Muchos multimillonarios apoyan a Donald Trump. Eso no es ninguna sorpresa. Creen que será bueno para las utilidades. Ofrece impuestos más bajos y menos regulación. Algunos, como Jamie Dimon, de JP Morgan, argumentan que ciertas políticas suyas —los recortes de impuestos y la dureza con China y sus aliados aprovechados, por ejemplo— no fueron descabelladas. Además, a diferencia de la mayoría de los demócratas, a Trump y al Partido Republicano les gustan las empresas y los empresarios. ¿Por qué no abrazarlo a cambio?
Incluso si lo vemos de forma limitada, esto no tiene mucho sentido. En el poder, los demócratas con frecuencia han sido buenos para las empresas. La crisis financiera de 2007-2009 se produjo bajo la supervisión de una administración republicana. El mercado de valores ha experimentado un auge (y una caída) tanto bajo el gobierno de demócratas como de republicanos. También lo ha hecho la participación de las utilidades en el producto interno bruto (PIB) estadunidense. La confianza en el gobierno de Estados Unidos se desplomó en la década de 1960 y, desde entonces, ha tenido altibajos con ambos partidos.
Además, las preferencias de política económica de Trump son peligrosas en las circunstancias actuales. No puede comprender el valor de un banco central independiente y desprecia las políticas monetarias restrictivas. Promete recortar impuestos, aunque los déficits y la deuda están en un camino peligroso. Planea lanzar una guerra comercial contra el mundo, no solo contra China. Incluso llegó a sugerir que los aranceles pueden sustituir al impuesto sobre la renta. ¿Puede esto funcionar? Como se afirma en un blog del Instituto Peterson de Economía Internacional: “En pocas palabras, no. Se aplican aranceles a los bienes importados, que alcanzaron un total de 3.1 billones de dólares en 2023. El impuesto sobre la renta se aplica a los ingresos que superan los 20 billones de dólares. En la actualidad, el gobierno estadunidense recauda alrededor de 2 billones de dólares en impuestos sobre la renta de personas y empresas. Es imposible que los aranceles reemplacen los impuestos sobre la renta”.
Biden puede ser viejo, pero Trump está loco y, por desgracia, no es gracioso, es peligrosamente loco. Los instintos de Trump son también los de un dictador. Eso quedó claro desde que entró en la política. Pero esta vez, a diferencia de 2016, tiene gente a su alrededor con un programa para desmantelar el Estado y la Constitución. Además, argumenta Robert Kagan, el peligro no es nuevo. Como explica en un pódcast conmigo, las ideas liberales han sido atacadas a lo largo de la historia, sobre todo en la guerra civil, pero el carisma de Trump como líder hace que este momento sea peligroso.
El cruce del Rubicón se produjo en 2020 y 2021 cuando Donald Trump no solo negó que perdió las elecciones, sino que actuó para anular el resultado de éstas. Si bien fracasó, su partido ahora respalda su negación de las elecciones. Como ya he señalado, su capacidad para definir la verdad para sus seguidores es un ejemplo de la idea de que el líder define la verdad.
Los republicanos que negaron la mentira de las elecciones robadas quedaron descartados. Todas las barandillas han fallado: él es el presunto candidato republicano y es muy probable que sea reelegido como presidente de Estados Unidos.
¿Y entonces? Donald Trump ya anunció que el presidente está por encima de la ley, una propuesta que algunos miembros de la Corte Suprema de EU parecen considerar creíble. Algunos dirigentes del partido también sostienen que no está sujeto a la ley. También abrazó el objetivo de la venganza.
Un ejecutivo que actúa por encima de la ley puede hacer cualquier cosa. Una vez que tenga leales a cargo de las fuerzas armadas, el FBI, los servicios de inteligencia, el servicio de impuestos y el Departamento de Justicia, podrá hacer lo que quiera. Puede acosar, humillar, arruinar y encarcelar a sus enemigos a su antojo. ¿Quién lo detendrá? Solo los valientes.
Si Trump pierde, seguro afirmará, con el apoyo republicano, que ganó. Eso puede provocar caos. Si Trump gana, sus partidarios comenzarán la limpieza del “Estado profundo”, es decir, aquellos leales a la república, no a él. A partir de ahí podrán ocurrir muchas cosas más, incluida la detención y expulsión de tal vez hasta 11 millones de inmigrantes indocumentados. Eso dividirá al país de forma violenta y peligrosa.
Es probable que la reacción de la mayoría de los empresarios ante tales temores sea la de que se trata de puro alarmismo. Trump es viejo, dirán. Se sentirá reivindicado, no vengativo, y disfrutará tranquilamente de su reincorporación. Nada cambiará mucho en Washington. La majestuosidad de la ley permanecerá en gran medida ilesa. Los barandales de seguridad de la república se mantendrán.
Debemos esperar que esta opinión sea correcta, pero aún surgen dos preguntas. La primera es si tiene sentido correr el riesgo. ¿Qué pasa si el lado negativo es parcialmente correcto? ¿Cuál es la ventaja a compensar? Sí, Biden es mayor y sí, la administración ha cometido errores, sobre todo en materia de inmigración, pero ha estado lejos de ser una catástrofe. La segunda pregunta es ¿qué implica el precedente? Supongamos que Trump resulta ser “un hombre lleno de ruido y pocas nueces”. ¿Es ese el final? ¿Se cerrará la apertura al autoritarismo que él está creando? ¿O alguien más intentará atravesarla?
Las repúblicas liberales gobernadas por la ley son siempre frágiles. No están protegidas tanto por las instituciones como por los valores y el coraje de las personas que dirigen esas instituciones y de quienes ocupan posiciones de influencia en la sociedad. Esto incluye a los empresarios. Es natural creer que los juegos de los negocios o de la política son seguros, pero la verdad es que ambos dependen de las instituciones del Estado. Es ingenuo esperar que sobrevivan a todos los ataques.
Como argumenté en 2016, cuando Donald Trump surgió por primera vez, Estados Unidos es por mucho la república más importante desde el imperio romano. El hecho de que la Unión Americana fuera creada como una república es la razón principal por la que la democracia surgió como un sistema político dominante tras las grandes convulsiones del siglo XX. Trump, sin embargo, es un César estadunidense. Su regreso es un riesgo que nadie debe desear correr.