Mon, Arendt y lo público

La chilena supo desde niña a qué atenerse cuando se hablaba contra las fuerzas del orden. La fiesta del Grammy Latino fue el escenario ideal para abrir la boca sin decir palabra.

Mon Laferte alzó la voz durante la alfombra roja de los Latin Grammy (AP).
Mauricio Mejía
Ciudad de México /

Cuando nació Monserrat Bustamante Laferte -a quien se puede calificar de "la fuerte"-, Augusto Pinochet llevaba diez años en el poder. En el final del verano de 1973, Chile sufrió la sacudida política y militar más fuerte de su historia reciente. La persecución contra disidentes y homicidios contra opositores se convirtieron en ejercicios comunes después del asalto al Palacio de la Moneda en el que murió Salvador Allende. Muchos chilenos tuvieron que optar por el exilio para salvar sus vidas. Y muchos de ellos llegaron a México; por otra razones, Monserrat haría el viaje mexicano.

Laferte vino al mundo en mayo de 1983, en Viña del Mar, ciudad que conquistaría no muchos años después con su música y sus letras. Su país estaba dividido. Y, lamentablemente, lo está. Un parte de su población, reprimida, no guardaba, con justa razón, buena opinión sobre el gobierno autoritario pinochetista. La otra, no sólo estaba de acuerdo con la fuerza: la apoyaba al pie de la letra.

Laferte supo desde niña a qué atenerse cuando se hablaba contra las fuerzas del orden. Justo cuando comenzó su infantil carrera musical, Chile comenzó a dar a luz un movimiento democrático que acabaría con 17 años de dictadura. En 1990 Patricio Aylwin se convirtió en presidente de la República a través de las urnas. Comenzó un nuevo camino en la vida pública chilena. Las fuerzas políticas, económicas y sociales pusieron de su parte para que la llamada transición fuera lo menos dolorosa posible. El ejemplo argentino había demostrado que el estado financiero de una transición democrática debía tomarse muy en cuenta para que, en efecto, todo fuera menos lastimoso. Argentina había fracasado en la materia. Chile, en cambio, llegó a ser ejemplo ante el mundo. La economía podía ser manejada con seriedad y eficiencia. Se hablaba, sin rencor, de neorilebralismo; lo que hoy quiera entenderse por ese proyecto económico.

Casi 30 años después del final de la dictadura, con elecciones limpias y alternancias de partidos en el poder (lo que hoy quisiera entenderse por derechas o por izquierdas), Chile es un caos; una avería. Las protestas en las calles han deteriorado la administración de Sebastián Piñeira, elegido el año pasado. La sociedad chilena ha llamado la atención del planeta por las maneras radicales de las protestas en las que participan mucho jóvenes nacidos después de Pinochet. Mon Laferte (nombre elegido después de una fuerte caída emocional) pertenece a una generación distinta a la de su madre, Myriam. A diferencia de ella, puede gritar sus desacuerdos políticos. La fiesta de los Grammy Latinos fue el escenario ideal para abrir la boca sin decir palabra. Mostró sus senos con una leyenda histórica: "En Chile torturan violan y matan". Una editorial de los días corrientes.

En uno de los libros más inteligentes del siglo XX, La condición humana, Hannah Arendt distingue dos significados de lo "público". Uno tiene que ver con la amplia posibilidad para que un acto sea visto y oído por otros. Es aparente y real para todos. En esas apariencias se encuentras las fuerzas mayores de la vida humana. Es decir, las pasiones del corazón, los pensamientos y las delicias de los sentidos. La esfera pública es, en esencia, una cara de la oscura y cobijada existencia. Laferte, hija de la era del espectáculo, ha dado en el clavo para hacerse ver y oír: la esfera de protesta no quedó reducida a las calles y plazas chilenas. Ni a las portadas del Mercurio o las imágenes de los noticiarios. De pronto, en segundos, Chile era tendencia; foco de atención de todos los ambientes culturales y políticos. Fue un acto de desobediencia que no transgredió ninguna ley.

El otro significado que ve Arendt en lo "público" refuerza el impacto de los pechos de Laferte: "En segundo lugar -precisa- significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciando de nuestro lugar poseído previamente en él". Hay un desplazamiento, pues, en la vida de los que vieron el mensaje. Laferte presentó a su público, a manera de afrenta, la delicada situación de su país. Sus seguidores no estaban obligados a conocer los pormenores de la crisis; el dolor privado de la artista se convirtió en "sentimiento público". Hubo un nuevo nexo -un nuevo testimonio- entre lo que ocurre en Chile y los ojos y oídos del mundo. Lo interesante de la protesta de Laferte es que se presenta en un ambiente de protestas sociales en varias partes del mundo, desde antes de los llamados chalecos amarillos. Las manifestaciones han puesto en la mesa discusión el futuro de la democracia y del sistema financiero global y la forma de expresar el repudio dentro del marco constitucional. Howard Zinn se ha puesto de moda por aquello de que el problema no es la desobediencia civil, si no la obediencia civil. En términos prácticos, según Arendt: la acción política.


RL

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