Desde la crisis financiera mundial de 2007-2009, Reino Unido ha vivido un experimento que no se planeó de “decrecimiento”. Como era de esperar, este deterioro ha causado enormes problemas para administrar las finanzas públicas, mantener los servicios públicos y la satisfacción de la población. Una economía estancada es una receta para el descontento general.
En julio pasado, el Partido Conservador, que gobernó el país de 2010 a 2024, sufrió la peor derrota de su historia. Ahora la tarea del Partido Laborista es dar la vuelta a la situación. ¿Lo conseguirá? La verdad es que lo que ofreció en el presupuesto la semana pasada hace que sea muy poco probable que lo consiga. La pregunta, más bien, es si hay algo que pueda hacerlo.
¿Qué hay de inusual en Reino Unido? No es tanto el bajo crecimiento en sí, que coincide con el de muchos países de altos ingresos más (con la gran excepción de EU), sino que la magnitud de la caída de la tasa de crecimiento económico per cápita desde la crisis financiera es lo que lo hace excepcional. Nuestro punto de partida debe ser analizar las raíces de esa caída y considerar si se puede revertir y cómo.
En primer lugar, examinemos los hechos generales. En su reciente libro, How We Get Our Future Back, Torsten Bell, ex director ejecutivo de la Resolution Foundation y ahora miembro laborista del Parlamento, afirma que no solo los salarios reales se han estancado durante 15 años, sino que además esto no había sucedido desde principios del siglo XIX. En mi columna sobre el Presupuesto señalé que se pronosticaba que el PIB real per cápita de Reino Unido (en paridad de poder adquisitivo) será 29 por ciento menor en 2024 de lo que habría sido si se hubiera mantenido la tendencia de 1990-2007.
El hecho sorprendente sobre Reino Unido, entonces, es este enorme deterioro en la tasa de crecimiento. Es cierto que el nivel del PIB per cápita en 2024 fue apenas 7 por ciento superior al de 2007. Se trata de un peor desempeño que el de EU (25 por ciento), Alemania (11), Japón (10) y Francia (9), aunque un poco mejor que el de Canadá (4 por ciento) e Italia (en estancamiento). Pero Reino Unido se encontraba más o menos en el mismo bando que Japón y los demás grandes países europeos de altos ingresos; sin embargo, el deterioro de su tasa de crecimiento tendencial del PIB per cápita entre 1990-2007 y 2007-2024 fue de 1.9 puntos porcentuales (de 2.5 a 0.6 por ciento). Todos los miembros del G7 sufrieron una caída después de la crisis financiera, pero el de Reino Unido fue el mayor de todos.
¿Qué explica este desplome? Un posible culpable es la baja tasa de inversión del país, pero la inversión bruta promedio entre 2008 y 2024 fue solo 1.4 puntos porcentuales inferior a la registrada entre 1990 y 2007, situándose en 17.3 por ciento del PIB. Aunque también fue la tasa más baja del G7, la caída no parece tan grande como para explicar el colapso del crecimiento.
Una explicación es que los promedios están distorsionados por la Gran Recesión y la pandemia. Otra es que la modesta caída de la inversión bruta se asoció con una baja proporcional mucho mayor de la inversión neta. El análisis del Conference Board es consistente con esto: su descomposición de las contribuciones al crecimiento atribuye 1.1 puntos porcentuales de la caída promedio a la de la contribución de los servicios de capital y 0.5 puntos porcentuales a la disminución de la contribución de la “productividad total de los factores”.
Una posible conclusión es que la menor inversión, el aumento de la depreciación y la disminución de la eficiencia se combinaron para reducir el crecimiento, pero detrás de esto, sobre todo de lo último, debe haber algo más: el PIB y el crecimiento del PIB anteriores a la crisis fueron exagerados o insostenibles o ambas cosas. La decadencia del sector petrolero es una de las causas, otra es que la burbuja financiera mundial anterior a 2008, de la que se benefició Reino Unido, sede de un importante centro financiero, también distorsionó el PIB. No solo exageró el tamaño sostenible del sector financiero, también el de una serie de actividades auxiliares.
Hoy la caída del crecimiento posterior a la crisis se parece más a la realidad y el auge anterior, en gran parte, a una falsa ilusión. Esta visión puede ser demasiado pesimista, ya que las conmociones han sido muy perjudiciales. Si el entorno se vuelve más estable, los espíritus animales puede regresar; sin embargo, un país comercial de tamaño mediano con una población que envejece, una posición mediocre en los sectores más dinámicos del mundo, barreras autoinfligidas al comercio con su mayor socio, enormes presiones para un mayor gasto público, baja inversión y tasas de ahorro aún más bajas, enfrenta muchos obstáculos para un crecimiento económico más rápido. La combinación actual de tasas de interés más altas con ratios de deuda neta del sector público/PIB ya cercanos a ciento por ciento también es incómoda, al igual que lo es el entorno político mundial profundamente inestable.
La propia Oficina de Responsabilidad Presupuestaria es bastante optimista. En su informe de la semana pasada supuso una recuperación del crecimiento de la productividad hasta alrededor de la mitad de sus promedios anteriores y posteriores a la crisis financiera; sin embargo, es descabellado suponer que incluso esto va a suceder por sí solo. Lo que el país necesita es una estrategia de crecimiento que aborde sus debilidades más evidentes: baja inversión, ahorro desesperadamente bajo, una movilización insuficiente de capital para empresas innovadoras, infraestructura deficiente, viviendas inadecuadas, una larga lista de empresas débiles, poca creación de capacidades y enormes y persistentes desigualdades regionales. Debemos lamentar que se fracasó a la hora de garantizar que las ganancias extraordinarias del petróleo del mar del Norte y las tasas de interés reales ultrabajas del periodo posterior a la crisis financiera pudieran dejar un legado a más largo plazo.
Todo esto es el resultado del habitual “avanzar a duras penas” de Reino Unido. Dadas las recientes decepciones, se necesita algo con más determinación. Eso todavía no llega.