El mal existe. Se encuentra en el Kremlin consumido por el resentimiento y el deseo de poder. Marcha para ingresar a un país cuyo delito fue soñar con la libertad y la democracia. ¿Cómo se puede derrotar a ese mal? ¿Las sanciones económicas, en combinación con la resistencia del pueblo ucraniano, pueden obligar a Putin a retroceder? ¿O incluso pueden conducir a su caída? O bien, ¿podrá correr el riesgo de una escalada hasta el uso de armas nucleares?
Sin duda, las sanciones de Occidente han sido poderosas. Putin incluso las calificó como “equivalentes a un acto de guerra”. Rusia en gran medida quedó excluida del sistema financiero mundial y más de la mitad de sus reservas de divisas quedaron sin utilidad. Las empresas occidentales temen seguir relacionándose con Rusia por motivos de reputación y de prudencia. Neil Shearing, economista jefe de Capital Economics, proyecta una caída del producto interno bruto de 8 por ciento, a lo que le seguirá un largo periodo de estancamiento. El aumento de las tasas de interés del banco central a 20 por ciento por si solo será costoso. Shearing tal vez es demasiado optimista.
Las restricciones a las exportaciones de energía son paso obvio, como sostiene la administración Biden, frente a la oposición alemana. Es, como mínimo, objetable que los altos precios de la energía causados por los crímenes de Putin también los financien. El economista ucraniano Oleg Ustenko defiende ese boicot. Ricardo Hausmann, de Harvard, propone una alternativa clara: un impuesto de 90 por ciento sobre las exportaciones rusas de gas y petróleo. Dado que la elasticidad de la oferta es baja, argumenta, los costos recaerán en los productores rusos, no en los consumidores occidentales, por lo que las rentas de escasez también se transferirían a estos últimos.
En cuanto a la viabilidad, Hausmann argumenta que en 2019, 55 por ciento de las exportaciones rusas de combustibles minerales fue a la Unión Europea, mientras que otro 13 por ciento se dirigió a Japón, Corea del Sur, Singapur y Turquía. Si todos estos países aceptaran aplicar un impuesto a su petróleo, Rusia puede intentar venderlo en otros lugares, en especial a China, pero ¿cuánto aceptará China, teniendo en cuenta los problemas logísticos y el riesgo de represalias occidentales de algún tipo?
Una gran pregunta es hasta qué punto el mundo puede hacer frente al ajuste energético. Un análisis de Bruegel concluye que “debe ser posible sustituir el gas ruso ya para el próximo invierno sin que la actividad económica se vea devastada, la gente se congele o haya disrupciones en el suministro de electricidad”, aunque esto requerirá un esfuerzo decidido. Con los impuestos a la importación de Hausmann, los precios de gas y petróleo en el resto del mundo deben incluso bajar.
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Sin embargo, el objetivo de las sanciones contra Rusia es cambiar la política e incluso el régimen de Moscú. ¿Esto es factible? La experiencia sugiere que romper un régimen autocrático dispuesto a imponer enormes costos a su pueblo es difícil: Venezuela es un fracaso reciente. En contra de esto, se puede señalar el hecho de que Putin no ha movilizado al pueblo ruso para una larga guerra contra Ucrania y Occidente. Incluso lo llamó de forma eufemística “operación militar especial” contra los “neonazis”. Estas mentiras pueden empezar a desmoronarse. Sin embargo, como señaló Sergéi Guriev, economista de origen ruso, en un diálogo con Markus Brunnermeier, de Princeton, Putin está pasando de una dictadura de giro (cuando los gobernantes controlan a su pueblo con distorsión de información y la simulación de procedimientos democráticos en lugar de un régimen de violencia, temor o ideología) a una del miedo. Mientras su séquito se mantenga fiel, es posible que conserve el poder, por muy mal que vaya su guerra y por muy dolorosas que sean las sanciones.
Este tipo de sanciones amplias son un arma de doble filo, ya que funcionan imponiendo costos significativos a la gente común. Entre los mayores perdedores estarán las clases medias con aspiraciones. Puede ser fácil para el régimen convencer a las víctimas de que su dolor solo demuestra la hostilidad de Occidente. Así que, sí, algunos rusos pueden culpar a Putin. Pero, sobre todo teniendo en cuenta el control que ejerce Putin sobre los medios, un gran número de ellos puede culpar a Occidente.
Los datos sobre los resultados de las sanciones también son deprimentes. Dursun Peksen, de la Universidad de Memphis, ofrece las siguientes conclusiones: buscar un daño importante e inmediato a la economía objetivo, buscar la cooperación internacional, esperar que las autocracias sean más resistentes a las sanciones que las democracias, esperar que los aliados sean más sensibles que los enemigos y esperar que las sanciones sean menos eficaces para lograr objetivos grandes. Occidente está en buena forma en los dos primeros puntos de la lista, aunque puede ser necesario más restricciones a las exportaciones de energía para el primero y cooperar con China para el segundo. Pero está lidiando con un autócrata hostil y también tratando de revertir una guerra que considera un interés nacional y personal vital. Los pronósticos de éxito no parecen buenos.
También es posible que el éxito del apoyo a la resistencia ucraniana, combinado con sanciones que infligen enormes costos a los rusos, sin acabar con el régimen, haga que Putin esté dispuesto a asumir riesgos aún más desesperados. Esto puede incluir el uso de armas de destrucción masiva contra objetivos ucranianos.
En retrospectiva, debió haber menos ambigüedad sobre el apoyo de Occidente a la independencia de Ucrania. Ahora debemos apoyar la lucha de Ucrania por la supervivencia, sin asumir el riesgo excesivo e inútil de la inyección directa de las fuerzas aéreas de la OTAN en la guerra. Debemos reforzar las sanciones, aunque puedan arruinar la economía de Rusia sin cambiar su política ni su régimen. Debemos declarar que nuestra guerra no es con el pueblo ruso, aunque éste no nos perdone el dolor que le causamos. Debemos pedir a China e India que convenzan a Putin para que ponga fin a su guerra, aunque debemos reconocer que es muy probable que ese esfuerzo fracase.
Solo existen malas opciones; sin embargo, no se puede abandonar a Ucrania. Debemos seguir adelante.
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