José Delio Mancía, originario de Honduras, desde hace veinte días se internó en territorio mexicano con la idea de cruzar la frontera de los Estados Unidos y vivir el sueño americano.
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Dejó cuatro hijos, dos de ellos que pueden valerse por sí mismos, y otros dos adolescentes que dependen de él y su madre.
“Lo que le impulsa a uno a hacer estos viajes es de repente la situación económica que uno encuentra en el país; mejorar para darle a la familia y más que todo eso es lo que impulsa a agarrar el camino porque es difícil pero igual se arriesga uno en la vida y todo, pero creyendo en dios se sabe que se va a salir adelante.
Su esposa es ama de casa y José Delio la dejó a cargo de la familia sin un ahorro siquiera. Él agarró una mochila y salió cargando la idea de llegar a un sitio donde le ofrezcan trabajo bien remunerado para poder enviar algo a casa.
“Usted imagina ahí cuando uno viene para acá que deja a la familia a esperanzas de nada y ellos se buscan la manera de cómo arreglarse ahí porque uno va en el camino y no lleva ninguna esperanza hasta que llega a un momento o un lugar donde se estaciona, de uno es la idea de trabajar y poderle ayudar a ellos”.
José Delio junto a otros migrantes ha podido sortear el hambre y ante la falta de dinero y trabajo el único recurso posible ha sido el pedir una moneda en la calle.
“Ya imagina, todo esto de que nos debemos quedar en casa nos lo han venido diciendo en el camino y uno confía en dios porque de repente venimos dormidos hasta en el campo, en las noches y todo esto, y hasta ahorita no nos ha pasado nada contra la enfermedad y esperamos, creemos en dios que no nos va a pasar nada de aquí en adelante”.
"Desconfían porque somos foráneos"
Durante el día transita junto a otros migrantes pero de noche se separa y le amanece donde puede.
Su destino no es la tierra del presidente Trump sino Ciudad Acuña porque ahí tiene familia. Su única ventaja es ser mexicano pero igual atiende algunas las pautas de conducta como el acudir a centro de apoyo porque aunque se sabe mexicano también se reconoce pobre y vulnerable a agresiones.
Se llama Jesús, es originario de Aguascalientes y a sus 46 años tuvo que dejar a su madre, única dependiente económica pues viviendo de prisa tuvo dos hijas que ahora son mayores de 30 años de edad. Una trabaja en la policía estatal y la otra como afanadora.
“En realidad yo soy del estado de Aguascalientes, me llamó Jesús Flores. Estamos fuera pero es que también en casa hay diversos problemas que alternando uno y otro se tienen diferencias y se tiene que emigrar para otra parte. Yo tengo familiares en Ciudad Acuña, he vivido cinco o seis años por ahí y tengo un familiar que está construyendo y me dedico a ayudarle”.
Con quince días de camino debido a que su tránsito no es regular o con pago de viáticos, Jesús no se queja del trato que le han dado e incluso dijo que en Torreón los policías le hicieron una revisión y consideró que el trato fue digno.
“Una de mis hijas está en la estatal y la otra trabaja en el ámbito del ramo obrero haciendo limpieza. En realidad nosotros que andamos de arriba para abajo nos quedamos donde se nos caiga el sol, además cada quien se busca su sistema y ahora sí como dicen, cada quien mide el peligro", comentó
“Yo no vengo con nadie, ellos son de otra parte. No crea, a veces no es seguro estar juntos. Más vale andar solos porque pasas desapercibido, te quedas por ahí a dormir y buscas tu propio sistema pero si andas junto o en bola a veces hay gente que piensa que le puedes ocasionar un problema, hay desconfianza porque nosotros somos foráneos y prácticamente por todos los sucesos que pasan, pues es lógico que la ciudadanía tenga desconfianza”.
Jesús dice que no se queja y que en su paso por el territorio mexicano los conciudadanos lo han tratado bien aunque a veces al pedir ayuda la gente se encuentra de mal humor, lidiando sus propios conflictos, así se ha acostumbrado a que le brinden apoyo y si no es así, sencillamente respeta y se va.
RCM