La guerra en Ucrania paraliza investigación del cambio climático

The New York Times

La invasión de Putin puso fin al trabajo de científicos occidentales y rusos en una zona del planeta que se calienta cuatro veces más rápido que cualquier otra.

Mayra Meléndez-González, técnica de la Estación de Campo Toolik, en el norte de Alaska Jacob Judah vía The New York Times
Jacob Judah
The New York Times /

Los científicos occidentales que estudian el Ártico están cada vez más perdidos en la búsqueda de datos, como consecuencia del corte en las relaciones con Rusia.

La crucial ciencia climática se ha visto obstaculizada mientras Rusia, que constituye más de la mitad del Ártico, continúa su guerra en Ucrania. El flujo de datos entre científicos occidentales y rusos se ha reducido al mínimo debido a las sanciones y otras restricciones impuestas por Occidente, lo que ha interrumpido el trabajo en una serie de proyectos.

El estancamiento de la colaboración está retrasando los esfuerzos para vigilar la reducción del Ártico, el cual se está calentando cuatro veces más rápido que el promedio mundial, y está acelerando el aumento de la temperatura del planeta. Esto amenaza con dejar a gobiernos y legisladores sin una imagen clara de la velocidad a la que se está calentando la Tierra.

“Puede que sea imposible entender cómo está cambiando el Ártico, sin Rusia”, dijo Alessandro Longhi, científico italiano especializado en el permafrost, un suelo helado que retiene grandes cantidades de carbono que se libera a la atmósfera al descongelarse. Hablaba mientras caminaba por la nieve con un colega cerca de la Estación de Campo Toolik, un centro de investigación de la Universidad de Alaska Fairbanks en el norte del estado. Los científicos occidentales, excluidos de Rusia, recurren cada vez más a estaciones como esta para trabajar en el Ártico.

Mientras los investigadores se dirigían a recoger datos relacionados con la interacción de la flora con los suelos vulnerables del permafrost, sus huellas en la nieve se unían a otras de caribúes, zorros y armiños que iban en todas direcciones.

Longhi se detuvo y dio un paso atrás mientras su colega colocaba una cámara de plástico sobre una minúscula porción de la vasta tundra ártica para comprobar si los gases liberados por el permafrost variaban según las plantas, como la hierba algodonera, sepultadas bajo sus pies.

“Este es el peor escenario posible de lo que puede ocurrir en otros lugares”, dijo sobre el permafrost cambiante alrededor de Toolik.
Un zorro trota hacia la Estación de Campo Toolik, en el norte de Alaska. Jacob Judah vía The New York Times

Puertas cerradas

Sin ventanas hacia Rusia, los investigadores se están perdiendo de datos insustituibles sobre la disminución del hielo. Estudios recientes sugieren que sin información de las estaciones de investigación rusas la comprensión de los cambios árticos por parte de los científicos occidentales se está sesgando hacia Norteamérica y Europa.

“No tiene sentido excluir a la mitad del Ártico”, dijo Torben Rojle Christensen, profesor de la Universidad de Aarhus y director científico de la estación de investigación de Zackenberg, en Groenlandia.

Estos puntos ciegos emergentes importan mucho más allá del Ártico. Dos tercios de Rusia están cubiertos de permafrost. Esto puede provocar un mayor calentamiento. Los peligrosos bucles de retroalimentación del Ártico hacen que los datos de Rusia sean cruciales para los modelos climáticos. Sin ellos, será mucho más difícil hacer proyecciones precisas.

Los proyectos de los científicos que estudian la vida silvestre de la región también se han visto truncados. Paul Aspholm, investigador del Instituto Noruego de Investigación en Bioeconomía, había estado en contacto casi a diario con colegas rusos durante unos 30 años. Conoce muy bien la importancia de trabajar juntos. Tanto desde su oficina como desde su casa puede contemplar la gélida frontera ártica entre Noruega y Rusia. Solo ha recibido tres correos electrónicos de investigadores rusos desde que le dijeron que tenía que interrumpir todo contacto tras la invasión a Ucrania.

La Unión Europea dejó de financiar proyectos en los que participaba Rusia inmediatamente después de la invasión a Ucrania. Países europeos como Finlandia y Noruega han exhortado a sus universidades a congelar los vínculos con instituciones rusas y suspender los proyectos existentes. Rusia ha impuesto sus propios obstáculos a la cooperación con Occidente.

Estados Unidos, por su parte, también ha anunciado que reducirá la colaboración científica. La Fundación Nacional de Ciencias, que financia numerosos proyectos sobre el Ártico en todo el país, ha pedido a los investigadores que no incluyan a colaboradores rusos en sus propuestas.

“Nos lo dijeron explícitamente: no incluyan a Rusia”, dijo Vladímir Romanovsky, geofísico ruso de la Universidad de Alaska Fairbanks. En su lugar, pronto empezará a trabajar con Canadá.

Así no funciona

Aislar a Rusia ha creado un incómodo dilema moral para algunos científicos del clima“Es como pegarse un tiro en el pie”, dijo Syndonia Bret-Harte, directora científica de Toolik y profesora de la Universidad de Alaska Fairbanks, a quien se le suspendió el año pasado la parte rusa de su propio proyecto relacionado con el clima cuando la Fundación Nacional de Ciencias retiró el financiamiento.

Aunque parte del trabajo de campo perdido puede compensarse trasladándose a otro lugar u observando a Rusia desde satélites, hay muchos elementos que requieren ojos sobre el terreno. “Hacemos lo que podemos, pero estamos en crisis”, dijo Bret-Harte.

La investigación sobre el Ártico ha sido un raro éxito en las relaciones con Rusia desde la Guerra Fría, incluso cuando Rusia, productora de petróleo, ha frenado los esfuerzos occidentales para hacer frente al cambio climático —explicó Romanovsky—. Las redes que ayudaron a impulsar esa investigación se están deshaciendo. Muchos científicos rusos temen que el trato con colegas occidentales pueda convertirlos en sospechosos. 

“Es muy parecido a lo que ocurría en la Unión Soviética. Tienen que tener cuidado”.

Romanovsky supervisa una red de centros de vigilancia del permafrost en Rusia y Alaska. Dijo que sus colegas rusos se habían ido poniendo cada vez más nerviosos al recibir de Estados Unidos los fondos que les debían y le habían pedido que dejara de transferirlos. Muchos también habían dejado de enviar datos en sentido contrario. Ya no espera recibir información de sus 130 centros repartidos por toda Rusia.

La escasez de fondos podría tener efectos más duraderos. Muchas estaciones de datos rusas dependen de proyectos occidentales, no solo en lo que respecta a la tecnología, sino también en lo que respecta al dinero que mantiene las luces encendidas.

Mantener la investigación en el Ártico, que exige enviar equipos y personal a algunos de los lugares más remotos del planeta, es costoso. Hay indicios de que Rusia está recurriendo a China para intentar suplir sus carencias. Una nueva estación de investigación que Moscú había concebido como escaparate de la cooperación científica internacional en el Ártico parece que ahora albergará principalmente proyectos chinos.

Algunos científicos se han sumado al flujo de rusos instruidos que intentan abandonar el país. Rusia podría estar perdiendo a sus mejores y más brillantes profesionales de otras maneras.

Colin Edgar, técnico de investigación en Toolik, describió con creciente resignación cómo antiguos colegas de una estación de investigación habían sido enviados a combatir en Ucrania.

“Al menos uno ha muerto; es horroroso”. Mientras Edgar hablaba, las fantasmales auroras boreales empezaron a bailar tenuemente sobre Toolik.

Aspholm, el investigador noruego, había estado llevando a cabo proyectos sobre animales —desde osos pardos hasta salmones— con sus vecinos rusos. El salmón rosado invasor ha prosperado en las aguas cálidas del Ártico europeo, y ahora se reproduce y muere en tal cantidad que está convirtiendo en tóxicos los arroyos árticos antes prístinos. Estudiar adecuadamente la fauna que salta de una frontera a otra sin la ayuda rusa sería prácticamente imposible, pero él sigue trabajando, por ahora. 

“Es mejor saber algo que no saber nada”, dijo.

Cuando el investigador llevó a su equipo a una expedición anual de recuento de aves a lo largo del río fronterizo, sus homólogos rusos aparecieron en su lado del río, como cada año desde hace décadas. No pudieron hablar, pero es posible que con el tiempo puedan comparar lo que encontraron.

No se sabe quién quedará para unir las piezas. Se espera que Aspholm se jubile pronto.

Mayra Meléndez-González, técnica de la Estación de Campo Toolik, en el norte de Alaska Jacob Judah vía The New York Times

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