Suman siete años de impunidad en crimen del periodista Francisco Pacheco

La familia del comunicador asesinado en Taxco denuncia que la fiscalía especializada ni siquiera ha interrogado a los sospechosos.

Francisco Pacheco fue asesinado en 2016. (Especial)
Ciudad de México /

Concluyó la celebración cristiana de la Navidad. La de 2022 fue la séptima que Priscilla Pacheco, su madre, su hermano, su hermana menor y su sobrina celebraron en ausencia del padre, Francisco, recordándolo sin tener al menos el regalo de saber quién ordenó su asesinato.

Esta familia, a diferencia de tantas otras que se han visto forzadas a abandonar la exigencia de verdad y justicia, mantiene la presión sobre las autoridades, se rehúsa a permitir que arrojen este caso al herrumbroso archivo de los crímenes contra periodistas olvidados e impunes. No se resigna, como pensaron que haría.

O como siguen esperando que haga. La Feadle, una fiscalía federal especializada en ataques contra la prensa, ostenta una estadística de fracaso de 99 por ciento, lo que más bien corresponde a una fiscalía especializada en proteger a asesinos de reporteros, en garantizar que los autores, los materiales y por encima de todo los intelectuales, se mantengan a salvo y puedan volver a matar; y parece tener tiempo de sobra, tiempo para hacerle perder tiempo a la familia Pacheco hasta que se dé por vencida y renuncie.

Francisco Pacheco fue asesinado en Taxco, Guerrero, el 25 de abril de 2016. Periodista reconocido por sus investigaciones sobre la corrupción de autoridades locales, esgrimista de pluma aguzada por un inclemente sentido del humor, la noticia de su muerte a balazos atrajo de inmediato a fiscales locales y federales, y a un comisionado de atención a víctimas, que se tomaron fotos con la familia para verlas publicadas en la prensa.

Eventualmente, nada menos que cinco entidades gubernamentales -una estatal y cuatro federales- tomaron parte en el asunto, algo que hace que este caso sea excepcional.

Los resultados, en contraste, son casi invisibles. Joven abogada especializada en derechos de autor, Priscilla y su familia presionaron por más de seis años hasta lograr, en 2022, que Feadle empezara a realizar los procedimientos elementales, como el análisis de contexto y la reconstrucción de los hechos. De manera incompleta, casi inservible. No han abordado a los sospechosos ni para preguntarles si hacía frío la mañana del crimen. Pero algo es algo.

Y después de reunirse con el agente de Feadle encargado del caso en agosto de este año, pasaron meses solicitando que las volviera a recibir para ver si había alguna novedad. 

“Tiene que ser antes de que termine el año”, me dijo Priscilla a principios de diciembre, “porque si se atraviesan las vacaciones, olvídate (de ellos) por semanas y semanas más”. A falta de justicia, no tuvieron al menos la suerte de poder abrir en Navidad el pequeño pero significativo obsequio de tener algunos avances. O algún avance, aunque fuera menor.

Un periodista hecho a sí mismo

Francisco Pacheco nació en 1966 en Taxco, una pequeña ciudad colonial conocida por su iglesia central de cantera rosa y su joyería de plata, con casas blancas sobre empinadas calles empedradas. Es un paraíso para los enamorados de los “vochos” (VolksWagen Sedán clásico), ya que estos carros son ideales para subir las duras calles construidas sobre laderas montañosas.

Graduado como ingeniero civil, Pacheco se educó a sí mismo como periodista, tras encontrar su vocación escribiendo artículos de opinión para el periódico de un amigo. Después abrió su propio semanario impreso, El Foro de Taxco, y empezó a disfrutar del micrófono como locutor de radio, tomó corresponsalías para periódicos estatales de Guerrero y se convirtió en una influyente referencia del periodismo local. A pesar de sus progresos, a los 46 años decidió regresar a las aulas para estudiar comunicaciones y perfeccionar sus habilidades y metodología.

“Cuando nos teníamos que decir las cosas, pues nos las decíamos”, señala Claudio Viveros, un periodista amigo de Pacheco, que habla con la bella Iglesia de Santa Prisca como fondo. “Que no iba por ahí, que había que hacerlo mejor, y había que profesionalizarse. Así que hizo el examen para la Universidad Nacional Autónoma de México”.

La familia completa se dio al periodismo. La hija más joven de Pacheco, Paloma Libertad recuerda: “crecí rodeada de papel, siempre había papel en casa”, y “escuchando la voz de mi papá en la radio”. Cuando el hermano mayor Ali tenía 10 años, lo enviaron a entrevistar a vecinos sobre los baches de la calle. La iniciación de Priscilla, la hija del medio, fue la más dura: En carretera, le avisó a su padre que acababa de ver un cadáver. Su papá dio la vuelta, regresó y envió a la chica de 15 años a tomar las fotos del cuerpo: “¡Que no te tiemble la mano!”

Los conocimientos de Pacheco como ingeniero le resultaron útiles cuando aprendió a usar herramientas sofisticadas de investigación, como los portales de transparencia gubernamental. Entendía las obras públicas mejor que sus colegas, lo que le permitía encontrar huellas de corrupción donde otros no sabían buscar. Desacostumbrados a esto, los funcionarios públicos solían descuidarse y mentir, sólo para ser descubiertos por el periodista.

Ataques a periodistas en el mundo. (Especial)

Esto nunca condujo a que las autoridades abrieran procesos legales contra los responsables, sin embargo. Sólo los hacía sentir incómodos. Pero tal vez lo que verdaderamente molestaba a quienes tenían el poder era la columna de Pacheco en la última página, donde publicaba textos sarcásticos que se convirtieron en un elemento básico de la vida local. Como dice su colega Raymundo Ruiz.

“Entre los mismos políticos se burlaban unos de otros, ‘Mira, Pacheco ya te dijo que esto; oye, pero a ti también te dijo que aquello”. “Ejercía el sarcasmo, y para los políticos, el que tú uses el humor y los pongas ahí, los saca de sus cabales”, explica Viveros.

Vende... y vuelve a imprimir

México sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas, y desde 2010 ha permanecido invariablemente entre los cinco países donde más reporteros son asesinados cada año. El estado de Guerrero es uno de los más riesgosos para ejercer esta profesión.

El hijo de Pacheco, Ali, recuerda varias veces en que el ex presidente municipal Salomón Majul (2012-2015) subía hasta su casa, acompañado por guardaespaldas y oficiales de policía, para comprar todos los ejemplares de El Foro de Taxco que contenían información que le disgustaba sobre su desempeño, antes de que salieran a la venta (publicaban cada edición en línea un día antes de la distribución de los impresos). Pacheco se los vendía sin objeciones. Y después los volvía a imprimir.

Al término de su periodo, Majul fue sucedido en el cargo por su primo, Omar Jalil Flores Majul (2015-2018). Con él, la relación se siguió deteriorando. Cuando en marzo de 2016, Pacheco criticó el pésimo estado de las patrullas policíacas, mientras el crimen estaba en su peor nivel, fue excluido de las actividades de la administración municipal y de sus comunicados de prensa.

Esto no disuadió al periodista, que obtuvo cifras oficiales que mostraban importantes transferencias federales al gobierno local justo después de que el alcalde había declarado que se habían quedado sin presupuesto. “Omar Jalil falla a los taxqueños”, decía el titular del 3 de abril de 2016.

El domingo 24 de ese mes, El Foro de Taxco subió a Internet la nota principal del día siguiente. Pero el periódico nunca llegó a la calle. Pacheco exhibía cómo el alcalde, simulando una campaña de promoción turística de Taxco pagada con dinero público, se anunciaba en autobuses en Acapulco, el mayor centro urbano del estado, clave para ganar la gubernatura. Ese fue su último artículo.

Vida, estamos en paz

¿Sabía o sospechaba Pacheco que estaba marcado para ejecución?

Horas después de su muerte, alguien del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, un programa federal para apoyar a individuos en alto riesgo, llamó a su casa, pidiendo hablar con él. Contestó su hijo Ali, entonces de 25 años: “Pues ya vienen tarde, porque ya lo mataron”.

Le pregunté a Jorge Ruiz, entonces director del Mecanismo, si Pacheco había solicitado ayuda o se había acercado de alguna forma. Ruiz no trabajaba en ese momento ahí y dijo que “no hay registros” para verificar si se había establecido algún tipo de contacto.

Los colegas y familiares de Pacheco no recuerdan que haya dicho nada específico sobre algún tipo de peligro. Sin embargo, hubo algunas señales. Días antes del crimen, Pacheco despidió a quien fue su empleado por 30 años, Rafa Ortiz, mencionando problemas financieros de los que nadie tenia conocimiento. Durante semanas, se había dado a la bebida de manera inusual. “Tal vez sentía que algo iba a pasar”, comenta su hija Paloma al recordar que “varias veces, escuché a mi papá decir ‘si me van a matar, pues que me maten, pero yo no me voy a callar, diciendo la verdad’”.

Cuatro noches antes del crimen, le pidió a su esposa que hicieran juntos unos pasos de tango, en casa. “Bailamos. Yo le pregunté en ese momento si estaba pasando algo, porque yo sentía que no era el Francisco que yo conocía”, cuenta Verónica. “Me dijo: ‘Nada, pero sí te digo algo. No le debo nada a la vida. Vida nada te debo, vida estamos en paz’”.

Relámpagos

La familia Pacheco tuvo un fin de semana feliz. Por sus estudios universitarios, Priscilla y Ali vivían en una ciudad diferente. Pero, por casualidad, coincidieron en visitar a sus padres durante esos días. Ali se marchó el domingo, mientras Priscilla, entonces de 24 años, prefirió pasar otra noche allí. Por la mañana del lunes, 25 de abril de 2016, Pacheco la llevó a la estación de autobuses en su vocho blanco. Regresó a casa minutos antes de las 6 a.m. En el callejón estrecho y vacío todavía predominaban las sombras. Pacheco se estacionó y caminó al portón de su casa.

Periodistas asesinados. (Especial)

Desde la ventana del cuarto de Paloma no se ve la calle, sólo el patio interior. La alumna de preparatoria que acababa de cumplir 18 años se estaba preparando cuando escuchó los truenos. Y vio dos relámpagos. Una amiga la llamó: 

“Le pasó algo a tu papá, deberían salir”. Verónica, que todavía estaba en cama, también oyó los disparos. Cuando la muchacha gritó, supo que algo muy malo estaba pasando y corrió afuera: “Al momento de abrir el portón, está tirado. Cruzado así, en la calle. Le hablo, y en ese momento le empieza a salir la sangre”. Le habían disparado dos tiros a quemarropa.

'Por favor, no te vayas a parar'

Dos horas después, el espectáculo empezó. Todavía bajo el impacto, Verónica se dio cuenta de que los policías estaban pisando los casquillos de las balas y tuvo que pedirles que no lo hicieran. Los investigadores de la fiscalía estatal le dieron a Paloma los objetos que portaba Pacheco, incluyendo su celular: 

“Lavé la sangre. También usé aserrín para quitar del piso la sangre de mi papá. No sabía nada sobre preservar la evidencia y nadie se hizo cargo de eso”. A la familia se le permitió cremar de inmediato el cuerpo de Pacheco, a pesar de que está prohibido por los protocolos de investigación.

La policía local pasó tres días tomando las declaraciones de las dos mujeres y después también las de Priscilla y Ali, que regresaron a Taxco de inmediato. Días más tarde, llegaron funcionarios de la Feadle (siglas de Fiscalía Especializada en Atención a Delitos contra la Libertad de Expresión). Explicaron que iban a tomar el caso y les pidieron repetir sus declaraciones.

El entonces fiscal jefe de la Feadle, Ricardo Nájera, y Julio Hernández, titular de la Comision Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), un órgano presidencial, les prometieron justicia expedita, protección y ayuda económica, se tomaron fotos con la familia que aparecieron en un periódico local y se fueron para no volver.

Dos agentes de policía recibieron la orden de cuidar la seguridad de la familia que, a pesar de ello, siguió aterrorizada por distintos actos de intimidación. Como la vez en que vieron a un hombre en su puerta y lo escucharon amartillar una pistola, por lo que corrieron a esconderse en el baño, en la oscuridad. El 7 de mayo de 2016, menos de dos semanas después del asesinato de Pacheco dos hombres fueron a casa de Priscilla para decirle que ella era la próxima en morir y que, si no quería que lastimaran a su madre y hermanos, tenían tres días para marcharse de Taxco.

Horas después del Día de las Madres, en la madrugada del 11 de mayo, “como si los delincuentes fuéramos nosotros”, recuerda Priscilla, la familia tomó el vocho de Pacheco y partió. Los policías que debían protegerla le dijeron que sólo tenían gasolina para escoltarlos 20 kilómetros; después iría por su cuenta. “Salimos de Guerrero, sin mirar atrás”, rememora Priscilla. “En el camino, le hablaba al coche: ‘Por favor, no te vayas a parar’. Era un vocho antiguo, tenía problemas. Y yo decía: ‘Por favor, no te vayas a parar’”.

Corrupción

Era 24 de septiembre de 2021, poco antes de las 09:00 horas. Con mis compañeros de Ojos de Perro vs la Impunidad, estábamos haciendo un documental sobre el caso Pacheco y nos encontramos con Priscilla y Verónica afuera de un gran edificio negro, en la concurrida y céntrica glorieta del Metro Insurgentes, en la Ciudad de México. Es la sede de la Fiscalía General de la República. Las mujeres esperaban un encuentro importante: la Feadle había designado a un nuevo agente a cargo del caso; ya era el cuarto. Pero esa vez, en lugar de su cita mensual, les había pedido que le dieran tres meses para asegurarse de mostrarles nuevos avances, como entrevistas con los testigos.

Por años, la familia ha vivido un calvario. En diciembre de 2017, una entidad gubernamental autónoma, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), realizó un análisis de caso para establecer por qué tanto la fiscalía de Guerrero como Feadle no siguieron los protocolos oficiales para asesinatos de periodistas ni realizaron una investigación adecuada, de manera que los responsables del crimen no han sido detenidos; así como por qué tanto el Mecanismo de Protección como la Comisión de Víctimas abandonaron a los Pacheco, dejando a la familia en graves dificultades económicas y exponiéndola a nuevas amenazas y actos de intimidación, en una ciudad distinta a la suya.

En un informe público de 39 páginas, la CNDH detalló sus incumplimientos y sugirió medidas correctivas, que prometieron cumplir las cuatro instituciones involucradas. Pero poco cambió.

En muchos casos similares, viviendo en el miedo y con falta de libertad e ingresos, las familias tienden a rendirse. Pero los Pacheco son distintos. Más aún, Priscilla, que se graduó en 2015 como abogada especializada en propiedad intelectual y les ha dado seguimiento a todos los procedimientos legales con ojo experto, una y otra vez ha señalado las numerosas deficiencias.

“Siempre que venimos (a la Feadle), para nosotras, mentalmente y físicamente es un retroceso”, dijo la joven. “Traemos una lista de cosas que no se han hecho, cosas que hacen falta, planes de trabajo que se hicieron y nunca se cumplieron”.

¿Esperaban Verónica y su hija que este nuevo investigador de la Feadle finalmente empezara a hacer las cosas bien? Al entrar al edificio, Verónica respondió: “Nos mentalizamos para que nos digan que (el testigo) no estuvo, que (a las personas que deben declarar) no las encontraron”.

Ataques contra periodistas. (Especial)

Las esperamos afuera. Habíamos hecho una solicitud formal para estar en la reunión y grabarla para el documental, pero ni siquiera nos dieron acceso al edificio. También, durante meses pedimos una entrevista con Ricardo Sánchez, quien reemplazó a Ricardo Nájera como jefe de la Feadle en 2017, para tener su versión de las cosas. Nunca la negaron pero jamás nos la dieron. Y cómo, si ni siquiera aceptó las repetidas peticiones que le hizo la familia Pacheco para hablar con él.

Una hora después, tras los grandes ventanales pudimos ver a las mujeres cuando bajaban por las escaleras eléctricas. Se veían muy alteradas. Al salir, les preguntamos qué pasó. A duras penas contenían las lágrimas.

“Esto (…)son discursos baratos. No hay un avance en tres meses, no pudieron hacer nada”, dijo Priscilla. “Quieren que confíe, que tenga fe, que tenga paciencia… ¡Ya tuve paciencia durante cinco años! Me dicen: ‘Es un caso complicado, hay crímenes perfectos’. No, lo que hay aquí es corrupción”.

Impunidad deliberada

Las actividades de nuestro equipo y nuestras solicitudes de entrevistas alertaron a las autoridades. De súbito, las cosas parecieron empezar a moverse. Hubo algunas reuniones para escuchar las quejas de las víctimas: representantes de Feadle, del Mecanismo y de la comisión de víctimas prometieron hacer lo que debieron hacer mucho tiempo antes. Esta vez, en cambio, la CNDH pareció indolente, desinteresada en asegurarse de que sus propias recomendaciones sean cumplidas adecuadamente (tampoco accedieron a dejarnos hablar con el visitador a cargo). Tal vez esto se deba a que fueron hechas por la administración anterior de ese órgano.

Se movieron un poco… pero pronto, las cosas volvieron a lo de siempre, a la sosa normalidad de la negligencia cómplice.

¿Por qué quedan impunes casi todos los asesinatos de periodistas en México? Resulta demasiado fácil que los criminales se salgan con la suya al matar a un reportero por su trabajo difundido o asesinarlo para prevenir que sus investigaciones lleguen al público.

John Gibler, un periodista estadunidense radicado aquí, dice que en México, investigar un asesinato es más peligroso que cometerlo.

“Cuando uno mira los poderes que está tocando el periodismo, mucho de ello tiene que ver con servidores públicos o con el crimen organizado o con otros poderes fácticos que son los que siguen mandando en las fiscalías o en el poder judicial”, dice Ana Lorena Delgadillo, una reconocida abogada que dirige la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho. “Cuando realmente se ponen a prueba las fiscalías es cuando tienen que investigar al propio Estado, cuando tienen que investigar a agentes del Estado, ahí es cuando se topan con pared”.

La experta añade que las fiscalías “están construidas como una gran maquinaria de impunidad”. Los fiscales abordan los casos criminales como si existieran aislados unos de otros, en lugar de verlos bajo una mirada de contexto. “Esto es a propósito”, explica, tiene “la intención de ahogar a los agentes del Ministerio Público con una cantidad tremenda de casos, sin apoyo para que puedan investigar”.

Al sacar los casos de contexto, en las palabras de Delgadillo, las fiscalías están “protegiendo a esos poderes reales y fácticos; vistos en contexto, los casos te pueden llevar a quiénes son los autores intelectuales de esto, a estos poderes que están influyendo en la justicia. Hay una intención de impunidad”.

Si quieren conseguir una solución, las víctimas de un crimen tienen que luchar con las fiscalías para forzarlas a hacer su trabajo, concluye Delgadillo. “En este país, si las víctimas no se involucran en sus casos, difícilmente tienen algún resultado”.

Paloma libertad

De manera que mentiras, pereza, cambios de fiscales, una serie interminable de reuniones inútiles, culpar a las víctimas de su propia difícil situación: todo esto sirve para desgastar a las familias y hacer que se rindan. En un largometraje documental que hicimos antes, “No se mata la verdad” (2018), y en mi libro “Killing The Story” (2020), encontramos exactamente el mismo patrón en otros casos de periodistas asesinados: Moisés Sánchez (Veracruz), Rubén Espinosa (Ciudad de México), Javier Valdez (Sinaloa) y Miroslava Breach (Chihuahua).

Pero Verónica y sus hijos no se rinden. Han pasado casi siete años y siguen haciendo manifestaciones, escribiendo artículos, publicando El Foro de Taxco en línea y, tanto de manera privada como pública, confrontando a funcionarios de alto nivel en su lucha por la justicia. 

“Seguiremos adelante, a pesar de las amenazas de muerte”, dice Verónica.

Priscilla podría haberse enfocado en su carrera como abogada de propiedad intelectual, pero el 20 de septiembre de 2021 se graduó, en una ceremonia celebrada en línea a causa de la pandemia, como Especialista en Derechos de los Periodistas, un título concedido por la Academia Interamericana de Derechos Humanos. 

“¿Jura usted emplear los conocimientos y habilidades adquiridas en la protección de la libertad de expresión?”, se escucha que le preguntan en el video. Responde Priscilla: “Sí, lo juro”.

Afirma que llevarán el caso de su padre más allá de las fronteras de México, si es necesario. Ya dio el primer paso al presentarlo, el 26 de abril de 2022, al cumplirse seis años del crimen, en una audiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos, una reconocida organización de justicia popular establecida en 1979, que abordaba asesinatos de periodistas en México, Sri Lanka y Siria. Esto sirvió para llamar la atención de repesentantes de organismos internacionales que creen que el asesinato de Francisco Pacheco debe ser considerado a niveles supranacionales.

¿Hasta dónde llegarán en su esfuerzo por superar a autoridades que en lugar de ser un apoyo ponen obstáculos, por obtener justicia y libertad, por superar la negligencia cómplice de la autoridad? La determinación brilla en los ojos de Verónica y sus hijos.

Le pedí a la más joven que reflexionara sobre el nombre que le dieron sus padres. Paloma Libertad. ¿Honrará su significado? “Tuve un sueño unos días después de que (Francisco) falleció. Él me dijo: ‘¿Sabes qué pensé el día que me dieron el balazo? Cuando iba cayendo, pensé en ti’. Soy muy firme. Es lo que creo que aprendí mejor de él, la firmeza en lo que decido y en lo que hago. Y a donde vaya, yo sé que lo voy a honrar”.

ledz

  • Témoris Grecko
  • Periodista, documentalista y analista político que ha cubierto conflictos sociales y armados en 95 países y territorios, publicado siete libros y escrito cinco documentales.

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