Puede parecer difícil de creer hoy en día, pero Brasil y México fueron alguna vez la envidia del mundo. Sus economías crecieron más de 6 por ciento anual entre 1951 y 1980, casi tan rápido como los paragones del crecimiento de la posguerra, Corea del Sur y Japón. Desde la crisis de la deuda de la década de 1980, América Latina se ha quedado muy rezagada. En los últimos años se hundió en el fondo de la clase de los mercados emergentes, con un desempeño inferior al de Medio Oriente o al del África subsahariana.
La incapacidad de América Latina para crecer genera muchos lamentos y muchas teorías. La baja productividad, las malas infraestructuras, la corrupción y la inestabilidad política son temas recurrentes. Se critica a los gobiernos de izquierda de principios de la década de los 2000 por no haber invertido lo suficiente la riqueza del auge de las materias primas en la construcción de infraestructuras competitivas o en la provisión de educación y atención de salud de alta calidad. A la derecha se le reprocha por hacer muy poco para combatir la arraigada desigualdad, promover la competencia efectiva o hacer más justa la fiscalidad.
El coronavirus expuso cruelmente las limitaciones de América Latina; el impacto sanitario y económico combinado de la pandemia fue el peor del mundo. Ahora el cambio está en el aire. En una serie de importantes elecciones, los votantes de la región han dado la espalda a los que están en el poder y eligieron a radicales recién llegados. Perú y Chile se inclinaron hacia la izquierda, mientras que Ecuador, Uruguay y Argentina lo hicieron hacia la derecha. Brasil y Colombia votan este año.
Por fortuna, los grandes recursos naturales de América Latina hacen que abunden las oportunidades. La región es rica en dos metales clave para la electrificación: cobre y litio. Con algunas de las zonas con más sol y viento del mundo, puede generar gigavatios de electricidad de muy bajo costo para producir y exportar hidrógeno verde.
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La región está en medio de un auge de tecnología tan grande que en el primer semestre del año pasado atrajo más capital privado que el sudeste asiático. El banco digital independiente más grande del mundo, Nubank, es brasileño. El diminuto país de Uruguay es uno de los principales exportadores de software.
El impulso de Estados Unidos para acercar la producción a sus costas puede dar un empujón a la fabricación en México y Centroamérica. Brasil ha fomentado el desarrollo de una agricultura de alta tecnología competitiva a escala mundial.
Para aprovechar al máximo estas oportunidades, América Latina necesita adoptar soluciones pragmáticas que dejen atrás el debate ideológico. Esto debe comenzar con el axioma de que primero hay que crear riqueza para poder compartirla. Un sector privado floreciente, un Estado que funcione plenamente, unos servicios públicos de calidad, el estado de derecho y la inversión extranjera son ingredientes esenciales.
La recaudación fiscal en algunos países es demasiado baja, pero aumentarla solo ayudará si lo recaudado se traduce en ciudadanos más sanos, mejor preparados y más productivos, y en economías competitivas. Con demasiada frecuencia, en América Latina el aumento del gasto público se ha traducido en un aumento en las nóminas y de la corrupción, en lugar de mejorar los resultados.
Los ciudadanos de toda América Latina están cada vez más agitados. La tolerancia hacia los gobiernos de cualquier tendencia que no cumplen con sus objetivos es mínima. Su fe en los presidentes elegidos se pone a prueba.
Durante la última fase de crecimiento, México era un estado unipartidista y Brasil, en su mayoría, una dictadura militar. Si la región quiere evitar volver a caer en el autoritarismo populista, sus nuevos líderes deben demostrar urgentemente que la democracia puede proporcionar un crecimiento fuerte y sostenible y una prosperidad compartida. Esto significa abandonar el dogma y buscar el consenso en torno a políticas a largo plazo para construir Estados eficaces, fortalecer el estado de derecho y crear economías competitivas a escala mundial. El tiempo se está acabando.