Adiós a James Wolfensohn, ex presidente del Banco Mundial

FINANCIAL TIMES

Impulsor de reformas. El economista, quien murió a los 86 años, fue un “hombre del Renacimiento” que transformó a la institución financiera global con controvertidas iniciativas contra la pobreza y la corrupción.

Fue la tercera persona en ocupar el cargo durante dos mandatos completos. (AFP)
Martin Wolf y Jurek Martin
Londres /

Los presidentes del Banco Mundial, o los gestores de inversiones en general, pocas veces son hombres o mujeres del Renacimiento. James Wolfensohn, quien murió a los 86 años, fue una brillante excepción. 

No solo transformó la rígida organización de asistencia global con sede en Washington, también revivió las finanzas y la amplitud artística de dos importantes salas de conciertos de Estados Unidos, el Carnegie Hall de Nueva York y el Kennedy Center for the Performing Arts de Washington, mientras encontraba tiempo para aprender el violonchelo en el regazo de Jacqueline du Pré y tocar con artistas como Yo-Yo Ma y Bono.

Es indiscutible que reformó el Banco Mundial. Al ser apenas la tercera persona en ocupar el cargo de presidente en dos mandatos completos —de 1995 a 2005— y el primero después de Robert McNamara, el presidente de 1968 a 1981, tuvo tiempo para hacerlo. Su legado se encuentra en un nivel completamente diferente a los banqueros y políticos que ocuparon el cargo de presidente entre las gestiones de estos dos hombres.

Wolfensohn buscó con entusiasmo el puesto. Armado con respaldos impresionantes del mundo financiero y político, cabildeó con el entonces presidente estadunidense Bill Clinton para conseguirlo. El hecho de que, después de viajar extensamente por países en desarrollo, le apasionaran las desigualdades globales, al igual que a Clinton, ayudó mucho a su causa. Así también el hecho de que el banco se encontraba atrapado en una especie de rutina desde que McNamara se retiró.

Wolfensohn llegó al Banco Mundial en un momento difícil. Los manifestantes interrumpieron su reunión anual en 1994 con el argumento de que se debía abolir el banco. El organismo se vio asediado por la controversia sobre sus préstamos para grandes presas. En una revisión interna también se llegó recién a la conclusión de que los resultados de más de un tercio de sus proyectos eran “insatisfactorios”.

Al mismo tiempo, el banco batallaba con la transformación de los antiguos países comunistas de Europa central y oriental y la ex Unión Soviética. Sin embargo, tal vez lo más importante fue la crisis de los países más pobres, que pagaban más por el servicio de la deuda de lo que recibían en nuevos préstamos o ayuda.

Wolfensohn abordó estos desafíos y otros con su característica energía, transformando el organismo internacional y, lo que es más importante, la visión del mundo sobre la institución.

James David Wolfensohn, en cierto sentido, nació para las finanzas el 1 de diciembre de 1933 en Sídney. Su nombre lo recibió en honor del banquero James de Rothschild, para quien su padre trabajó en Londres antes de emigrar a Australia, pero la familia tuvo dificultades económicas, algo que le dejó una huella perdurable. Sin embargo, participó en esgrima por Australia en los Juegos Olímpicos de 1956.

Tres años más tarde obtuvo un Master of Business Administration (MBA) de la Escuela de Negocios de Harvard, lo que lo puso en camino, a pesar de que, según admitió, fue un estudiante indiferente. Ya había obtenido un título en derecho de la Universidad de Sídney.

De vuelta en Australia trabajó como abogado para varias instituciones financieras antes de mudarse a Londres y Nueva York para J Henry Schroder y luego unirse a Salomon Brothers. Fue a partir de esta posición que su reputación creció, sobre todo por su papel en la organización de los términos del rescate de Estados Unidos para Chrysler, la compañía automotriz al borde de la bancarrota. Su compañero en el diseño fue nada menos que Paul Volcker, quien en 1979 se convirtió en presidente de la Reserva Federal de EU.

Se naturalizó ciudadano estadunidense en 1980, en parte, se dijo, porque ya había puesto sus ojos en el Banco Mundial, que, por tradición, siempre encabezaba un estadunidense, pero tuvo que esperar 15 años. Llenó este tiempo dirigiendo su propia exitosa firma de inversión boutique en Nueva York, con clientes de primera línea como Mercedes-Benz y Ralph Lauren.

Entre las iniciativas más importantes de Wolfensohn en el banco, lanzada en 1996 con Michel Camdessus, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), se encontraba la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados. Esto creó un escenario para el alivio de la deuda para los países más pobres y más endeudados del mundo de todos los acreedores, entre ellos los acreedores multilaterales. 

Una decisión más controvertida de Wolfensohn fue atacar la corrupción en los países que recibían asistencia del Banco. En un discurso en 1999, recordó que “cuando llegué al banco me dijeron, no hablas de la palabra C porque es un tema político y el banco es propiedad de los gobiernos y tu estatuto no te permite entrar en el campo político”. A pesar de la feroz resistencia interna, prevaleció, usando su lenguaje mordaz cuando era necesario. En la actualidad, el instituto incorpora cláusulas de corrupción en todos sus acuerdos.

En 1997, Wolfensohn propuso un “pacto estratégico” entre el banco y sus accionistas: si ellos “invertían 250 millones de dólares en recursos adicionales durante un periodo de tres años”, el banco “entregaría una institución fundamentalmente transformada, más rápida, menos burocrática, más capaz de responder a las demandas cambiantes de los clientes y las oportunidades de desarrollo global, y más eficaz y eficiente en el logro de su misión principal: reducir la pobreza”.

Un elemento de esta transformación fue la descentralización de las operaciones del banco, hacer que el personal saliera al campo en lugar de prescribir las asesorías desde la torre de marfil en Washington. Quería más consultas con las autoridades y los grupos cívicos, en particular cuando los proyectos financiados por el banco tenían el potencial de tener graves consecuencias ambientales. Eso, de nuevo, molestó a muchos empleados.

Dada su experiencia en el sector privado, Wolfensohn también creía que no se debía desalentar a los países que necesitaban asistencia a utilizar los mercados financieros internacionales. La ayuda exterior oficial era finita, argumentó, y no siempre se proporcionaba teniendo en cuenta los mejores intereses del país receptor. Se podían lograr mejores acuerdos en el sector privado.

En 1999, propuso el Marco Integral de Desarrollo, que exigía una visión integral y a largo plazo del desarrollo, que cada país tuviera “posesión” de su estrategia de desarrollo y la medición por resultados. Sería la base de los esfuerzos del Banco Mundial para ayudar a lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio acordados por los miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en septiembre del año 2000.

Su esposa, cuyo nombre de soltera era Elaine Botwinick y a quien conoció mientras estudiaba en Harvard, murió en agosto. Le sobreviven sus tres hijos y siete nietos.


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