Almorzar con Hillary Clinton no es un asunto de rutina. Llegamos al elegante hotel Park Hyatt de Washington, el gerente, algo nervioso, me dirige a una discreta puerta lateral para esperar su llegada. Después de varios minutos me hacen pasar junto a su servicio secreto a un comedor semicerrado de Blue Duck Tavern, el restaurante del hotel con Estrellas Michelin. Clinton platica con Nick Merrill, su antiguo asesor, que se quedó con ella después de dejar el cargo como secretaria de Estado en 2013.
Nuestro encuentro requirió un poco de persuasión porque Clinton, por decirlo suavemente, no adora a los medios. Le señalo que, a pesar de todas mis columnas criticando su malograda campaña de 2016, nunca le dije qué vestir o cuándo sonreír, consejos no solicitados con los que muchos expertos masculinos parecían deleitarse. “Eso te pone en una pequeña minoría”, dice ella, riendo. Parece que no tiene problemas para sonreír.
Considero que mi objetivo es lograr que Hillary Clinton se quite la máscara que usa para interactuar con personas como yo. Amigos en común dicen que en privado ella es divertida y puede ser mordazmente sarcástica. Mis colegas estadounidenses tienen una opinión muy diferente.
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Se ha enfrentado a una generación de investigaciones infructuosas, empezando por aquella sobre las inversiones inmobiliarias de los Clinton en Whitewater en la década de 1990, que culminó con el informe de Kenneth Starr sobre las indiscreciones sexuales de su marido, y la más recientemente: la absolución de un asesor legal de campaña por la acusación de haber influido indebidamente en el FBI para que investigara los vínculos entre la campaña de Donald Trump y el Kremlin. Hillary Clinton se describe a sí misma como “la persona inocente más investigada de Estados Unidos”. También es una experta de la jerga jurídica, lo que podría sofocar este almuerzo antes de comenzar.
Sin embargo, una copa de vino tendría sentido. “Oh, me gusta mucho el vino, pero hoy no”, dice Clinton. Merrill y yo aceptamos y pedimos cada uno una copa de Sancerre. Hillary Clinton pide un té helado. Pregunta a la mesera si la sopa verde fría de verano es a base de crema o de puré.
Algunas personas culpan de la derrota de Clinton en 2016 a sus comentarios sobre cerrar las minas de carbón (Trump prometió un auge minero). En sus memorias de esa campaña, What Happened, Clinton asume la culpa principal y también señala la investigación del FBI sobre los correos electrónicos de su servidor doméstico. Como le dicen que es a base de crema, Clinton se abstiene de la sopa y opta por el pastel de cangrejo jumbo lump con ensalada, algo que hago yo también.
Con la revocación de Roe vs Wade, la sentencia de la Corte Suprema de 1973 que consagró el derecho de las mujeres al aborto, le pregunto a Clinton hasta dónde puede llegar ese asunto. “Si te metes en la madriguera de los intelectuales de extrema derecha, puedes ver que el control de la natalidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo... todo está en peligro”, responde.
¿Cuál es el objetivo final de la derecha cristiana?, pregunto. ¿Es de suponer que no serían capaces de crear la distopía teológica descrita en la novela de Margaret Atwood The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada)? Mi pregunta desencadena una respuesta apasionada. Clinton habla sobre cómo algunos estados harán que sea ilegal abortar después de una violación o incesto al anular Roe vs Wade. Otros planean criminalizar a las mujeres que se sometan a un aborto.
“El nivel de formulación de normas insidiosas para oprimir aún más a las mujeres casi no tiene fin”, afirma Clinton. “Al ver esto, ¿cómo no puedes pensar en que Margaret Atwood fue una profeta? No es solo una escritora brillante, fue una profeta”.
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Le pregunto si las cosas habrían sido diferentes si Clinton, y no Trump, hubiera ganado en 2016. Su respuesta deja claro que cree que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 para detener la certificación de Joe Biden a la presidencia de EU simplemente habría ocurrido cuatro años antes.
¿Cree que Donald Trump se postulará en 2024? “Creo que si puede, volverá a presentarse”, responde Clinton. “Sigue el dinero con Trump, ya recaudó alrededor de 130 millones de dólares que se encuentran en su cuenta bancaria y que ha utilizado para viajar y financiar la organización contra las elecciones.… no sé quién será su competidor en las primarias republicanas”. Le pregunto si ella se postularía de nuevo. “No, ni hablar”, responde Clinton. El hecho de que Biden vaya a tener 81 años en las próximas elecciones es una fuente de creciente angustia entre algunos demócratas y de especulaciones sobre si podría renunciar.
“Estamos al borde delprecipicio de perder nuestra democracia, y todo lo que a todos les importa se va por la ventana”
Clinton sabe que estos almuerzos son para conversar y formular varias preguntas. La más relevante de ellas es cómo compararía a Henry Kissinger, que acaba de cumplir 99 años, con el difunto Zbigniew Brzezinski. Distingo un subtexto en su pregunta, responde Clinton. Kissinger dijo recientemente que Ucrania podría tener que ceder territorio a Vladimir Putin para poner fin a la guerra. Yo digo que, en general, Brzezinski tenía un conocimiento más agudo de las debilidades de la Unión Soviética. “Estoy totalmente de acuerdo”, dice Clinton. “Hay que reconocerle a Kissinger el mérito de la longevidad. Nunca pensé que Brzezinski tuviera una visión romántica de los rusos como la que tenía Kissinger. Valora mucho su relación con Putin”.
Parece un buen momento para preguntarle sobre el líder ruso, del que alguna vez dijo en broma que “no tenía alma”. Putin dijo una vez de Clinton: “Es mejor no discutir con las mujeres”. Le pregunto si Putin era tan mordaz con ella en privado como en público. Clinton toma aire. “Sí, era muy sexista conmigo. Tuvimos algunas interacciones interesantes en privado y luego se invitaba a la prensa y él decía algo insultante sobre EU”. En su opinión, el único camino realista de Putin para la victoria en Ucrania sería la reelección de Trump en 2024. “Si Trump hubiera ganado en 2020 se habría retirado de la OTAN, no tengo ninguna duda”, afirma.
No puedo permitir que el almuerzo termine sin preguntar sobre el rumbo de su partido. Digo que los demócratas parece que hacen todo lo posible por perder elecciones elevando las causas activistas, especialmente el debate sobre los transexuales. ¿Qué sentido tiene presentar a JK Rowling como una fascista? Para mi sorpresa, Clinton comparte la premisa de mi pregunta.
“Estamos al borde del precipicio de perder nuestra democracia, y todo lo que a todos les importa se va por la ventana”, dice. “Mira, lo más importante es ganar las próximas elecciones. La alternativa es tan aterradora que todo lo que no ayude a ganar no debería ser una prioridad”.
Han sido 100 minutos intensos, pero no estoy seguro de haber convencido a Clinton para que se quite su máscara. Mientras caminamos por el restaurante me doy cuenta de que no trajo uno (cubrebocas) de verdad. Debería aceptar esa copa de vino la próxima vez, sugiero mientras nos dirigimos a su mini caravana. “Estoy de acuerdo”, dice. Y luego desaparece detrás de un vidrio polarizado.
GAF