En un momento en el que hay tantas noticias importantes que seguir, los acontecimientos clave pueden pasar desapercibidos. Eso ocurrió hace unas semanas, al margen de la reunión de la OTAN del mes pasado, cuando Estados Unidos firmó un acuerdo con Finlandia y Canadá, que en gran medida pasó desapercibido, pero que es de gran importancia estratégica para construir barcos rompehielos polares.
Estos buques, que requieren mucho capital y son tecnológicamente avanzados, son cruciales para explorar y proteger el Ártico, que se está convirtiendo en uno de los lugares más disputados del planeta. Pero EU solo tiene dos, no ha construido uno nuevo en 50 años y tiene problemas para producir más por sí solo.
Entran en escena Finlandia, que ha construido más de 50 por ciento de la flota mundial de barcos rompehielos, y Canadá, donde Davie Shipbuilding adquirió recientemente el Astillero de Helsinki. Juntos, los tres países formaron una asociación que aspira a producir una gran parte de los 70 a 90 nuevos buques que se estima que se necesitarán a escala mundial a lo largo de la década. Es un proyecto oportuno. El calentamiento global ha provocado el deshielo de los casquetes polares. Se trata de un reto, pero también de una oportunidad, ya que abrir nuevas rutas marítimas en el Ártico puede reducir a la mitad el tiempo de tránsito entre Asia y los puertos del Atlántico. La única ruta marítima transitable es la que recorre la costa norte de Rusia, que reclama como jurisdicción propia, pero el derretimiento del hielo abrirá el paso dentro de aguas internacionales, lo que permitirá la entrada de nuevos actores estatales y privados.
Mientras, menos hielo polar también significa un acceso más fácil a los fondos marinos donde hay enormes reservas de minerales de tierras raras, petróleo y gas natural. Desde hace algún tiempo, existe una competencia geopolítica entre EU, Rusia, China y otras naciones para ver quién reclamará y explotará esos recursos. Se puede argumentar que, junto con el Mar de China Meridional, el Ártico será la parte más importante y disputada del mundo durante la próxima década o dos.
Este punto quedó claro el verano pasado, cuando las fuerzas navales chinas y rusas navegaron cerca de la costa de Alaska. En julio, los dos países aumentaron la presión y realizaron ejercicios con aviones bombarderos cerca de Alaska. Es revelador que un día después, la Administración Marítima de EU publicó una hoja informativa en la que se anunciaron importantes programas de subvenciones y financiamiento para apoyar la revitalización de la industria de construcción naval del país, que se derrumbó en los últimos años.
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Como me dijo Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional, la semana pasada, EU produce ahora por tonelaje solo 0.2 por ciento de los barcos del mundo. Cualquier experto en seguridad sabe que el poder marítimo y el poder económico a menudo están vinculados. Esa es la razón por la que resucitar la construcción naval es una prioridad de la Casa Blanca; la administración Biden se enfocó en dar forma a estrategias industriales que aumenten los puestos de trabajo, hagan avanzar las industrias clave, contribuyan a la seguridad nacional y la innovación y no creen un juego de suma cero con los aliados.
“Estuve obsesionado con los rompehielos durante mi primer mes en el puesto”, dice Sullivan. “Hablé tanto de eso que mi equipo decía: ‘Ah, tú y tus rompehielos’”. Aunque considera que la construcción naval va a terminar convirtiéndose en una prioridad nacional como, por ejemplo, la producción de chips o la energía limpia, “teníamos que encontrar una forma de abordar el déficit de forma que no estuviéramos ‘realizando una tarea imposible’”, dijo, es decir, tratar de recuperar la industria de una sola vez. En lugar de otro enorme conjunto de subsidios fiscales, la respuesta parecía ser un programa específico con aliados.
La Casa Blanca ya tenía un modelo en el esfuerzo por crear capacidad interna en las grúas de barco a tierra que trasladan los contenedores a los muelles. Para alejarse de la dependencia de China, la administración negoció la inversión japonesa y finlandesa en la producción estadunidense de grúas, que no solo son cruciales para transportar 70 por ciento de las importaciones y exportaciones (por peso) que se realizan por barco, sino que también son vulnerables a la piratería informática.
El Esfuerzo de Colaboración Icebreaker también aprovechará los recursos de EU, Finlandia y Canadá. La compañía canadiense Davie Shipbuilding ya se comprometió a realizar una importante inversión a largo plazo en un astillero estadunidense. Dado que los finlandeses pueden fabricar un buque rompehielos en apenas 24 meses, la asociación debe ayudar a aumentar la productividad y mejorar las habilidades de los trabajadores estadunidenses, algo que fue fundamental para asegurar el apoyo sindical. “La participación de los trabajadores fue importante”, dijo Sullivan, señalando la presentación por parte de los trabajadores del acero (junto con otros sindicatos) de una demanda comercial 301 contra China en la construcción naval.
En muchos sentidos, el acuerdo es un modelo de lo que puede y debe ser una estrategia industrial colaborativa del siglo XXI con los aliados. Finlandia y Canadá quieren reafirmar su propia importancia estratégica dentro de la OTAN y protegerse contra las amenazas territoriales de China y Rusia.
EU quiere revitalizar los bienes comunes industriales en la construcción naval para contrarrestar el creciente poder naval de China y la amenaza de los cuellos de botella de la cadena de suministro comercial. El acuerdo cuenta con el apoyo político bipartidista en Estados Unidos, ya que estados desde Misisipi hasta Pensilvania tienen astilleros que pueden beneficiarse de las inversiones.
Todavía es muy pronto, pero si la asociación tiene éxito puede ser un modelo para otros acuerdos estratégicos de friendshoring (deslocalización de cadenas de suministro o producción a países amigos o aliados) en la construcción naval (parecen probables asociaciones con Japón y Corea) y más allá. Como mínimo, es una prueba de que un mundo más multipolar trae consigo nuevas oportunidades para la política económica.