La buena noticia que enfrentará el próximo gobierno de Reino Unido es que será difícil que el desempeño económico empeore. La mala es que también será complejo mejorarlo mucho. La apuesta sensata debe ser la de continuar con un crecimiento lento, pero, en un país con una población que envejece, resistencia a impuestos aún más altos, un fuerte deseo de aumentar el gasto público, una deuda ya elevada y una posición fiscal restringida, los frutos políticos de un estancamiento continuo pueden ser amargos. ¿Qué se puede hacer para escapar de esta trampa?
La conferencia Mais de Rachel Reeves, ministro de Hacienda en la sombra del Partido Laborista, fue un intento de responder a esa pregunta. Dadas las circunstancias, no fue malo. En 1997, el nuevo gobierno laborista entrante, encabezado por Tony Blair, disfrutó del lujo de un rápido crecimiento económico: de acuerdo con los datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), tuvo un promedio de 3.4 por ciento anual entre 1997 y 2001. Gordon Brown, su ministro de Hacienda, tenía un cuerno de la abundancia que distribuir.
Si Reeves se convierte en ministra, no lo tendrá. Su tarea será mucho más difícil y más importante. El nuevo laborismo tenía que evitar estropear las cosas. En la actualidad, un nuevo gobierno tendrá que efectuar una transformación. Como señalé en una columna sobre el presupuesto reciente de Jeremy Hunt, si el crecimiento económico hubiera continuado con su tendencia de 1955-2008, el PIB per cápita sería ahora 39 por ciento más alto. Reino Unido no es el único país de altos ingresos que cayó en un estancamiento, pero su caída es una de las más pronunciadas.
La conferencia comienza, bien, reconociendo la prioridad de poner fin al estancamiento. Esto, argumenta Reeves, exige un nuevo modelo de administración económica guiado por tres imperativos: estabilidad, “estimular la inversión mediante asociaciones con empresas” y reformas que puedan destrabar la productividad. Su gran tema aquí, en el que debemos estar de acuerdo, es que sin un crecimiento compartido, la democracia misma puede estar en peligro.
Detrás de su análisis se esconde la conciencia de los fracasos del pasado y los retos del futuro: los cambios geopolíticos; las nuevas tecnologías, en particular la inteligencia artificial, y la crisis climática. De esto concluye que “la globalización, tal como la conocíamos, está muerta”. Su respuesta es creer en un gobierno activo. Cita la “economía moderna del lado de la oferta” de Janet Yellen, pero su propia etiqueta es el horrible neologismo, “secureconomics” (securonómica), que “no promueve al Estado grande sino al inteligente y estratégico”.
¿Cómo puede funcionar esto? En cuanto a la estabilidad, Reeves pretende mantener el mandato del Banco de Inglaterra y fortalecer el de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria. Con sensatez, quiere enfocarse en todo el balance del sector público y, al mismo tiempo, centrarse en el equilibrio fiscal actual, más que en el general. Esto debería reducir la tendencia a recortar la inversión cada vez que surgen dificultades fiscales. Sin embargo, persiste en la absurda regla de que la deuda debe reducirse en porcentaje del PIB pero en el quinto año del pronóstico.
En cuanto a la inversión, Rachel Reeves afirma que “el compromiso con el crecimiento no se mide por el tamaño del déficit que uno está dispuesto a soportar”. En otras palabras, la inversión pública se verá limitada. También plantea una serie de nuevas instituciones, un nuevo Consejo Británico de Infraestructura, un renacido Consejo de Estrategia Industrial, un Fondo Nacional de Riqueza y Great British Energy. Lamento tener la certeza de que el Tesoro las estrangularía a todas. Pero tiene ideas sensatas para la consolidación de los fragmentados fondos de pensiones de contribución definida de Reino Unido.
En cuanto a la reforma, subraya con razón la necesidad de abordar el arcaico sistema de planeación del país. Si el Partido Laborista aborda eso, algo importante cambiará. También enfatiza la necesidad de lograr crecimiento en todo el país. De hecho, no es económicamente viable ni políticamente aceptable que el crecimiento se limite a Londres y el sudeste. Como también argumentan Ed Balls y coautores de “A Growth Policy to Close Britain’s Regional Divides: What Needs to Be Done”, para lograrlo se necesita una descentralización sustancial del gobierno. Reeves también argumenta, de manera controvertida, que “una mayor seguridad en el trabajo, mejores salarios y una mayor autonomía en el lugar de trabajo tienen beneficios económicos sustanciales”. Esta parece la parte más claramente “laborista” del manifiesto.
No veo ninguna razón por la que sus planes empeorarán las cosas, pero tampoco veo razones por qué, dadas todas las limitaciones, las cosas mejorarán mucho. Además, será difícil contener las presiones para aumentar el gasto y los impuestos. ¿Cómo intentará el Partido Laborista hacer frente a este reto?
Sin embargo, la pregunta más importante es si unas reformas más radicales podrán generar mejores resultados. Volveré a este tema muy pronto.