El interés en los bienes raíces de Nueva York en estos días es sobre lo nuevo. WeWork, con su espacio de oficinas compartidas y su estética juvenil, surgió de la nada para convertirse en el inquilino más importante de Nueva York. Y en el extremo oeste de Manhattan, el desarrollo Hudson Yards atrajo a grupos, como BlackRock, con nuevas torres de oficinas que prometen ser supereficientes.
Entonces, ¿por qué Aby Rosen, el magnate que hizo su fortuna durante la crisis inmobiliaria de Nueva York en la década de 1990, adquirió uno de los rascacielos más antiguos de la ciudad, el edificio Chrysler de art déco? “Ya perdió un poco de su relevancia. Pero no ha perdido su belleza o importancia”, menciona Rosen, calificando al edificio como un icono de EU.
En su búsqueda por hacer que Chrysler rinda frutos, Rosen tal vez tenga mucho trabajo. El extenso mural del techo en el vestíbulo de mármol rosa, todavía tiene el poder de hacer que los turistas inclinen sus miradas hacia el cielo con asombro. Pero en los pisos de abajo, muchas de las tiendas están cerradas.
El propietario anterior del inmueble, el Fondo de Inversión de Abu Dhabi, se rindió con el edificio. Después de pagar 800 millones de dólares (mdd) por una participación de 90% en 2008, acordó venderlo a RFR Holdings de Rosen con un fuerte descuento, a solo 151 mdd.
A la gente de los Emiratos les motivó la venta del edificio porque a este le pesa un contrato de arrendamiento de suelo de 32.5 mdd, con aumentos en el futuro. Además, el inmueble necesita decenas de mdd en remodelaciones.
Pero cuando el magnate, conocido por poseer una asombrosa colección de arte que incluye obras de Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat y Damien Hirst, habla del edificio Chrysler, suena más como un coleccionista apasionado y no tanto como un desarrollador calculador.
“Estuvo a la venta hace mucho tiempo, no estábamos listos y lo perdimos”, dice Rosen. “A veces tienes una segunda oportunidad y debes aprovecharla”.
A lo largo de su carrera, demostró tener la inteligencia para comprar puntos de referencia de Nueva York y hacerlos brillar, incluso si eso significaba pagar más por hacerlo. Su misión, tal como él la describe, es redescubrir el alma única de un edificio.
Rosen desarrolló una sensibilidad para los edificios históricos luego de crecer en Europa. Sus padres fueron sobrevivientes del Holocausto y se establecieron después de la guerra en Alemania.
Luego de estudiar derecho, Rosen finalmente tomó su camino a Nueva York a finales de la década de 1980. Él y un amigo de la infancia, Michael Fuchs, dejaron su huella en el sector inmobiliario utilizando capital alemán para comprar edificios en ruinas por la recesión y después renovarlos.
“Me gusta lo moderno y lo clásico. Me gustan las cosas que se verán bien dentro de 20 años”, dice al explicar su gusto.
Muchos desarrolladores rechazan propiedades como el edificio Chrysler debido a la molestia de tratar con la Comisión de Preservación de Monumentos Históricos de Nueva York. A pesar de algunos desencuentros con los activistas de la conservación, el inquieto Rosen dice que aprecia la disciplina que le han impuesto. Pero también ve los puntos históricos como un buen negocio.
“De todos modos, la construcción de un edificio nuevo te cuesta miles de dólares por pie. Por lo tanto, también podrías comprar algo existente por 800 o 700 dólares, restaurarlo por otros 200 o 300 dólares por pie, y tener un edificio histórico”, menciona.
Sus proyectos más conocidos están en la parte alta de la ciudad, incluido el edificio Seagram, la obra maestra de mediados de siglo en Park Avenue, diseñada por Ludwig Mies van der Rohe, y que Rosen adquirió en el 2000.
Hace algunos años, el magnate indignó a un grupo de Nueva York cuando sacó de Seagram el restaurante Four Seasons, el máximo lugar para el almuerzo de los poderosos de Manhattan, para llevar sangre nueva.
Rosen anticipó su desdén meses antes al retirar un enorme tapiz de Picasso, Le Tricorne, que durante más de cinco décadas fue la pieza central del lugar. Los activistas de la conservación lucharon contra la decisión durante meses. El tapiz ahora se encuentra en la Sociedad Histórica de Nueva York.
Rosen no se disculpa. La preservación, argumenta, no se trata de reemplazar todas las características de un edificio por algo igual, sino de reinterpretarlo para una nueva era. De lo contrario, un lugar como el Four Seasons se arriesgaba a convertirse en un mausoleo.
“No puede ser solo cuero, oscuro, negro y café, donde se sienten los ejecutivos que fuman puros”, dice Rosen. “Esos días ya quedaron atrás. De otra manera tendrías un restaurante vacío. Estos son espacios dinámicos que necesitan actualizarse y reprogramarse todo el tiempo”.
El modo en que Rosen planea lograr este objetivo en el edificio Chrysler aún es desconocido. Se habla de reinterpretar la Americana de Chrysler para una nueva era, tal vez con algún restaurante moderno. También se espera que RFR reviva el Cloud Club, un lugar privado para almorzar con vistas dominantes desde el piso 67, que alguna vez fue el dominio de Walter Chrysler y de sus colegas EF Hutton y el fundador de Pan American Airways, Juan Trippe.