Mientras partes del sur de California siguen ardiendo en lo que podría ser el desastre más costoso en la historia de Estados Unidos (EU), resulta extraño recordar las precipitaciones y nevadas récord que caracterizaron los dos inviernos anteriores de la región.
Pero, aunque los incendios forestales y las inundaciones parecen opuestos desde el punto de vista meteorológico, parece que son dos caras de la misma moneda climática. Los científicos sugieren que los dos extremos podrían estar relacionados a través de un fenómeno conocido como “latigazo hidroclimático”, definido por oscilaciones volátiles entre condiciones muy húmedas y muy secas, que el cambio climático intensifica.
Las fuertes lluvias estimulan el crecimiento de las plantas, nutriendo la vegetación que se convierte en yesca durante la estación seca más prolongada. El ciclo de diluvio repentino y sequía prolongada se convierte en un sube y baja destructivo de irrigación e ignición, que trae inundaciones repentinas, derrumbes e incendios forestales. En lugar de tratar las inundaciones y los incendios como fenómenos separados, deberíamos unir los puntos empapados y carbonizados para reconocer y mitigar los riesgos duales de este efecto de latigazo. También es una prueba más de que limitar el aumento de la temperatura global es importante para un futuro habitable.
La atmósfera actúa como una esponja, capaz tanto de absorber como de liberar humedad. Gracias a la termodinámica fundamental, una atmósfera más caliente tiene más sed y es capaz de contener más vapor de agua: por cada grado Celsius que la atmósfera se calienta, puede evaporarse, absorber y liberar 7 por ciento más de agua. Esto permite que se extraiga más humedad de las plantas y el suelo, lo que agrava las condiciones de sequía. Y lo que sube, eventualmente tiene que bajar.
“El problema es que la esponja (atmosférica) crece exponencialmente, como los intereses compuestos en un banco”, explicó Daniel Swain, un científico del clima de la Universidad de California en Los Ángeles.
Aunque su estudio, publicado en Nature Reviews Earth & Environment, reconoce el desafío de definir y medir dicha volatilidad, concluyen que el latigazo aumentó entre 31 y 66 por ciento desde mediados del siglo XX. Swain advierte de que lo peor está por venir: “La evidencia muestra que el latigazo hidroclimático ya aumentó debido al calentamiento global, y un mayor calentamiento traerá consigo aumentos aún más grandes”. Las regiones globales con mayor riesgo incluyen África central y septentrional, Medio Oriente y el sur de Asia, áreas densamente pobladas con recursos económicos modestos.
Aunque las lluvias extremas y la sequía son bastante nefastas por sí solas, los cambios bruscos entre las dos son especialmente desagradables. Comprometen la calidad del agua a través de la contaminación de las aguas residuales y la proliferación de algas; dañan los cultivos y las tierras de pastoreo; destruyen viviendas e infraestructuras. Amenaza la salud humana de otras maneras, a través de enfermedades transmitidas por el agua y el aumento de las poblaciones de roedores y mosquitos. Las transiciones de muy húmedo a muy seco permiten que la vegetación inflamable crezca abundantemente y luego se seque.
Tal vez el mensaje más claro del estudio es que este disruptivo efecto de fluctuación, escriben los investigadores, “probablemente no solamente ponga a prueba la infraestructura de manejo del agua y las inundaciones, sino también la administración de desastres, la respuesta a emergencias y los sistemas de salud pública que están diseñados para los extremos del siglo XX”. Mantener los embalses llenos parece intuitivamente sensato para protegerse de la sequía, pero las lluvias repentinas e intensas pueden hacer que se desbordan, causando inundaciones. El equipo añade que la atención debería desplazarse de los peligros aislados al “impacto potencial de la combinación de extremos”..
Las posibles soluciones incluyen la expansión y unión de las llanuras aluviales, para dispersar el agua de las inundaciones en una zona más amplia y recargar los niveles de agua subterránea para reducir el riesgo de sequía; el uso de pronósticos meteorológicos detallados para manejar los embalses; y la promoción de “ciudades esponja”, con elementos permeables como parques y lagos que absorben y filtran las lluvias, en lugar de superficies cargadas de concreto que contribuyen a las inundaciones repentinas.
Los incendios provocados, las regulaciones de construcción y los vientos estacionales contribuyeron al desastre de California, pero cada vez es más indefendible afirmar que el cambio climático antropogénico no juega ningún papel en los fenómenos meteorológicos históricos que se han convertido en la norma en este siglo.
Mientras tanto, cada acontecimiento histórico está compuesto por múltiples miserias humanas: en este caso, barrios reducidos a cenizas; agua no potable; aire irrespirable; viviendas no asegurables y alquileres mercenarios por las casas que quedan. Los Ángeles, hogar de la falsa distopía hollywoodense, nos está mostrando cómo es en realidad.
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