En Tetela de Ocampo, donde alguna vez florecieron minas de oro y frondosos bosques; donde todavía se disfruta la vida apacible del campo, el tiempo camina despacio, lento, reside doña Reina Hernández Huerta, quien le cambió la forma de pensar a las mujeres de la localidad de Ometépetl, sitio donde se asienta el mayor número de hablantes del náhuatl. Actualmente es la dueña de la cocina económica en la que se disfruta el mejor tixmole de la región, elaborado por sus manos morenas que no saben ocultar que han trabajado siempre para ganarse el pan y sacar adelante a su familia.
Su sonrisa es amplia y trasmite una alegría contagiosa que llevan al observador y a sus comensales dejarse cautivar por su personalidad sencilla, pero directa, firme, como lo fueron sus convicciones para demostrarle a la vida, a su esposo y a las mujeres donde acudía a comer y le trataron mal, que podía salir adelante.
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Esa misma fortaleza le hizo terminar la primaria a los 62 años de edad y enseñarle a leer y escribir a Francisca Fuentes Hernández, una trabajadora de su fonda de 29 años de edad, quien nunca había pisado una escuela. Comparte el mismo tesón para enseñarles a las mujeres de su localidad y a las que acudían a vender cerca de su negocio que podían alcanzar una vida digna y lucir con pulcritud.
“Andaban descalzas, todas dadas al traste. No, no, no. A ver, báñense, cámbiense, arréglense bonito. Ofrezcan lo que venden, pero con limpieza”, afirma. Asimismo, explica que la mayoría venían los domingos desde la localidad de Ometepetl a vender en sus puestos colocados en la vía pública: “Todas en el suelo. Se me parte el corazón de verlas ahí”, destaca, mientras con pudor recuerda que a algunas hasta les enseñó a usar ropa interior y se dio a la tarea de aconsejarles emprender un negocio, salir avante si carecían del apoyo de sus maridos.
“Enseñé a muchas mujeres. No sabían hablar como ahora y yo les enseñé. Ya después las animaba, ‘si su marido se va, muelan nixtamal y vendan tamales, vendan duraznos en cajitas, para que se ayuden, para que haya dinero’. Hoy todas son comerciantes y vienen a vender aquí”.
También les invita a leer la Biblia cada día y encomendarse a Dios, a quien le pide estar siempre bien, ya que aclara que nunca le ha solicitado riquezas. No obstante, predicó con el ejemplo, se dedicó a vender ropa, fruta, maíz y en 1980, junto con su esposo, tuvo la oportunidad de abrir su fonda bajo el puente, en una de las calles principales de Tetela de Ocampo, de donde es originaria. Informa que entonces venían de Morelos, mal comidos, “subiendo y bajando cerros”, pues en su infancia le llevaron a otras localidades a trabajar hasta que se casó de 16 años y junto con su esposo regresó a su querencia en 1975.
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Surge su negocio
Doña Reina Hernández recuerda que con las personas con las que iban a comer los trataban mal: “Nos aventaban el plato. Hasta que un día me dije, ‘esa vieja se está haciendo rica a nuestras costillas y todavía nos dice nacos, indios, tragones, mugrosos’. ‘La Licha’ nos trataba muy feo”.
Remarca que ese maltrato la hizo esforzarse para crear su propio negocio, primero fue una maicera, la cual representaba un trabajo más que arduo, por lo que decidió incursionar en otra actividad, pues careció del apoyo de su marido: “Él se la pasaba nada más en la cantina bebiendo”.
Evoca que ese vicio de su cónyuge, aunado al machismo, le provocó una lesión en una pierna de la cual no se pudo recuperar y le afecta para caminar. Por ello su paso es muy lento. Sin embargo, su empeño y ganas de salir adelante la llevaron a decidir poner su negocio en las mismas habitaciones de su hogar. Así surgió su fonda: “Doña Reina”.
“Mandé a hacer tres docenas de sillas y las mesas”, narra mientras con cariño señala la primera mesa que formó parte del mobiliario de su centro de alimentos: “Voy a ponerle la muestra a la gente de cómo se sirve (…) y voy a hacer el tixmole como sé hacerlo”.
Acepta que nunca esperó la respuesta que tuvo de los comensales, quienes hacían fila para ingresar al local. “Estaba aquí lleno, no había lugar, estaba atascado”. Sin empacho, revela que su secreto fue ser prodiga para despachar cada platillo. “Daba dos piezas, bastante caldo y tortillas a llenar. Comían y hasta estaban sudando. Daban ganas de decirles ‘apúrense, váyanse que la gente está formada’, pero estaban bebiendo su pulque, platicando”.
Indica que derivado de su éxito empezó a trabajar con los presidentes municipales, “desde don Eli hasta don Óscar. Hasta el año once (2011) dejé de trabajar con ellos. Todos los presidentes de aquí me mandaban gente para comer y les mandaba (comida). Tengo una foto donde estoy dando de comer en la presidencia, ahí llevaba las ollotas y todo, platos y tortillas”.
Asegura que jamás ha tratado mal a alguno de sus clientes, por el contrario, los hace reír. “Coman y váyanse felices para que digan comí con Doña Reina”. Se dice sorprendida de haber obtenido tanta fama, lo que le hace sentirse satisfecha.
Reconoce que el camino no fue fácil, ya que derivado del vicio de su esposo por la bebida perdieron la casa que estaba a su nombre, pues fue el único modo que tuvieron para saldar las deudas que generó.
“Hablé con los del banco y aceptaron que me quedara hasta que tuviera dónde vivir, pero pagando una renta. Era 70 pesos de renta siendo mía y hasta la fecha pago renta”.
Asimismo, narra que con base en su dedicación y trabajo se construyó su casa propia y les dotó a sus hijos de sus respectivos hogares. “Hice maravillas porque así trabajé. A las tres de la mañana ya ando aquí guisando, lavando”.
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Sazón muy especial
Dice que al ver que la gente se va satisfecha y saciada su hambre, siente una inmensa alegría: “Siento gusto si la gente se va contenta”. Revela que para tener buena sazón se necesita dedicación. En su caso indica que el pollo lo ponía a cocer y cuando ya estaba cocido lo sacaba del caldo y éste lo ocupaba para hacer el tixmole.
Menciona que antes compraba una carretilla de pollo, que eran 45 pollos, y no le alcanzaba. “Eran dos cerros de pollos, poníamos dos ollas grandotas”. Además, afirma que el tixmole lleva como ingredientes chile chilpotle, chile huajillo, pimienta, canela, clavo, epazote y una cabeza de ajo.
Añade que también le pone amor y cariño: “¿Qué cuántas cucharadas de cariño debe llevar? Lo que es un salmo. Yo le rezo un salmo a mi olla. El Salmo 23, ‘Señor bendice a mi caldo que salga bueno, que se termine, que a la gente le guste, bendícelo padre mío porque tú eres el que reinas en esta casa”.
Expresa que el tixmole lo conoció en Amatepec, Guerrero, donde se casó:
“De chica, de 16 años. La tía de mi marido vendía comida y a ella le gustaba muchos los caldos. Me ponía a picar hojotas de cilantro, ‘pícate un kilo de cebolla, pícate un kilo de limón, y pon las mesas, atiende a la gente’, me decía. La gente venía y pedía un tixmole de pollo, un tixmole de res. Aunque le pedía que me enseñara solo me decía, ‘fíjate’, y me fijé y lo empecé a hacer”.
La vida de doña Reina estuvo marcada por un gran espíritu de entrega, sacrificios y mucho, mucho trabajo, por ello, en su honor la incluyeron en un mural donde le presumen y ponen como ejemplo para el resto de las mujeres de la localidad.
mpl