Fallecido ayer en el Hospital 20 de Noviembre de Ciudad de México por complicaciones de covid-19, Óscar Chávez no tiene parangón en la historia de la música mexicana. Se apagó la voz de un artista único, cuya vida fue regida por la integridad.
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Cantante y compositor, actor de teatro y cine, así como investigador y difusor de la música popular mexicana, nos lega sus canciones, sus películas y su ejemplo como luchador social y defensor a ultranza de la canción mexicana.
Para él resultaba un tanto incómodo hablar de sí mismo, de allí que pareciera incluso rudo en las entrevistas, pero una vez en confianza era un gran conversador. En una de sus últimas entrevistas le pregunté si se consideraba un ejemplo a seguir y de inmediato respondió que no.
“Cada quien hace lo que puede. Lo satisfactorio es estar vigente en el oficio, mientras lo permitan las facultades. Espero tener la inteligencia suficiente para callarme a tiempo”.
Fuimos afortunados de tenerlo entre nosotros muchos años y saber que trabajó hasta la recta final. De hecho, su fortaleza parecía desmentir su edad: 85 años recién cumplidos. Por momentos da la impresión de que todavía podríamos verlo por los pasillos de Ediciones Pentagrama con su eterno cigarrillo Raleigh en la mano y el saludo: “¡Quiubo, mano!”.
UN CAMINO ACCIDENTADO
En un mundo regido por el comercialismo, conquistó a varias generaciones de seguidores con su estilo único como intérprete. En otra charla refería su papel de pionero de la llamada nueva canción latinoamericana.
“Nosotros empezamos antes del movimiento de la nueva canción. Después de que comenzamos a recuperar, o como se llame, rescatar o tomar en cuenta a la vieja canción mexicana, se vino la ola del canto sudamericano que llegó a México y empezamos a conocer intérpretes de toda Latinoamérica. Después de esa ola vino el florecimiento de la nueva trova cubana; en fin, se fueron agregando cosas”.
Si varios de sus compañeros de generación se retiraron y otros murieron, Chávez sobrevivió a los vaivenes de las políticas culturales gracias a su nivel de autocrítica, algo que, decía, era bastante difícil.
“Como todo oficio, la música es un camino muy accidentado. No todo lo que haces resulta bueno, hay muchos imponderables en esto de hacer discos, presentaciones en vivo, siempre estás luchando porque las cosas salgan muy bien. A veces no salen, a veces sí y de repente tienes satisfacciones que ahí quedan”.
Más de un centenar de discos, muchos de ellos disponibles, hacen de Chávez un tesoro de la música popular mexicana, que las grandes disqueras miran con desdén.
“A las grandes compañías les interesa el dinero inmediato y lo que sea negocio es negocio, por eso hacen tantos artistas y discos desechables. Salvo honrosas excepciones, en general son productos que funcionan un tiempo relativo y después ya no existen. Desde su origen están pensados así. Explotan la moda o la fabrican, organizan las cosas para que ciertas cosas les funcionen y le echan toda la lana, recuperan todo y después a otra cosa”.
Aunque durante muchos años grabó en PolyGram, Óscar eligió después la ruta independiente porque, decía, “de alguna manera la canción, o la música en general, se defiende así: con esfuerzos personales o pequeñas compañías que se defienden ante los monstruos de la industria y contra la piratería, que es criminal. Las pequeñas empresas son como tablitas de salvación, y no digo pequeñas peyorativamente, sino porque lo son ante los trusts, o como se llamen, que son brutales. Igual pasa con otras actividades, el teatro, la danza, la literatura”.
Ante la pregunta de cuál era su mayor satisfacción como música, Óscar Chávez respondió entre risas: “¡No sé, no sé! No creo en eso de estarse rascando la costra, hay que seguir adelante. El recuento que lo hagan otros. ¿Yo por qué?”
El gran logro de Óscar Chávez: ser un adalid de la canción mexicana. Vocación que explicaba en estos términos: “La hago porque siempre me interesó y me da mucho gusto no haberme equivocado. Creo que ese ha sido mi mayor acierto porque es lo que provoca que vaya gente de tantas generaciones a mis recitales”.
DESPEDIDA. GALÁN, POLÍTICO Y ESPÍRITU LIBRE
Julissa compartió pantalla con Óscar Chávez en la película Los caifanes (1967) y Gabino Palomares fue uno de sus entrañables compañeros musicales. Ambos lamentan su muerte y lo recuerdan con cariño; de él destacan su buen humor, su bondad, su galanura y, por supuesto, su pluma y voz.
“Siempre fue buen actor, un compañero muy amable; era un hombre muy guapo, muy galán, con una voz que siempre sabías que era su timbre, era único y cantaba divino. Yo escuché muchísimo el disco de Los Caifanes, pero me gusta toda su música. Lamentablemente no pudimos hacer nada juntos”, dijo Julissa a M2.
La actriz subrayó lo que, en su opinión, hace especial la propuesta del cantautor, quien conquistó con temas como “Macondo”, “La Mariana” y “Hasta siempre”: “Procuró siempre la música latinoamericana y mexicana, aparte de lo que él compuso, daba a conocer música de nuestra región”, dijo sobre el folclorista.
El Caifán mayor, apodo que recibió luego de participar en el filme donde se conocieron, fue hospitalizado con síntomas de coronavirus; por ello, la también productora pide mantener las medidas de protección: “Esta vez le sucedió a alguien conocido, pero le puede pasar a cualquier persona. Les pido que tomen conciencia”.
Gabino Palomares también tocó el tema. En entrevista con MILENIO Televisión, consideró que las consecuencias de la pandemia son resultado, en parte, de las situaciones que se viven en el país: corrupción, pobreza, injusticia… esos problemas sobre los que Chávez cantaba.
“Era un cantante político. Cantábamos contra el sistema, queríamos un mundo distinto y yo me quedaría con su voz, con su recuerdo, con esta alma tan grande, pero me quedo sobre todo con el compromiso del que tantas veces platicamos, dijimos que habíamos dedicado nuestras vidas a hacer un distinto, pensábamos que un país distinto era posible”.
Sobre su persona, agregó: “Óscar era aparentemente muy serio, pero en realidad era un ser humano maravilloso, era un tipo que se quitaba la camisa y se la daba a quien la necesitara, era de tanta bondad, tan culto, tan conversador. Yo conviví con él muchos años, había hasta tres días que pasábamos sin dormir, platicando. Invito a los jóvenes que se acerquen a la canción de Óscar”.
La secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, mencionó: “El poder del arte es revolucionar conciencias, ser contestatario, y Óscar es un ejemplo de ello, (porque) dejó tantas memorias en el corazón, en el imaginario del público, que me imagino que en casa niños, jóvenes y adultos están en duelo. Espero que sigan un espíritu tan libre y congruente como fue el de Óscar Chávez.
PERFIL
EL ACTOR, CANTANTE Y COMPOSITOR
Óscar Chávez, quien falleció ayer a los 85 años, nació el 20 de marzo de 1932 en Ciudad de México; estudió teatro y fue a la par de la actuación que comenzó a forjar su sólida carrera como cantante y compositor.
El Caifán mayor, apodo que recibió luego de participar en su primera película, Los caifanes (1967), debutó en el mundo musical con dos tomos de Herencia Lírica Mexicana y el soundtrack de la película escrita por Juan Ibáñez y Carlos Fuentes, que retrata a la clase media mexicana de los años sesenta. Su repertorio incluye discos como Parodias Políticas; la serie Voz viva de México, en la que recita poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, Gilberto Owen y Amado Nervo; Latinoamérica canta, volumen II, en el que incluye “Macondo” y revive el pueblo que Gabriel García Márquez describió en Cien años de soledad.
Y ADEMÁS
LOS CAIFANES, “UN ESFUERZO TITÁNICO”
Cinta de culto, fue una película muy accidentada, refería Óscar Chávez: “Se hizo con muy poco dinero, con todas las dificultades del mundo, por eso estimo mucho esa experiencia. Había muchos conflictos entre los sindicatos, traían un desmadre increíble. Por platicártelo rapidito: la filmación se interrumpió como 15 veces. Se filmó prácticamente en la calle, con un clima del demonio. Fue un esfuerzo titánico y mis respetos al director, Juan Ibáñez, que ya murió”.