¿Qué significará un segundo mandato de Donald Trump para Estados Unidos y el mundo? Los optimistas pueden señalar lo que sucedió la última vez: su presidencia, pueden afirmar, tuvo mucho ruido y pocas nueces. Pero significó poco. Gobernó de manera más convencional de lo que muchos temían. Además, al final, Joe Biden lo derrotó y él se fue. Se fue de mala gana, es cierto, pero ¿qué otra cosa se podía esperar? Se fue de todos modos. ¿Por qué no sería similar si llega a ganar de nuevo, como sugieren las encuestas?
Trump es un experto en promesas vacías. En 2016, una pieza central de su campaña fue el “muro” que México pagaría. Al final, no hubo muro, y mucho menos dinero de México. Esta vez promete arrestar y deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados. La operación que se necesita para lograr eso sería inmensamente costosa y controvertida. De hecho, ¿cómo y a dónde se deportarían a muchos millones de personas?
Más ridícula es la sugerencia de Trump de que al aumentar los aranceles eliminará el impuesto a la renta. Esto es un completo disparate. De acuerdo con un artículo de Kimberly Clausing y Maurice Obstfeld, incluso el arancel maximizador de ingresos de 50 por ciento para todos los sectores generaría menos de 40 por ciento de los ingresos que provienen del impuesto sobre la renta. La pérdida neta de entradas fiscales destrozará el gasto del que dependen sus votantes mayores.
Sin embargo, una segunda presidencia de Trump todavía puede ser mucho peor que la primera. En 2016 fue el perro que alcanzó el auto (alguien que se esforzó mucho por lograr algo y al conseguirlo no supo qué hacer con eso). En su ignorancia, terminó contratando a personas que no compartían ni sus objetivos ni sus intereses. Ahora el Partido Republicano consiste en leales que aceptan que el “gran líder” define la verdad, como lo hizo con los resultados de las elecciones de 2020. El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation también ha elaborado planes para controlar al gobierno federal, mientras que la Suprema Corte declaró que, en sus “funciones oficiales”, el presidente está por encima de la ley penal. Se sentirá reivindicado y será vengativo.
¿Qué puede persuadir a Trump a hacer con esto? Aumentar los ya enormes déficits fiscales de EU y presionar a la Reserva Federal para que mantenga bajas las tasas de interés. Si lograra nombrar a leales devotos para dirigir el Departamento de Justicia, las agencias de inteligencia y el Servicio de Impuestos Internos, podría proceder a enjuiciar a los que percibe como enemigos sin ninguna restricción. Podría justificar ese tipo de acciones como un quid pro quo (intercambio) por los muchos juicios justificados en su contra. También podría indultar a los insurrectos del 6 de enero de 2021, que intentaron impedir la certificación de los resultados de las últimas elecciones. Con el control sobre las fuerzas armadas, podría declarar libremente la ley marcial. En términos más generales, utilizar el aparato del gobierno para ejercer control sobre partes del país consideradas demasiado independientes.
En el exterior podría implementar su guerra comercial con pocas restricciones, incluso contra Canadá y México. Como comandante en jefe, podría hacer que los compromisos de la OTAN carecieran de sentido, simplemente indicando su renuencia a ordenar el envío de tropas al combate. Podría, una vez más, retirarse de todos los acuerdos en materia del clima en un momento aún más delicado. Podría dificultar mucho más el funcionamiento de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial; apoyar a la extrema derecha en toda Europa e incluso abandonar a Ucrania.
Al considerar todas las implicaciones para el mundo, hay que distinguir los efectos directos de ese tipo de acciones de los indirectos de su regreso. Estos últimos serán, sobre todo, el estímulo para los populistas de derecha que buscan el poder, sobre todo en Europa. Con Estados Unidos, el gran bastión de la democracia en el siglo XX, bajo control autoritario, habría un giro en la balanza global contra la democracia liberal, no solo en términos de poder, sino de credibilidad ideológica. Después de todo, EU ha sido el modelo, aunque imperfecto, para gran parte del mundo de un orden democrático regido por leyes. Su elección de Trump por segunda vez será muy importante.
Trump es, como mínimo, “fascista” y se lo puede llamar fascista con credibilidad. En entrevistas con The New York Times, John Kelly, el ex general de los Marines de EU que fue su jefe de gabinete durante más tiempo, afirmó que “en su opinión, Trump cumple con la definición de fascista, gobernará como un dictador si se le permite y no entiende la Constitución ni el concepto de estado de derecho”. Además, “nunca aceptó el hecho de que no era el hombre más poderoso del mundo, y por poder me refiero a la capacidad de hacer lo que quisiera cuando quisiera”.
Para Timothy Snyder, un destacado historiador de las décadas de 1930 y 1940 en Europa, el fascismo es “un culto a la voluntad por sobre la razón; es la vida dentro de una Gran Mentira; una transformación de la política en un culto a un líder que dice una Gran Mentira y que es capaz de establecerse como la persona cuya voluntad debe dominar la sociedad”. A esto, añade Anne Applebaum, otra experta muy conocida, Trump describe a sus oponentes como “alimañas”, otra característica de la retórica fascista (y estalinista). Los recientes “libelos de sangre” sobre los haitianos como consumidores de mascotas encajan en la denigración fascista de algunas personas como infrahumanas.
Los errores que cometió la administración Biden ayudan a explicar la popularidad de Trump, en particular su fracaso en controlar la inmigración. Aun así, es difícil entender el abandono de los principios básicos del gran experimento de gobierno republicano. Gran parte del éxito se debe a los precedentes creados por George Washington. Como señala Tom Nichols en The Atlantic, Washington fue presidente durante dos mandatos y luego se fue a casa. Trump es el antiWashington. Si Washington era famoso por su probidad, Trump es conocido por lo contrario.