¿El periodo de crecimiento económico rápido de China llegó a su final? Ese fue el tema de la columna de la semana pasada. La respuesta, argumenté, es que todavía tiene potencial para alcanzar el nivel de vida de los países más ricos del mundo, porque es relativamente pobre, pero esto no significa que vaya a hacerlo. Se enfrenta a grandes obstáculos para seguir teniendo éxito. En esta columna abordaré uno de los más importantes: el “subconsumo”.
Las dos últimas décadas debieron eliminar la opinión de que las economías se inclinan hacia el pleno empleo. Por el contrario, una excesiva propensión al ahorro puede generar una demanda crónicamente insuficiente, que debe compensarse con políticas monetarias y fiscales expansivas. Aunque estas “soluciones” pueden generar otros problemas. El análisis de la crisis financiera mundial de 2007-2009 en mi libro The Shifts and the Shocks se basaba en gran medida en este punto. También he señalado que el exceso de ahorro desempeña un papel central en la historia de la caída en desgracia económica de Japón. El exceso de ahorro de Alemania desempeñó un papel central en la crisis de la eurozona.
La historia de China es similar, pero a mayor escala. Su ahorro nacional bruto alcanzó un máximo de 52 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2008. Todavía estaba en 44 por ciento en 2019, previo al covid. Antes de 2008, casi una quinta parte de estos enormes ahorros se destinaba al superávit de cuenta corriente de China. Después de la crisis se volvieron política y económicamente inaceptables. La alternativa resultó ser una inversión aún mayor, gran parte de ella en propiedades. La inversión bruta aumentó de 40 a 46 por ciento del PIB entre 2007 y 2012.
Sin embargo, este aumento de la inversión coincidió con una marcada caída de la tasa de crecimiento. Esta combinación puede indicarse mediante cambios en el “índice incremental de producción de capital”, es decir, el índice entre la inversión y la tasa de crecimiento. Esta cifra aumentó de manera sustancial, desde un mínimo de tres en 2007 a un máximo de siete antes de la pandemia, en 2019. Esto indica una marcada caída en el rendimiento de las inversiones. Mientras, como señalé la semana pasada, la relación de endeudamiento se disparó, añadiendo fragilidad financiera al panorama.
En 2007, Wen Jiabao, entonces primer ministro, advirtió que la economía china era “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”. Tenía razón. Michael Pettis, de la Escuela de Administración Guanghua de la Universidad de Pekín, expuso el mismo argumento en muchas ocasiones.
Es imposible saber cuándo terminarán los procesos insostenibles, pero lo harán: como nos dijo el fallecido Herb Stein: “Si algo no puede continuar para siempre, se detendrá”. Parece como si la economía desequilibrada ahora la detiene una poderosa crisis inmobiliaria. Según UBS, las nuevas construcciones inmobiliarias en julio estuvieron 65 por ciento por debajo de su nivel en la segunda mitad de 2020. También espera que las ventas y la construcción de propiedades se estabilicen entre 50 y 60 por ciento del pico que se alcanzó en 2020-2021. Dado que el sector inmobiliario representa una cuarta parte de la economía de China, esto sugiere una debilidad duradera de la demanda y, por tanto, una especie de futuro japonés.
El peligro no es el de una enorme crisis financiera: China es un país acreedor; sus deudas están en su inmensa mayoría en su propia moneda, y su gobierno es dueño de todos los bancos importantes. Una política de represión financiera funcionará bastante bien.
Más bien, el peligro es el de una demanda crónicamente débil. Será imposible, en el entorno global actual, generar un enorme auge de las exportaciones o superávits constantes en cuenta corriente. La tasa de inversión ya es alta, mientras que el crecimiento se desacelera. No se puede justificar una inversión no inmobiliaria aún mayor.
Las alternativas son un mayor consumo público y privado pero, dadas las dificultades financieras de los gobiernos locales, lo primero va a requerir de un mayor gasto por parte del gobierno central. Lo segundo necesitará un cambio en la distribución del ingreso hacia los hogares. Ninguna de las dos parece probable. El gobierno central parece demasiado tímido para tomar medidas tan drásticas.
La realidad de la economía china es que el consumo de los hogares solo representa alrededor de 40 por ciento del PIB. Sí, esto en parte se debe a que la tasa de ahorro de los hogares promediaba alrededor de 35 por ciento del ingreso disponible en los años anteriores al covid, pero es aún mayor porque los ingresos disponibles de los hogares representan 60 por ciento del PIB. El otro 40 por ciento corresponde a otras instituciones, como entidades gubernamentales y empresas estatales y privadas. La tasa de ahorro de estas entidades fue de 60 por ciento de los ingresos totales. Eso opaca la alardeada tasa de ahorro de los hogares.
China es hipercapitalista. Una enorme proporción del ingreso nacional va a los controladores del capital y ellos lo ahorran. Durante el periodo anterior de hipercrecimiento, esto funcionó bien, pero ahora los ahorros son mucho mayores de lo que se puede utilizar productivamente.
Ahora los ingresos deben llegar a quienes los gastarán. Esto generará un mayor crecimiento del consumo en el mediano plazo y mayores niveles de consumo en el largo, proporcionando de esta manera una base sólida de demanda interna para una futura expansión, pero esto requerirá una redistribución del ingreso y los activos hacia la gente común, junto con un marcado cambio en el enfoque del gasto público. También exigirá una pronta reestructuración de las deudas pendientes.
Este parece un momento decisivo en la historia económica moderna de China. Si el gobierno reconoce que el antiguo modelo de alto nivel de ahorro e inversión está roto, puede generar un crecimiento razonable con una economía más equilibrada basada en el consumo. Una tasa de ahorro de, digamos, entre 30 y 35 por ciento del PIB será suficiente, pero para llegar a algo como esto debe realizar cambios revolucionarios en la distribución del ingreso y las prioridades del gobierno. Esto será bueno para China. Puede evitar la trampa de Japón. ¿Pero lo hará?