Al llegar al sitio pensé que me había equivocado de lugar, no se veía absolutamente nada salvo la luz que caía sobre unos coches estacionados en el estacionamiento de polvo fino. Salí del coche y me preparaba para hacer el primer enlace para el matutino Telediario en Torreón. Se hacen ocho o nueve horas hasta Acuña. De pronto una mujer salió de entre la nada para abordarme, era la profesora Rosy Borrego, se identificó como misionera con más de 20 años de experiencia en temas de asistencia social.
De a poco comenzamos a acercarnos a las oficinas del centro Deportivo Braulio Fernández Aguirre y los haitianos comenzaban a despertarse, comenzaban a bajar de las azoteas, a salir de entre los matorrales y los más afortunados a levantarse de su “tenderete”.
Ahí Rosy controlaba “el asunto”, todos llegaban a pedirle consejo o algún artículo: agua, toallas sanitarias, pañales, Rosy muy cariñosamente los abrazaba y los besaba:
“No hay mi cielo, pero ahorita conseguimos. Mira”, me dijo orgullosa y me mostró una cadena que llevaba en el pecho con una Estrella de David, “me la regalaron porque dicen que soy la reina del campamento” y sí, ella me apoyó para conseguir el testimonio de una familia haitiana.
Guirlene Paterson está triste
Primero ella lloraba y de inmediato Rosy corría a abrazarla “ya mi amor, cuéntale lo que pasaste para que nos puedan ayudar a que lleguen a Estados Unidos”.
Entre sollozos conocí a Guirlene Paterson nacida en Nord - Ouest, Haití de 36 años de edad quien junto con su esposo Nelson y sus cuatro hijos de 16, 13, 10 y siete años huyeron de su país de origen hace cuatro años, huyeron por hambre, porque no tenían casa, ni sustento, huyeron a Chile y allí se quedaron.
Escucharon que en Estados Unidos había oportunidad para ellos, vaya, que los estaban dejando entrar y decidieron perseguir el “sueño americano” a toda costa.
Guirlene está triste porque ahora “la cosa” está peor, los quieren deportar a Haití, de donde se escaparon, ni siquiera a Chile, a Haití.
En su relato, la mujer (que llevaba cubrebocas -no por consciencia sino por anonimato- y lentes oscuros a las seis de la mañana) cuenta como cruzaron nueve países, nueve: Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala para finalmente llegar a Tapachula (en Chiapas), a pie, de “aventón”, en camión, comiendo una cosa y otra.
Recuerda con amargura el tramo más difícil, la selva entre Colombia y Panamá, ahí duraron siete días sin probar bocado, nadie, ningún miembro de su familia, ni del grupo con el que iba, llora cuando se acuerda que los más “viejitos” se sentaban a las orillas de los ríos a morirse de hambre, de cansancio.
Recuerda como los trataba el “coyote” que los ayudó a cruzar esa frontera, los grupos de la guerrilla que los emboscaron, los dólares que se gastaron para pagarles a los traficantes y “para qué” –se lamenta Guirlene mientras ve que Nelson su esposo se levanta- “para qué nos quieran regresar a Haití donde no hay nada”, para qué.
CALE