Con los restaurantes y bares de Nueva York cerrados debido al contagioso coronavirus, su población, que adora comer afuera, depende ahora de un ejército de repartidores en bicicleta.
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La enorme mayoría de los 40 mil repartidores de Nueva York son inmigrantes sin seguro médico ni papeles que se han tornado esenciales para la vida de la ciudad.
Tras el cierre de restaurantes y bares decretado el martes hasta el primero de abril, los neoyorquinos solo pueden pedir comida a domicilio o pasarla a buscar; un consuelo para la población encerrada en casa, que ha visto su vida trastocada por el cierre de escuelas, oficinas, comercios y la suspensión de todos los eventos culturales.
Nueva York incluso permite ahora a los bares repartir cócteles, y suspendió las multas para los repartidores que utilicen bicicletas eléctricas.
“Mientras otros están encerrados, nosotros enfrentamos el riesgo de contraer Covid-19. Esto realmente me preocupa. Tengo una esposa y cuatro hijos en casa, todos están tomando medidas para quedarse dentro, ¿pero de qué sirve si yo los pongo en riesgo por estar en las calles?”, se pregunta Alberto González, un hispano de Brooklyn sin seguro médico.
“Cada vez que entrego comida me pongo gel desinfectante en las manos y me cambio los guantes", cuenta el mexicano Luis Ventura, de 30 años, al bajar de su bicicleta eléctrica en el corazón de Manhattan.
Ventura perdió hace unos días su trabajo como cocinero en un restaurante griego debido al desplome del negocio por el coronavirus. Pero continúa trabajando para Postmates, una compañía de reparto de comida donde gana nueve dólares la hora sin contar las propinas, bastante menos del sueldo mínimo de 15 dólares. "Sinceramente este mes no me alcanzará el dinero", lamenta.
Alejandro López, médico venezolano de 30 años que trabaja como repartidor en Brooklyn hace un año y medio, cuenta que algunos clientes le piden que no suba a su departamento por miedo a un contagio.
“Yo me quedaría en mi casa. Pero los inmigrantes tenemos que seguir comiendo, pagando cuentas, llevando el dinero a nuestras casas”, dice.
Muchos neoyorquinos llaman en las redes sociales a aumentar las propinas para los repartidores en señal de solidaridad. Pero una docena de entrevistados asegura que éstas no han cambiado.
“REZO A DIOS”
El mexicano Martín Balderas es repartidor del restaurante Atomic Wings, que vende alitas de pollo fritas en Manhattan.
“El trabajo ha bajado demasiado, 70 por ciento”, dice este hombre de 60 años sin papeles ni seguro médico que gana ocho dólares la hora más propinas. “Rezo a Dios que me evite un contagio”.
Balderas no puede darse el lujo de dejar de trabajar: mantiene a su esposa y ayuda a sus hijos y nietos en México. “La familia tiene que comer, y aquí la renta no perdona”, sostiene.
Algunos concejales pidieron al alcalde Bill de Blasio que considere a los repartidores como “trabajadores en el frente” de la lucha contra el virus, que arriesgan su vida para llevar comida a la población.
De Blasio ofreció préstamos sin interés de hasta 75 mil dólares para negocios con menos de 100 empleados que prueben que han perdido 25 por ciento de sus ingresos. Pero ni esto puede salvar a muchos restaurantes, donde trabajan en total unas 250 mil personas.
Para Ousmane Savadogo, un repartidor de 33 años de Costa de Marfil, todo depende del tiempo que dure la crisis. “Si esto dura dos semanas, está bien. ¡Pero si dura más, la cosa se complica!”.