Brasil va por la opción “menosmala” en elección “defectuosa”

Editorial. La disparidad en las encuestas refleja más hostilidad hacia Jair Bolsonaro que entusiasmo por Lula da Silva en medio de escándalos, corrupción y carga fiscal

En Río de Janeiro se venden toallas con la imagen de los punteros. Ueslei Marcelino/Reuters
Consejo Editorial
Londres /

Las elecciones presidenciales de Brasil del domingo son importantes. La nación, que alberga la mayor parte de la selva tropical más grande del mundo, es vital en la lucha contra el cambio climático. Como principal exportador agrícola, alimenta a una de cada diez personas de la población mundial. Como una de las democracias más grandes y vibrantes, es un ejemplo para los países en desarrollo tentados por la autocracia.

Sin embargo, como en demasiadas contiendas recientes en todo el mundo, las elecciones ofrecen una opción defectuosa. Las encuestas sugieren que Luiz Inácio Lula da Silva, un ex presidente de izquierda famoso por destinar los frutos del auge de las materias primas a la reducción de la pobreza, obtendrá una victoria fácil. Si las proyecciones resultan acertadas, incluso puede ganar en la primera vuelta a Jair Bolsonaro, el dirigente de extrema derecha actualmente en el cargo cuyas payasadas trumpianas contrariaron a la mayoría de los brasileños.

En realidad, la disparidad en las encuestas refleja más la hostilidad hacia Bolsonaro que el entusiasmo por Lula (ambos tienen altos índices de rechazo, aunque el de Bolsonaro es mayor). Elegido a través de una coalición de “carne, Biblia y balas” de agricultores, evangélicos y conservadores sociales, Jair prometió romper con una clase dirigente política desacreditada y aplicar ambiciosas reformas económicas. En las dos cosas decepcionó.

El antiguo autodenominado ajeno se presenta ahora como abanderado de la clase política profesional. Su gobierno recortó las abultadas pensiones del sector público y consiguió la independencia del banco central, finanzas públicas más sanas y recuperación fuerte después de la pandemia, pero demasiadas reformas clave se quedaron en el camino y Bolsonaro, en su lugar, llegó a los titulares por permitir el aumento de la deforestación de la Amazonia, el mal manejo del covid, por insultar a las mujeres y dejar al país aislado diplomáticamente.

A medida que se acercan las elecciones, las críticas del ex capitán del ejército sobre la imparcialidad del sistema electoral, su cercanía con los militares y sus embestidas verbales contra la Corte Suprema despertaron dudas sobre si respetará el resultado. (El propio Bolsonaro dijo el año pasado que “el arresto, la muerte o la victoria” eran los únicos resultados posibles).

Las principales figuras de la clase dirigente del mundo empresarial y político de Brasil respondieron cerrando filas en torno a Lula. Una cosecha de candidatos de la “tercera vía” no ha florecido en la campaña, abrasada por la intensa polarización. Algunos centristas sugieren que una victoria de Lula en la primera vuelta puede ser la mejor manera de evitar los jueguitos postelectorales. Eso implicará pasar por alto los defectos de su programa.

Lula hace hincapié en su historial como líder que presidió tiempos de bonanza económica y redujo la pobreza mediante la ampliación de los programas de bienestar social, logros que está dispuesto a repetir. Su mensaje de justicia social resuena en uno de los países más desiguales del mundo. Su historial muestra un compromiso con la lucha contra la deforestación de la Amazonia. Es respetado en la escena mundial.

Las propuestas de Lula no están a la altura de lo que necesita Brasil. En un país con una carga fiscal cercana al promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), dice poco sobre la reforma de un Estado ineficiente. Su receta de inversión para apoyar a los campeones industriales nacionales ya fracasó antes. Prometió eliminar el límite constitucional del gasto público, pero ofreció pocos detalles sobre cómo equilibrar las cuentas en un entorno económico difícil. Aunque su presidencia coincidió con uno de los mayores escándalos de corrupción del mundo, describe la investigación como una cacería de brujas política.

Lo que se merece la décima economía más grande del mundo es una mejor clase política y nuevas opciones. Lo que las elecciones ofrecerán, según las encuestas, es lo que los brasileños consideran como la opción menos mala.


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