El Banco Mundial está sometido a una presión cada vez mayor. En los últimos años se han hecho cada vez más evidentes las amenazas internacionales a la pobreza, al calentamiento global, la propagación de enfermedades y las guerras. Mientras, la deuda global se disparó, las rupturas geopolíticas hacen mella en la cooperación y las estimaciones sugieren que para 2050 se necesitarán 125 billones de dólares de inversión en materia climática para alcanzar los objetivos de emisiones netas cero.
El mundo espera que el banco multilateral de desarrollo aporte liderazgo y financiamiento. Ahora que su presidente, David Malpass, se retira es un momento crucial para reformar el banco y encontrar al líder adecuado para sacarlo adelante.
Desde su creación como parte del sistema de Bretton Woods en 1944, el Banco Mundial ha experimentado varios cambios de enfoque: de la reconstrucción de las economías después de la Segunda Guerra Mundial, a la lucha contra la pobreza y el apoyo a los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su dirección estratégica necesita renovarse una vez más. Su enfoque a escala nacional corre el riesgo de no invertir lo suficiente en cuestiones transfronterizas urgentes como el cambio climático y la salud pública. Esto no significa que deban diluirse los objetivos actuales de acabar con la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida; sin embargo, ahora se requiere un reconocimiento más profundo de la forma en que los retos globales se entrelazan con ellos.
El Banco Mundial tiene que asumir el liderazgo en la lucha contra el cambio climático a gran escala y con urgencia. Sus propias estimaciones sugieren que, si no se controla, el aumento del nivel del mar, las sequías y otros efectos perjudiciales pueden sumir en la pobreza a más de 130 millones de personas en la próxima década. Aumentar sus esfuerzos en la transición verde y la adaptación es clave. El organismo va a la zaga de otros grandes bancos multilaterales en cuanto al porcentaje de financiamiento destinado a proyectos climáticos. El asesor especial del secretario general de la ONU para la acción por el clima lo acusó de hacerse pato “mientras el mundo en desarrollo arde”.
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Satisfacer las demandas de un desarrollo sustentable, inclusivo y resiliente implica movilizar más financiamiento. Los países más pobres, agobiados por las deudas de la pandemia, deben tener prioridad. El Banco Mundial debe aprovechar mejor su capital teniendo en cuenta las propuestas de un reciente informe encargado por el G20 que muestra que los bancos de desarrollo pueden generar cientos de miles de millones en nuevos préstamos mediante un uso más eficiente de sus balances; sin embargo, no deben asumir riesgos excesivos que minen sus calificaciones crediticias de triple A.
Alentar a los accionistas más ricos a inyectar más capital también puede elevar la capacidad de préstamo del banco con modestos incrementos. Más importante será recurrir al financiamiento y la experiencia del sector privado, por ejemplo, mediante asociaciones con fondos de inversión, capital innovador y reducción del riesgo de los proyectos.
También se necesitan cambios operativos. Se critica al banco por ser lento: el tiempo promedio que le toma desembolsar fondos es de 465 días, aunque a menudo se producen retrasos que van más allá de su control. En cualquier caso, es importante acabar con la burocracia y colaborar más con los expertos del sector privado para desplegar y financiar proyectos con rapidez. Con el impacto transformador del cambio tecnológico y la transición de energía, el banco también tendrá que ir más allá de su enfoque nacional y operar a escalas regional y subnacional, al tiempo que coordina los esfuerzos de desarrollo en el corazón del sistema de los bancos multilaterales de desarrollo.
El sustituto de Malpass debe ganarse el respeto de los accionistas, cuyo respaldo es crucial para abordar cuestiones que van más allá de sus fronteras. Tendrá que dominar las finanzas y la experiencia en el sector privado, junto con un profundo conocimiento del desarrollo y un compromiso con la lucha contra el cambio climático. Son criterios exigentes, pero el éxito de la reforma requiere un líder del más alto nivel.