En una visita a Brasil el año pasado, tuve una conversación con una destacada financiera sobre los paralelismos entre Donald Trump y Jair Bolsonaro. “Son muy similares”, dijo, antes de agregar: “Pero Bolsonaro es mucho más tonto”.
Esta respuesta me sorprendió, ya que el presidente de Estados Unidos (EU) generalmente no es considerado como una persona de intelecto imponente. Pero mi amiga banquera insistió. “Trump dirigió un negocio importante. Bolsonaro nunca logró estar por encima de capitán del ejército”, dijo ella.
La pandemia de covid-19 me recordó esa observación. El presidente de Brasil adoptó un enfoque sorprendentemente similar al de Trump, pero aún más irresponsable y peligroso.
Ambos líderes se obsesionaron con las propiedades supuestamente curativas del medicamento antipalúdico hidroxicloroquina. Pero mientras Trump simplemente lo toma él mismo, Bolsonaro obligó al Ministerio de Salud de Brasil a emitir nuevas directrices, recomendando el medicamento para pacientes con covid-19.
El presidente de EU discutió con sus asesores científicos. Bolsonaro despidió a un ministro de salud y provocó la renuncia de su reemplazo. Trump expresó su simpatía por los manifestantes contra el confinamiento; Bolsonaro hace discursos durante sus manifestaciones.
Lamentablemente, Brasil ya paga un alto precio por la irresponsabilidad de su presidente, y las cosas empeoran rápidamente. El coronavirus llegó a Brasil relativamente tarde. Pero el país tiene la segunda tasa de infección más alta del mundo y la sexta más alta de muertes registradas por covid-19.
La composición económica y social de Brasil significa que el país se verá gravemente afectado a medida que la pandemia se acelere. El sistema hospitalario de Sao Paulo, la ciudad más grande de Brasil, ya está cerca del colapso.
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Dado que gran parte de la población vive en condiciones de hacinamiento y sin ahorros, el desempleo masivo podría generar hambre y desesperación en los próximos meses.
¿Pero es justo culpar a Bolsonaro? El presidente evidentemente no es responsable del virus, ni de la pobreza, ni del hacinamiento que hacen que el covid-19 sea una amenaza de tal magnitud para el país. Tampoco ha podido evitar que muchos de los gobernadores y alcaldes de Brasil impongan cierres de emergencia en las áreas locales.
Pero al alentar a sus seguidores a ignorar los confinamientos y socavar a sus propios ministros, Bolsonaro es responsable de la respuesta caótica que permitió que la pandemia se salga de control. Como resultado, el daño a la salud y económico que sufra Brasil probablemente será más grave y profundo de lo que debería haber sido.
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Si la vida fuera una fábula, las payasadas de Bolsonaro con el covid-19 llevarían a Brasil a ponerse en contra de su presidente populista. Pero la realidad tal vez no es tan simple.
No hay duda de que Bolsonaro está en problemas políticos. Su índice de popularidad cayó y ahora está por debajo de 30 por ciento; cerca de 50 por ciento de la población desaprueba su manejo de la crisis. El apoyo que una vez tuvo de los conservadores convencionales ahora se desmorona. Sergio Moro, su popular ministro de justicia anticorrupción, renunció el mes pasado.
Las acusaciones de Moro sobre los esfuerzos del presidente Bolsonaro para interferir en las investigaciones policiales fueron lo suficientemente explosivas como para provocar que la Corte Suprema abriera una investigación que podría conducir a su juicio político.
Pero este tipo de procesos en Brasil son tanto políticos como legales. Los delitos menores que llevaron a la destitución de Dilma Rousseff como presidenta en 2016 fueron bastante técnicos. Fue más significativo que Rousseff había caído a un nivel de aprobación de 10 por ciento en las encuestas y que la economía había sufrido una profunda recesión.
El índice de popularidad de Bolsonaro todavía está muy por encima del punto más bajo de Rousseff. Y aunque la economía sin duda se dirige a una profunda recesión y al aumento del desempleo, su retórica contra el confinamiento puede comprarle algo de protección política.
Las medidas de aislamiento social que Bolsonaro censura, en realidad pueden ayudarlo políticamente. Podrían evitar las manifestaciones masivas que dieron impulso a la campaña para el juicio político contra Rousseff. Y harán que sea más difícil para sus adversarios políticos planear y negociar en las “salas llenas de humo”, un proceso que es necesario para armar un juicio político exitoso.
Además, algunos políticos pueden sentir que hundir a Brasil en una crisis política es impropio, en medio de una pandemia.
En cualquier caso, la unidad nacional no surgirá mientras Jair Bolsonaro sea presidente. En la moda populista clásica, él prospera en la política de la división. Brasil es hoy ya un país profundamente polarizado, donde abundan las teorías de conspiración.
Las muertes y el desempleo causados por covid-19 se ven exacerbados por el liderazgo de Bolsonaro. Pero, de manera perversa, un desastre económico y de salud podría crear un entorno aún más propicio para la política del miedo y la insensatez.
srgs