema lírico, a la novela gráfica. Condujo el programa Radio Cinema Paraíso, sobre cine. A últimas fechas presentaba el proyecto literario Trío Verde Lagarto, con Paola Tinoco y Eduardo Limón.

En 2016, en su libro, dijo: “Toqué una tras otra las campanas porque estas campanas son las criaturas de la música de las esferas y llaman a los espíritus de nuestros muertos”. Hoy, han guardado silencio.

Sabemos, gracias a ti, que no hay peor lucha que Lucha Villa pero son chidos los que luchan los domingos aunque haya que alarmarla de tos. Sin embargo, queda en uno de tus libros una “Certidumbre”: “Suicidarme sería lo último que haría’. Y, en efecto, fue lo último que hizo”. Así, la vida, Cucurrrucucú.

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