El populismo es una forma potente de política democrática. Por desgracia, también es destructiva, debilita las instituciones, perjudica el debate y empeora la política. Puede amenazar a la democracia liberal. La saga del brexit es una lección objetiva de sus peligros: dañó lo que durante mucho tiempo se consideró una de las democracias más estables del mundo.
El reciente libro Lo que salió mal con el brexit, de mi colega Peter Foster, expone la historia maravillosamente. Muestra cómo una clásica alianza populista de fanáticos y oportunistas mezcló análisis simplistas con una retórica acalorada y rotundas mentiras para debilitar la relación económica más importante del país y amenazar su estabilidad interna. Por fortuna, existe la oportunidad de aprender y empezar a hacer las cosas bien.
De hecho, era seguro que el brexit iba a salir mal, porque se basaba en premisas falsas. Los países no pueden ser plenamente soberanos en el comercio, ya que éste involucra al menos a una contraparte. Por consiguiente, las reglas del mercado único se crearon porque la alternativa eran múltiples regímenes reguladores diferentes y, por tanto, un comercio más costoso (y menor). Una institución también tenía que decidir si los países cumplían las reglas que habían acordado. Ese ha sido el papel indispensable del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
La creación del mercado único, entonces, fue un acto de simplificación regulatoria. Dejarlo aumentaría la regulación para cualquier empresa que intente vender tanto en Reino Unido como en la Unión Europea. Este tipo de negocios inevitablemente se desalentarán. Algo que sin duda quedó demostrado. Como muestra Foster, las empresas más pequeñas son las que más sufren estas cargas.
En el corto plazo, las empresas existentes disfrutaron de costos hundidos: su capital, conocimientos y relaciones. Los costos de crear ese tipo de activos de nuevo son mucho más altos que los de utilizar los que ya tenían. Entonces, supongamos que una empresa considera ingresar al mercado de la Unión Europea hoy. En igualdad de condiciones, ¿tendrá sentido ubicarse en Reino Unido en lugar de en cualquiera de sus 27 miembros? Por supuesto que no. Entonces, con el tiempo, la separación aumentará.
Esto también se aplica a las relaciones personales, la educación, la experiencia laboral o el trabajo como persona creativa, consultor o abogado. En resumen, esta supuesta liberación restringe en gran medida la libertad de muchos millones de personas en ambos lados.
¿Aumentó la libertad de quién? La de los políticos británicos. Pueden actuar con más libertad que si estuvieran sujetos a las normas de la Unión Europea. ¿Qué han hecho con esta libertad? Mintieron sobre (o, peor aún, no lograron entender) lo que acordaron sobre el Protocolo de Irlanda del Norte. Amenazaron con violar el derecho internacional. Incluso propusieron eliminar miles de leyes heredadas de ser miembros de la Unión Europea, sin importar las consecuencias.
En resumen, estas personas destruyeron la reputación de sensatez, moderación y decencia del país. Todo esto es un resultado natural de la clásica mezcla populista de paranoia, ignorancia, xenofobia, intolerancia a la oposición y hostilidad hacia las instituciones que limitan.
Sin embargo, no todo está perdido. Porque, al menos por ahora, surgieron algunas cosas buenas. El partido gobernante se deshizo pacíficamente de dos terribles primeros ministros: Boris Johnson y Liz Truss. Su sucesor, Rishi Sunak, no es un aficionado a la fantasía. Tampoco el líder de la oposición, Keir Starmer.
Seguro muchos ahora saben que los desafíos que enfrenta el país —infraestructura inadecuada, innovación lenta, poca inversión, bajo desempeño corporativo, enormes desigualdades regionales y alta desigualdad de ingresos— no tuvieron nada que ver con la adhesión de Reino Unido a la Unión Europea.
Además, las oportunidades para acuerdos comerciales globales transformadores han demostrado ser un “fuego fatuo”. En palabras de Foster, el brexit es “una distracción colosal”. Es política performativa, llena de ruido y furia para nada que no significa nada sensato.
Antes argumenté que reincorporarse a la Unión Europea en este momento sería un error, pero es posible buscar mejoras en la relación de Reino Unido con el bloque, en particular en lo que respecta al movimiento de personas y trabajadores y a los estándares regulatorios en alimentos y productos de fabricación.
No hay buenos argumentos para la divergencia con respecto a este último. De hecho, ¿tiene algún sentido una regulación específica de Reino Unido sobre inteligencia artificial o un mecanismo de ajuste en frontera por carbono? Más audazmente, hay argumentos sólidos para volver a unirse a la unión aduanera y así eliminar las dificultades creadas ahora por las reglas de origen.
Reino Unido debe intentar mejorar sus relaciones con la Unión Europea. Su gobierno también debe actuar para mejorar su desempeño económico. Si no se logra mejorar la trayectoria, este populismo puede estar de vuelta en peor forma. Ahora está en juego nada menos que eso.