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  • La otra migración: mexicanos buscan refugio en Argentina, Bolivia y Costa Rica

  • Hay más connacionales en América Latina (186 mil) que en Europa (177 mil) y se van por trabajo, amor o estudios. Viajan a misiones específicas y se quedan allá, dice experta.
La otra migración: mexicanos buscan refugio en Argentina, Bolivia y Costa Rica
Gardenia Mendoza Aguilar
Ciudad de México /

Cruzaron el río para salir de México y no fue el Bravo, sino el Suchiate. Muchos de ellos no se fueron a pie, sino en avión o en automóvil. No fueron millones como aquellos que partieron hacia el Norte, pero la emigración al sur de América representa la segunda población más grande de mexicanos en el exterior.

Son los que apostaron por una nueva oportunidad de vida, trabajo, amor, estudios, empresas y hasta asuntos ocultos en algún país hispanohablante de nuestro continente.

Migrantes cruzan el Río Suchiate, este miércoles en el municipio de Ciudad Hidalgo en Chiapas (México) | EFE /Juan Manuel Blanco Te recomendamos
Migrantes cruzan el Río Suchiate, este miércoles en el municipio de Ciudad Hidalgo en Chiapas (México) | EFE /Juan Manuel Blanco
Así aprovecharon migrantes la sequía para cruzar el río Suchiate y llegar a México | FOTOS

Los motivos son tantos como las personas migrantes mexicanas. Un director de cine víctima de la inseguridad que buscó paz en los verdes paisajes de Costa Rica; una trabajadora doméstica que fue a Bolivia contratada por un diplomático y allá encontró el amor; un entrenador de perros que halló un nicho profesional en Buenos Aires.

Hombres y mujeres cuyas circunstancias se alinearon para irse en búsqueda de la supervivencia y la realización.

Más de 186 mil mexicanos radican en algún país de Latinoamérica, según las estadísticas públicas más actualizadas de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). 

Representan el 47 por ciento de emigrantes que fueron a vivir a otros países en lugar de ir a Estados Unidos; nueve mil personas más que las que salieron rumbo a Europa, donde hay 177 mil; muchos más que los mexicanos en Asia, donde apenas suman 20 mil, o que en Oceanía, donde radican nueve mil 500, y muchos más que en África, con apenas un millar de paisanos viviendo allá.

​Si nos enfocamos en América Latina, la mayoría de los mexicanos emigra a Argentina (14 mil), Bolivia (diez mil) y Costa Rica (ocho mil).

Sin titulares extravagantes, estos migrantes resisten en otras tierras con el respaldo de su gentilicio –mexicano, mexicana– que a ratos pesa por la mala fama ajena a su realidad, como el narcotráfico, y que en otros sabe a gloria con la responsabilidad de llevar la cultura del país en alto, con su arte, gastronomía y su empuje.


Claroscuros en el puerto y la pampa

La vida de Manuel Padilla dio un giro inesperado. A inicios de los años 2000 dirigía campañas publicitarias en la Ciudad de México. Estudió diseño, trabajó en agencias internacionales, pero no estaba a gusto y convertirse en un entrenador canino lo llevó a Argentina.

En 2005 una bonaerense le pidió ayuda para enviar algunos perros a México y él la apoyó; en agradecimiento, ella lo invitó a su ciudad.

Él no conocía a nadie ahí. “Me aventuré”, dice en entrevista con MILENIO

“Vine, y a los 15 días ya me estaban proponiendo quedarme. Volví a México, renuncié, arreglé papeles y me vine para siempre. Tenía 29 años”.

Hoy tiene 49 y los primeros años fueron duros. No tenía familia ni red de apoyo. Argentina no ha sido históricamente un destino masivo para las personas de México, un hecho que ha ido cambiado en los últimos tiempos. Hay más de 14 mil personas en ese país, es el séptimo donde radica un mayor número de mexicanos en el exterior, y el primer lugar entre los latinoamericanos.

Los lazos entre ambos países han cobrado nueva fuerza por relaciones académicas, afectivas y culturales, destacó Lara de Alvear, politóloga y periodista, quien creció desde el exilio en suelo mexicano debido a la dictadura militar y que hoy vive entre dos tierras.

Desde los años setenta, cuando cientos de argentinos huyeron a México, se establecieron vínculos familiares que se reflejan actualmente en una dinámica migratoria inversa: cada vez más mexicanos –muchos de ellos jóvenes– eligen Argentina para estudiar, emprender o rehacer sus vidas.

En los deportes, por ejemplo, al menos cuatro futbolistas mexicanos de ascendencia argentina se han incorporado recientemente a equipos del país: el potosino Luca Martínez; los regios Santiago Erviti y Francisco Pumpido, así como el oaxaqueño Thiago Gigena.

La cultura mexicana es cada vez más visible. El año pasado, en el Día de Muertos, más de 14 mil personas salieron a las calles de Buenos Aires. Fue impresionante”, refiere De Alvear.

El ánimo bicultural, sin embargo, tiene de vez en cuando alguna piedra en el zapato: episodios de narcotráfico vinculados a los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación con gran impacto mediático que generan estigmatización.

“Cuando uno dice que es mexicano, a veces lo relacionan de inmediato con el narco, y eso es injusto”, comenta Manuel Padilla, quien ha sido blanco de comentarios agudos sin más trascendencia que la incomodidad del momento.

Pero son otros choques culturales los que han ocupado más su día a día. En México, por ejemplo, se acostumbra llegar a la casa de un familiar sin avisar. En Argentina, eso es mal visto. En México las palabras palabras 'concha' y 'traste' significan pan y recipiente; allá, 'vagina' y 'nalga'. En la Ciudad de México se puede abrazar a los amigos cercanos, en Buenos Aires es más bien de lejitos.

Los lazos entre México y Argentina han cobrado nueva fuerza.

Sin embargo, aprendió el ritmo y las reglas y puso el foco en lo importante: hacerse de un nombre como adiestrador canino. Así logró que una unidad táctica de la Policía Federal de Argentina lo buscó para entrenar a un pastor belga malinois.

“Me llevaron por 15 días y terminé quedándome tres años y medio”, recuerda.

Hoy Manuel tiene residencia permanente. Sus clientes son particulares, aunque a veces lo buscan desde instituciones. Su vida estaría perfecta de no ser por la sempiterna crisis económica argentina –inflación, recortes, cambios de gobierno– y porque está en un proceso de divorcio y pronto deberá dejar la casa donde vive.

“Volver con mi familia [en México] sería fabuloso. Pero también siento que perdería todo lo que construí acá. A veces, migrar no es irse, sino aprender a quedarse”, reflexiona.

Atrapada en el altiplano boliviano

La poblana Clemencia Posadas jamás imaginó vivir en este país andino. En 1997 salió como empleada doméstica de un cónsul brasileño con quien había trabajado en la Ciudad de México. 

Iba por tres meses y, si no se acostumbraba, regresaría. Pero conoció a un hombre del altiplano de Bolivia que se convertiría en su esposo, un conductor de radiotaxi. “El destino me fue llevando”, resume.

El cónsul se fue a Inglaterra y ella se quedó en La Paz, la capital. Tuvo dos hijos y pronto su historia de migración se volvió una historia de comida y supervivencia, como la de alrededor de ocho mil colonos menonitas de origen mexicano que emigraron en la década de los sesenta a la región aledaña a Brasil, atraídos por las facilidades que el gobierno boliviano ofreció para la ocupación y el cultivo de tierras despobladas que hoy están en disputa.

Oficialmente México reconoce que en el país sudamericano hay poco más de diez mil connacionales, una cifra que ubica a Bolivia en el lugar nueve del top de países con más extranjeros mexicanos

Más allá de la migración menonita, Valeria Silva Guzmán, ex diputada boliviana, asilada en México tras el golpe de Estado de 2019 e investigadora en temas internacionales, dice que la mexicana:

no es una migración que vaya a buscar trabajo, sino que va con misiones específicas: académicas, culturales, empresariales”.

La historia de Clemencia es menos compleja. Ajena a las otras movilizaciones de mexicanos, tampoco se enteró del acercamiento de los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Evo Morales para romper el hielo entre los dos países, que se percibían distantes a pesar de los lazos diplomáticos desde 1867 y a un tratado de libre comercio de 1995.

Con López Obrador se eliminó el requisito de la visa mexicana para los bolivianos y el resultado fue un flujo creciente. Profesionales del país andino comenzaron a especializarse en universidades mexicanas y académicos de aquí se interesaron por Bolivia.

En esa dinámica hicieron familias; algunas apostaron por Bolivia: tenía una moneda estable, servicios públicos accesibles en salud y educación, un fenotipo similar y calidad de vida.

“Para un mexicano con recursos moderados, establecerse en Bolivia ofrecía calidad de vida con bajo costo”, observa la investigadora Silva.

Actualmente el país está en crisis económica pero los lazos continúan y no sólo por la sangre sino por la cultura, la música, el cine y la gastronomía

“La comida mexicana, más que una moda, se ha convertido en un elemento de integración. No es raro encontrar mexicanos que han llegado específicamente a montar restaurantes, taquerías o a trabajar en la industria alimentaria”, informa la ex política Valeria Silva.

Ese no fue el caso de Clemencia Posadas. Ella más bien se aferró a lo más representativo de su país después de que el cónsul se fuera a Inglaterra, y lo hizo por puro instinto de supervivencia: tenía dos hijos en México que dejó con los abuelos y dos más en Bolivia. “Me puse a hacer tortillas”, dice sobre su estrategia para ganarse la vida.

Bolivia es el noveno país con más mexicanos.

Su esposo boliviano no entendía cómo se hacían los famosos discos de masa, pero juntos encontraron maíz, cal, y aprendió. Empezaron a hacerlas a mano, luego compraron maquinaria y el negocio creció de la mano de la pareja hasta la muerte de él durante la pandemia, víctima de covid-19.

Ella casi muere también. Pasó 32 días en terapia intensiva. “Los médicos me salvaron de milagro”, dice. Sus pulmones se secaron, tuvo que ser intubada pero se salvó. 

“Dios me dio otra oportunidad”.

Volvió con todos los bríos y ya no se quedó sólo con la venta de tortillas, de las que hoy produce entre 100 y hasta 250 kilos al día, sino que abrió a la par una taquería. 

“Lo que a mi me gusta es poner a México en alto”, concluye.

Fuga hacia tierra tica

Daniel Castro no emigró por vocación sino por necesidad. “Me sentía muy mal”, recuerda el director de cine en entrevista con este diario. Era 2015, vivía en México con su pareja costarricense, y el país se le volvía irrespirable. 

Fue una decisión casi para salvarme”.

Los detalles fueron graves: un robo en la casa donde vivían, un intento de secuestro, sobresaltos. Costa Rica apareció, entonces, como un refugio y proyecto afectivo para el que los abuelos prestaron su casa y él sintió que su decisión era poco usual al ir hacia el sur.

Una década después, las cifras oficiales de la cancillería mexicana revelan que Costa Rica es el tercer país latinoamericano con más mexicanos (alrededor de ocho mil) que se mueven por razones familiares, laborales, académicas o de seguridad.

​Desde finales de 2023, Guadalupe Correa, profesora de política y gobierno en la Universidad George Mason, en Virginia, comenzó a documentar un nuevo patrón migratorio: mexicanos de Chiapas, Guerrero y Oaxaca que miran hacia el sur de la frontera, cansados de balaceras y muerte.

“Nos empezaron a decir que fueron a Guatemala o al sur –explica Correa– porque ya no hay la posibilidad de ir a Estados Unidos”.

Según los testimonios compilados por la académica:

“Estos mexicanos que se fueron a Guatemala no han podido mejorar ahí porque la situación está peor, y por eso están buscando otros lugares donde hay más estabilidad, que es Costa Rica”.

Pero el futuro es incierto con los ticos, acota Daniel. 

“Costa Rica tiene esta fachada de país lleno de oportunidades, pero no es tan sencillo. Hay mucha migración, sí, pero también miseria. Mucha explotación, sobre todo en las piñeras, donde hay gente indocumentada, sobre todo nicaragüenses”.

En su experiencia como cineasta también encontró reducidos espacios para la creatividad, por lo que daba clases y tomaba pequeños proyectos que no alcanzaban para cubrir sus necesidades.

“Es caro, mucho más caro que México. Todo lo que ganaba allá se iba muy rápido. Incluso con la beca nacional de creadores”.

Para él, el atractivo de Costa Rica está en otro lado: una versión latinoamericana de lo que México también tiene, pero que por momentos deja de ser

"Los volcanes, las playas, la calidez… todo eso existe también, hay turismo voraz y cierta violencia, aunque no al nivel de México".

Igual que en otros países latinoamericanos, el yugo del narcotráfico mexicano con un modelo de exportación –que incorpora a mafias locales– salta en Costa Rica con notas rojas en la prensa y compite con otras informaciones que hablan de sinergias positivas.

En octubre pasado, por ejemplo, la aerolínea Viva anunció que tendrá dos vuelos por semana directos desde Monterrey a San José, debido al interés entre ambas naciones en muchas áreas, incluido el deporte. Por primera vez Costa Rica pondrá en manos de un entrenador mexicano de futbol, Miguel El Piojo Herrera, el destino de su selección nacional.

Daniel expresa que en Costa Rica hay mucha migración, pero también miseria.

Este año se informó oficialmente que, si bien México ha visto una disminución en sus exportaciones a Costa Rica, el comercio total entre ambos países ha crecido, gracias a que el país centroamericano experimenta un aumento significativo en sectores especializados en software agrícola y soluciones tecnológicas.

Mientras Daniel vivió en Costa Rica –entre 2015 y 2023–, fue y vino entre los dos países decenas de veces, hasta que aceptó que su vocación, su trabajo e impulso creativo estaban en México. Y regresó.

En ese tránsito también nació su hijo, como los de muchos mexicanos que se van en la aventura de vivir en otros países. Eso hace que su corazón esté en más de un lugar en el mundo.

MD

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